Entonces, el zoom de la cámara cobraba sentido y se estiraba hasta pixelar el recuerdo. Ellos y ellas, felices. Al punto de compartir comida, anécdotas, malas palabras y bloqueador. Todo en una sola tarde. Todo de golpe y en un jeep 4×4.
Se acabó. Hace un mes y medio regresamos a Quito, a nuestras casas, a nuestras camas, a nuestros baños (¡Dios, a nuestros baños!). Por eso, lo siguiente, como cualquier resumen, quedará incompleto.
Esto es lo que me acuerdo.
Uyuni se parece a esta hoja en blanco de Word sobre la que tecleó. El Salar es incalculable. Incapturable, sobre todo. Ninguna Nikkon, ninguna Cannon, ninguna cámara le hará la mejor postal. Es mejor tener esa idea en mente para no estresarse por conseguir la mejor toma. En lugar de eso, es ideal acostarse boca arriba, con las manos entrelazas soportando la nuca, mientras los ojos se vuelven azules, mientras el cielo es un pensamiento exterior. Limpio. Calmado.
Aquí, a cualquiera se le activa la verborrea (remítase a los párrafos anteriores, por favor). Uno salta. Ríe solo o por el reflejo del otro. Uno escoge piedras del piso para tirarlas lejos y desear lo mismo que desea cuando sopla una vela de cumpleaños. Uno piensa, sin pudor, que si le apagan la luz ahí mismo, está perfecto, gracias Dios.ver más…