Mateo Kingman: Lecciones de vuelo

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Por: Darío Granja / @dxgranja  | Foto: Hernán Jimenez

El presente es el mejor momento para Mateo. “Por primera vez me siento cómodo con lo que estoy haciendo y diciendo. También, es un placer el hacer las cosas que quiero sin tener que cumplir con otras personas”. Afuera empieza a escampar. Estamos en una cafetería del barrio La Floresta en Quito y esta es la primera respuesta a una entrevista realizada días antes de su participación en el Festival Estéreo Picnic.

Desde la confortable distancia de espectador, de Mateo se conoce algunos detalles: que creció en la Amazonia, que fusiona música tradicional ecuatoriana con electrónica y hip hop; y entre otras cosas, que es uno de los músicos con mayor proyección internacional del país. Sin embargo, cuando te acercas lo suficiente, descubres que hay características poco conocidas que de forma involuntaria se revelan. Por ejemplo: que es un tipo que escucha y mira con atención, que sin esfuerzo transmite amabilidad, propia de los que crecen lejos de las grandes urbes; y que sus declaraciones, de lenguaje sencillo y pausado, poseen la profundidad reflexiva de quien frecuenta soledades.

Cuando tenía 5 años conoció la Amazonia. Su vínculo con la selva es un tema bastante recurrente en notas de prensa. Él está consciente de cómo su historia ha mutado por el boca a boca. “Hay algunas ocasiones en las que trato de reecontrarme con la historia verdadera, que es mucho más sencilla que las otras que se montan alrededor. Mis taitas me llevaron a vivir a Macas cuando yo era bien chiquito, porque ellos fueron a trabajar con el pueblo Shuar Arutam, que es una organización dentro del territorio Shuar, en la cordillera del cóndor. El lugar más cercano a la cordillera era Macas. Yo crecí en un pueblo mestizo amazónico. No crecí en comunidades shuar, ni soy tarzán, ni ninguna de esas notas, sino que crecí en una comunidad mestiza, colono-amazónica, que tiene características muy serranas pero también una fuerte conexión y convivencia con la cultura shuar”

Este primer encuentro con un territorio poco habitual para un niño de la capital, se vio complementado con una educación diferente. “No entré a la escuela ni al colegio. En el pueblo solo había el Don Bosco, que era denso y mis papás no querían ponerme ahí, entonces yo crecí en la casa. Eso, claro, te aísla todavía más de la vida cotidiana, pero te conecta con otras cosas. Como en casa nos aburrimos un montón, con mi hermano pasábamos afuera. Eso hizo que yo tenga una vida conectada al río, la naturaleza, la tierra”.

Este vínculo permanente con las cosas sencillas, como él las describe, fue el espacio ideal para dar sus primeros pasos de creación artística. “Empecé a crear música porque llegó una batería a mi casa. Se dio naturalmente a través de la batería, pero en realidad pudo ser cualquier cosa, porque creo que por el entorno relajado en el que me criaron mis taitas, de ley iba a sentir la necesidad de recrear las experiencias que tenía”

Aprendió de forma autodidacta. El entorno familiar de Mateo fue un aporte fundamental en su desarrollo artístico. Un  recuerdo musical muy presente de su hogar, está relacionado con su mamá. “Tocaba la guitarra y cantaba súper bien. No me enseñó a cantar, pero me cantaba todo el tiempo. De ella viene la parte de músicas tradicionales: Simón Díaz, Violeta Parra, Víctor Jara, Inti-Illimani. Yo no me di cuenta, no me gustaba esa música cuando era chiquito, pero la escuchaba todo el tiempo. Ya de grande, cuando empecé a crear salió un poco natural la forma de escribir, que yo no sé cómo se llama, pero sé que puedo escribir bien parecido a Simón Díaz por ejemplo, no queriendo compararme con esa bestia, pero por la manera, la estructura, cómo maneja las palabras y el lenguaje tan conectado con su espacio natural. Es como una escritura campesina, es una escritura rural”

A lo largo de la entrevista, Mateo nombra con frecuencia a sus papás, sociólogos que llegaron a Morona Santiago y criaron a sus tres hijos de una manera particular. “Ellos son bien especiales. Nunca me elogiaron, nunca me felicitan ni siquiera, pero siempre me dieron ambientes y espacios propicios para desarrollar lo que yo quiera, sin importar qué sea. Después de habernos criado en la casa, están convencidos de que si uno tiene los ambientes preparados e internamente estás motivado, puedes desarrollar cosas más auténticas, sin las necesidades que te crean profes u otras personas”

