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BLOG | Los Pescados – La Balada de El Colorado  / El Camello

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La Balada de El Colorado

Por Juan Fernando Andrade

Era la noche de un día duro. Llevábamos ocho o diez horas en el estudio de La increíble sociedad, en Quito, donde nos habíamos propuesto grabar todas las bases del disco en cuarenta y ocho horas, esto quiere decir las baterías completas y guitarras de referencia. Cuando nos tocó grabar esta canción estábamos cansados y un poco hartos de tener que repetir cada cosa mil veces.

El plan era tocarla una vez, como para calentar, y luego dos o tres veces más hasta encontrarla. Aunque la primera vuelta era de ensayo, Daniel Pasquel y Toño Cepeda decidieron grabarla y aplastaron los botones de rigor en el control room. Al final de esa toma se hizo un silencio como de asombro. Nelson y yo nos miramos, seguros de lo que habíamos hecho (más que seguros, la palabra sería tranquilos: tranquilos por lo que habíamos hecho), mientras Daniel y Toño nos observaban desde el otro lado del vidrio, con esa sensación del one take wonder.

Fuimos al control room y la escuchamos: los cuatro viendo los monitores de las computadoras como si en esas frecuencias se pudiera leer el feeling de la canción. En ese momento me gustó tanto que sugerí dejarla como tema instrumental para siempre. Sentí –todavía siento lo mismo cada vez que la escucho– que en esa tocada, en esa forma de darle a los tambores y a la guitarra, estaba todo lo que queríamos decir: somos una banda que no toca mucho pero lucha por sobrevivir, no nos llevamos tan bien como antes pero quizá por eso tocamos mejor que antes y todo lo que queremos es hacer un buen disco, un buen disco de rock, para luego irnos a la casa tranquilos y cada-uno-cada-uno.

Contradiciendo al instinto –peligrosísima costumbre de los músicos cuando están en estudio–, volvimos a la sala y la tocamos de nuevo. Fue una mera formalidad. La primera toma era infinitamente superior.

Si no me equivoco, esta es la canción que menos arreglos tiene, la menos post-producida. La compusimos durante un ensayo en Guayaquil y yo diría que desde el primer momento fue lo que es, nada más, nada menos. Es, por ejemplo, mi canción favorita del disco. El arpegio de la guitarra me gusta tanto que decidí acompañarlo de la manera más sencilla posible para poder escucharlo mejor. Me han dicho que la batería, en las estrofas, tiene una onda Velvet Underground, pero la verdad es que me enganché con la melodía y sólo me hice a un lado para dejarla pasar.

En el coro (un coro sin letra, es decir, un coro que cada uno se inventa) sucede algo parecido: el río se desborda y se convierte en un torrente que avanza en una sola dirección, tal vez hacia una cascada. La guitarra revienta, dicen que a lo Zeppelin, y la batería sigue ese camino, como un tronco moviéndose en el caudal. Siempre veo el coro como el momento en cámara lenta dentro de una película de boxeo. El personaje principal, que tiene la cara rasgada y los párpados hinchados a tal punto que ya sólo distingue flashazos lejanos y sus propios guantes, logra lanzar el golpe de gracia a su oponente. El coro es el puño que revienta los pómulos, las gotas de sangre y sudor detenidas en el aliento espeso del cuadrilátero, el cabello mojado hacia un lado y hacia el otro, y el cuerpo rebotando en la lona hasta quedar inmóvil.

Como de costumbre, lo último que hicimos fue escribir la letra. Nelson y yo nos pusimos a comparar momentos traumáticos de relaciones sentimentales y a partir de ellos salieron los versos. Todo lo que pasa en la letra también nos pasó a nosotros, todo es autobiográfico de alguna manera y mejor no entrar en detalles para proteger a los inocentes, aún cuando no los haya. Dicen que para escribir una buena canción de amor hay que perderle el miedo al ridículo y en ese sentido ésta es una canción sin vergüenza. Cuando no sepas qué escribir, escribe la verdad, digo yo.

Hace unos meses, durante una visita a Lima, iba en el carro de un amigo escritor escuchando el disco a todo volumen. Cuando llegó esta canción le dije que para mí era la mejor y él, no del todo convencido, me dijo que por lo menos había algo innegable. Cantó: Pasé mi música a tu computador / y nunca te vi escucharla / Nunca pude oír lo que suena en tu cabeza / fue un desastre natural. Y acto seguido dijo: a todos los que nos gusta la música nos ha pasado esto con alguna flaca, huevón. Y puso la canción de nuevo, desde el principio.

 LA BALADA DE EL COLORADO

Soy invisible porque no me ves
Me transformé en ti

Puse mi ropa en otro lugar
Ahora el clóset es tuyo
Esta es tu casa
Pon tu foto en la pared
Mi boca está cerrada
Ven

Pasé mi música a tu computador
Y nunca te vi escucharla
Nunca pude oír
Lo que suena en tu cabeza
Fue un desastre natural

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El amor se va

Por Juan Fernando Andrade

Lo recuerdo como si fuera ayer. Estábamos en Guayaquil ensayando en un cuarto del barrio Los Ceibos. Por esos días Nelson peleó con una novia después de años de relación y no podía hablar de otra cosa. Yo dormía en su casa y tenía que aguantarlo, como pana y, obvio, como Pescado. Se había convertido en un ser monotemático y anémico, que trataba de hacer chistes aquí y allá para amortiguar el bajón. Una tarde conectó la guitarra, se puso frente al micrófono y empezó a cantar esta canción de la nada, como si la hubiese tenido guardada, reservada para ese momento.

