SUGAR MAN: Un hombre libre

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Por: Santiago Rosero

La lucha de los jóvenes afrikáners contra el apartheid en Sudáfrica tenía una banda sonora sin rostro. Era otro caso más de un mar de gente que coreaba canciones como himnos de guerra sin saber nada de quien había escrito la épica. En la década de los setenta, entre negros y blancos opuestos a la segregación racial, esos himnos de guerra sonaban con la acústica estridencia del folk rock.

Sugar man, I wonder, The Establishment blues, las canciones no atacaban directamente los oprobios de la exclusión, pero eran bombas políticas porque hablaban de los símbolos –reprimidos- de aquel contexto: drogas, sexo sin tabúes, rebelión contra la autoridad, degradación moral de los gobiernos. Las canciones eran parte de los discos Cold fact y Coming from reality, aparecidos en 1970 y 1971 en Estados Unidos y llegados poco después a Cape Town, según dice la leyenda, en la maleta de una gringa de intercambio. Los discos circularon entre los estudiantes y cada quien se aseguró su copia en casete, mientras del cantautor se sabía poco más que su nombre: Sixto Rodríguez. El poco más era que, al parecer, estaba muerto.

El documental Searching for Sugar Man (2012), dirigido por el sueco de 35 años Malik Bendjelloul, sigue las pistas de ese ídolo fantasmal. Lo hace apoyado en la obsesión que por él tenían dos fanáticos sudafricanos insatisfechos con lo que decían los mitos. Stephen Segerman y el periodista Craig Bartholomew inician, a fines de los noventa, una investigación para establecer la verdad sobre la vida de Rodríguez. Hasta entonces, el cuento más difundido decía que el cantante se había suicidado sobre el escenario. Tan sólo cambiaba el método: según unos, lo había hecho de un tiro en la cabeza; otros decían que se había inmolado con fuego.

sugarmanRodríguez -llamado simplemente así-, nacido en Detroit en 1942, hijo de padres mexicanos, cara recia de guerreo apache, había desaparecido del mapa musical estadounidense cuando Dylan y otros cantautores de esa estirpe ya empezaban a copar el estrellato. Pero en Sudáfrica, Rodríguez, según decía la gente en la calle, “era más popular que los Rolling Stones”. Él, sin embargo, nada sabía de esa adoración. ¿Por qué su carrera no despegó en Estados Unidos y a su nombre se lo llevó el viento? El documental no satisface esa pregunta, a pesar de que encara a los ejecutivos de Sussex Records, la disquera que editó los dos discos de Rodríguez, para preguntarles por qué no le entregaron las regalías por las ventas de 500 mil copias en Sudáfrica. La respuesta –falsa según sugiere la película- es que ellos tampoco las recibieron.

Ante el fracaso comercial que significó la edición de los discos de Rodríguez, Sussex Records probó el mercado con el material de otro cantautor, Bill Withers, pero el poco entusiasmo que despertó su primer promocional, Harlem, un rock ligero sin mayor malicia, hizo pensar en un destino similar para él. Otro de los relatos que edulcoran esta historia dice que, un día, un dj de radio se equivocó, y en lugar de asentar sobre el tocadiscos la cara donde estaba Harlem asentó la otra y, de pronto, sonó Ain´t no sunshine, esa balada blues irresistible que a Withers le significó el ticket de despegue definitivo. Una hipótesis dice entonces que Sussex Records se desentendió de Rodríguez para no eclipsar el inesperado éxito de Withers. Otra, que su apellido latino y su cara amerindia no auguraban ningún negocio.

Rodríguez dejó la música, se ocupó como albañil en Detroit cuando en Detroit los albañiles todavía trabajaban más construyendo que demoliendo edificios; inició una licenciatura en filosofía que obtuvo nueve años más tarde y se comprometió con la política al punto de querer vivirla desde la estructura: corrió dos veces para alcalde de su ciudad y no ganó ninguna.

Muerto de un tiro o inmolado con fuego, en Sudáfrica el mito no resigna a Stephen Segerman y Craig Bartholomew, que arman una campaña de búsqueda por Internet y hacen correr la voz hasta que, a finales de los noventa, llega a oídos de una de las hijas de Rodríguez. El teléfono suena en la madrugada: “¿Ustedes buscan a Sixto Rodríguez? Es mi padre y está vivo.” Han pasado más de dos décadas, los fanáticos resuelven el enigma y encuentran al ídolo. Se organiza el encuentro. Rodríguez, el hombre, llega a Cape Town y el 6 de marzo de 1998 da el primero de tres conciertos. Será la primera de varias giras que el cantante hará en el país donde siempre existió.

Searching for Sugar Man teje esta historia y aprovecha la invalorable documentación que, con una cámara de Super 8, hizo una de las hijas de Rodríguez durante aquel primer encuentro con Sudáfrica. Una vez que Rodríguez aparece en el filme, lo que podría ser una dramática celebración es la enigmática introspección de un artista que prefiere no hablar de sí mismo ni del éxito que acaba de venirle. Frente a la cámara, Rodríguez es el ser verdaderamente modesto que en los setenta entendió su alejamiento de la música como una fatalidad propia del negocio, y que ahora, montado en el trajín del éxito inesperado, sigue fiel al natural bajo perfil que nunca le quitó el sueño.

La película, ganadora del Oscar 2012 a mejor documental, le dispara a Rodríguez una nueva vida de rock star, y así, a sus 70 años, chaqueta de cuero y rostro envejecido de jefe apache, se embarca en una gira que ya ha copado su agenda por lo que queda de 2013.

El cantante sigue viviendo en la casa que en 1970 compró por 50 dólares, y cuando no da conciertos vuelve a su vida de obrero en ese Detroit derruido. Las nuevas ediciones de sus discos ya le dejan regalías, pero el dinero que recibe lo reparte a su familia y a los amigos que lo necesitan. Cuando lo entrevistan, Rodríguez prefiere no hablar de eso, pero se anima cuando la conversación topa la política y entonces dice cosas que ya nadie dice: “Mezclar la música y la política es muy mal visto en los Estados Unidos, pero las canciones son o pueden ser un contrapoder potente. Lastimosamente, muchos músicos son poco educados, yo hice diez años de estudios.” Su historia también ha llevado a decir cosas que ya nadie dice. Un crítico francés declaró: “el verdadero Working Class Hero es él, Lennon puede ir a cambiarse de ropa.”

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