Cuando Mateo tenía 19 años, con cerca de 40 maquetas, algunas grabadas en su computadora y otras solamente escritas, sintió que tenía un material para producir. “La creación era muy solitaria, por eso sentí la necesidad de buscar más personas para hacer música. No habían muchos músicos en Macas y era bien difícil conectarse con otros manes para hacer música”. Esto, lo motivó a viajar a Quito, lugar donde conoció al experimentado productor musical Ivis Flies. “Vine acá para mostrarle las cosas que tenía y no le gustó tanto, me dijo que todavía se sentía mucho mis influencias, que «regrese en dos añitos». Yo no sabía quién era él. Llegué por coincidencia, no fue porque dije: «quiero producir mi disco con él», sino que llegué por recomendación de un amigo. Entonces, de una me sacó la madre. Me regresé a Macas y decidí estudiar Biología. Me inscribí en la Universidad de Cuenca en Biología, comenzaba después de un mes. O sea me di como por vencido de una, jajaja, pero era porque también me encantaba la Biología. De ahí, en ese mes cuando estaba en Macas me llamó el Ivis y me dijo, «oye, estamos aquí con un amigo (Danilo Arroyo) y queremos producirte un disco, porque mi pana me convenció. Vente y grabemos algo».

-¿Sabes qué pasó ahí? ¿Por qué Danilo le convenció a Ivis de trabajar contigo?

– Danilo escuchó una canción que yo tenía en YouTube, de un video que grabé tocando todos los instrumentos en una terraza. Era una cosa muy casera, yo mismo me filmé. Escuchó eso y le gustó bastante, algo vio el man que le convenció al Ivis de que probemos. Después yo vine, me emocioné mucho, empezamos a experimentar y claro: me comieron vivo. Me comieron vivo.

– ¿En qué sentido?

– Ellos eran músicos de mucha experiencia, que tenían conocimientos no solo técnicos sino también de la industria. Yo era un chamito, no sabía cómo eran las dinámicas con otros músicos y cuando empezamos a trabajar me comieron vivo. Todo lo que yo proponía, no les gustaba, y todo lo que ellos proponían yo no tenía nada que decir porque no sabía si me gustaba o no, o si no me gustaba me convencían de que sí estaba bien. Hicimos un primer material, que es bien feo para mi. Me pusieron un apodo: Maki, y nos montamos toda una historia alrededor de estas tres canciones, el apodo y lo que ellos creían que yo era: como un Tarzán de la selva que venía, así como un mono, para exponer, si me cachas. Entonces al principio fue densaso.

– ¿Cómo te sentías en ese momento?

– Yo no sabía cómo sentirme, no sabía lo que todo eso significaba para mí hasta que salí a tocar en un concierto, que era el segundo que yo hacía en mi vida, que fue abrir a Manu Chao y a Calle 13 ante unas 30.000 personas. Yo salgo y en el primer momento digo: «¡Qué chuchas hago aquí! ¡Qué chuchas estoy haciendo aquí con estas canciones de verga! ¿Yo, Maki? ¿Quién chuchas es Maki?, y ¿Quiénes son todas estas personas?», cachas… darse contra la pared así, de una manera bestial. Ahí tenía 20 años. Fue horrible, esa experiencia la cuento pocas veces porque ya la enterré, pero es interesante cómo te pueden pasar unas vainas que no te dan chance a mentirte a ti mismo.

– Luego, ¿Qué pasó?

– Me senté con ellos y dije: «yo no puedo inventarme y transformarme en algo que no creo, que no siento, que no soy. Entonces si vamos a seguir trabajando juntos quiero que los temas del disco sean estos, quiero que la música se haga de esta manera, estas son mis referencias, no quiero grabar directamente las ideas sino probarlas antes con músicos, tocarlas, quiero llamarme como me llamo, y quiero tener todas las decisiones artísticas del proyecto». Ahí, Danilo salió del proyecto y nos quedamos con el Ivis que me dio su apoyo total. Fue un momento difícil porque era confrontar a esos dos manes que al mismo tiempo me estaban dando todo su apoyo y su cariño para hacer una cosa, pero era inevitable que eso suceda.

– Ivis es una persona que ha estado muy cerca de tu desarrollo artístico ¿Cómo describirías tu relación con él?

– Desde ese momento, él empezó a confiar fuertemente en mí. Aflojó como toda su imposición y empezamos a fluir en la creación. Claro, eso generó que nos volvamos panas. Además, era mi única persona conocida en Quito, porque yo no tenía nada ni a nadie aquí. Nada. Ivis tiene esa capacidad de comprender, por eso es productor, porque sabe leer muy bien a las personas. Él me cachó de una, como que me acogió y dijo: «bueno, tranquilo, acá hacemos internamente las cosas, a tu ritmo. Cuando tú quieras salir, sales». Esa fue un poco la relación, como de un semi-papá.

Esta transición de Maki a Mateo Kingman fue un proceso intenso a nivel personal y musical. Las duras críticas que recibió de parte del público, luego de su presentación masiva en el concierto junto a Manu Chao y Calle 13, lo golpearon muy fuerte. Además, se encontraba en una ciudad que le resultaba extraña. “Vivía en un cuarto de dos por dos metros, horrible, en la Vicentina. Eran unas cuatro paredes y en serio solo entraba la cama y nada más. Estuve ahí dos años, no sé cómo aguante tanto tiempo. Fueron dos años de soledad total, donde no lograba conectarme con las personas en Quito, no lograba relacionarme con nadie, creo que por una diferencia fuerte de pensamiento y también porque no comprendía las dinámicas en la ciudad. Fue bien difícil”

En su disco Respira, lanzado a finales de 2015, se percibe una búsqueda de sanación. Específicamente durante su período más complejo en Quito, Mateo compuso dos canciones que reflejan claramente el estado en que se encontraba: ‘Levanta’, un tema que se dedica a sí mismo para no topar fondo; y, ‘Dame tu consuelo’, una canción que es casi un ruego de dolor.

De forma paralela, en esa temporada Mateo trabajaba en su nuevo sonido. Su acercamiento con las músicas tradicionales, que empezaron con la influencia de su madre, se reforzaron cuando fue asistente de producción en el proyecto ‘De Taitas y Mamas’, donde recorrió el país registrando el trabajo de varios de los compositores más relevantes de la música ecuatoriana. “Para mí ahí explotó todo. Verles a estos tremendos músicos en sus casas, tocando sus músicas fue una locura. A partir de ese momento decidí que quería trabajar con las músicas tradicionales de Ecuador y las investigué con más profundidad, especialmente la música andina. En la Universidad empecé a estudiar música y me apegué bastante a un investigador que se llama César Santos. Con él abrimos talleres de san juanito, nos metimos a investigar a profundidad el danzante, el yaraví, el yumbo. Yo me metí a algunos talleres de vientos andinos y empecé a desglosar los géneros y a tratar de entender realmente cómo funcionan”.

La influencia de la música tradicional la combinó con géneros musicales contemporáneos. “La parte electrónica fue porque me junté con Ivis y Alejo Mendoza -miembro de su agrupación alterna, EVHA-, con ellos empezamos a experimentar con sintetizadores y drum machines, pero fue una cosa que llegó después. Moderat fue una banda que me marcó en estas nuevas ondas que  recién estaba escuchando, porque no tenía un bagaje electrónico, como muchos creen, en realidad lo que más escuchaba era hip hop. Era fanático de The Roots, escuchaba a los Control Machete, Wu Tang Clan”. Del hip hop lo que más le cautivó fue un elemento sencillo y práctico: lo podía cantar. “Antes no sostenía una nota, entonces descubrí que poniendo mucha letra en poco espacio podía cantar. Luego me cansé de eso y empecé a buscar como cantar. Me metí a clases intensas de canto, trabajé muy fuerte durante dos años. Ahora solo hago cosas cantadas. Hay menos rap”.

Actualmente, Mateo Kingman es una de las propuestas musicales más aclamadas de Latinoamérica. Su participación en el Estéreo Picnic y su futura gira por Europa son logros del camino recorrido. Aquel que lo llevó de la selva hasta la altura andina, donde está listo para iniciar su mayor vuelo. Así, cuando piensa en el futuro, se detiene un momento, lo visualiza y se entusiasma: “creo que viajar por y con la música es uno de mis sueños más grandes. No sé a dónde, ni cómo, pero sí me gustaría perpetuar eso de los viajes con la música. Después, sí me veo viviendo de la música. Entrando en una nota menos romántica, sería chévere decir… quisiera que este sea mi oficio”.

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