Musicalmente hablando, no hay mucho más que decir. Yo hice lo que siempre hago, tocar para la rola, para poder escucharla mejor y seguir su camino y sus avisos de curva. Lo primero que se me vino a la cabeza fue un beat country, onda Jhonny Cash pero sobre todo onda Perrosky, esa pequeña gran banda chilena a la que tanto hemos coveriado y plagiado descaradamente. Así resolvimos la primera estrofa y el resto es lo que yo llamo, citando a los Sex Pistols, “la gran estafa del rock and roll”. Buscamos todas las variaciones posibles para una misma melodía y las aplicamos una tras otra de la manera más divertida en que pudimos.

En rigor podríamos decir que la canción es loud-quiet-loud y emparentarla un poco con la filosofía y el método Pixies para salvar la categoría, pero la verdad está más cerca de un tema que serviría de maravilla para abrir o cerrar un espectáculo del buen Tom Jones en Las Vegas (sólo él podría hacerle justicia a un final tan lamparoso). Si todo esto les suena como una broma es porque se trataba de eso, hacer una canción-cágate-de-risa-un-chane con poderes terapéuticos o, si lo prefieren, una sanación bailable. La tocamos en vivo muy poco después de componerla y causó el efecto Sal de Andrews: lista al instante para actuar al instante.

La letra, tan simple como es, se transforma en una especie de mantra despechado que aún con el puñal clavado en las venas decide despedir el pasado y gritar en pleno exorcismo, librándose del demonio. Lo curioso, o bueno, ni tanto, es que la canción funciona mucho mejor o mucho más claramente en las mujeres. Ellas, sabias, la cantan a grito pelado, la sudan, improvisan coreografías que en otros tiempos nos hubiesen avergonzado y ahora nos redimen. Los hombres, en cambio, se hacen a un lado, a lo mucho saltan un poco como disimulando un ataque de epilepsia, pero no están para ponerse un tema como este en la boca. Mejor así. Ya lo dijo Kurt Cobain: las mujeres son el futuro del rock.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde que escribimos esta canción, pero sé otras cosas. Sé que Nelson volvió con aquella novia y que ella averiguó de inmediato el origen del tema y que se sintió halagada y que meses después terminaron ya definitivamente y el amor se terminó de ir. Sé que ésta canción le trajo otros amores. Sé que nos gusta tocarla hacia el final de la noche. Sé que para varios amigos y colegas rockeros ésta es la prueba irrefutable de que Los Pescados se vendieron. Sé que me gusta pensar en ella como la sobrina nieta de El amor acaba, de José José, en versión comprimida pero con todas las proteínas necesarias, como la comida de las astronautas. Sé que discutimos horas de horas porque yo –y creo que también Toño– quería que la letra consistiera de una sola frase y Nelson quería agregarle Dónde va el amor / Dónde está el amor. Supongo que de verdad quería saberlo.

EL AMOR SE VA

El amor seva
Dónde va el amor
Dónde está el amor
El amor se va

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Treinta años después

Por Juan Fernando Andrade

Días antes de enviar el disco a imprenta, ya con el master en las manos o mejor dicho en el disco duro, les mandé un mail a Nelson y a Toño sugiriéndoles que sacáramos esta canción de la lista final, les dije que para mí no estaba al nivel de las demás y que lanzar un álbum con nueve temas en vez de diez no era el fin del mundo ni mucho menos. Toño me dijo que el tema estaba en su top tres y Nelson me dijo no hables huevadas o eso fue lo que en verdad quiso decirme. El asunto es que fracasé miserablemente.

Hasta ahora, esta canción me pesa (cada vez menos, es cierto). Recuerdo que cuando nos enviaron la primera prueba del disco, masterizado a la carrera en Nueva York, lo metí de una al iPod y salí a pedalear para escucharlo completo, cumpliendo con lo que llaman el test drive. Y me encantó. Pero este tema me dejó a medias, hay algo ahí que para mí todavía no cuaja del todo y creo saber por qué. Esta canción es nuestro pequeño Frankenstein, fue armada con retazos de otros cuerpos vivos que jamás pudieron valerse por sí mismos y eso, intuyo, me obliga a desconfiar. Lo que me gusta, lo que creo nos salió bien o no tan mal, es que logramos una canción circular, un tema cuya estructura funciona cuando a la vuelta de casi cuatro minutos vuelve a su punto de partida y completa los 360 grados: intro-estrofa-coro-variación-coro-estrofa-intro.

Tendría que decir que también me gusta el tema “crisis de los treinta”. Escribimos la letra entre Guayaquil y Quito, a medida que la canción iba encontrándose con dificultad, y entre esos meses ambos cumplimos los treinta, pasamos al tercer piso, y de alguna manera dejamos de ser jóvenes para siempre (uno se da cuenta porque ya no aguanta los chuchaquis con la misma entereza). Cuando yo tenía quince, un tipo de treinta me parecía un anciano, un papá o algo peor, y ahora esto… treinta y uno y contando, qué desgracia. De ahí viene esa esperanza desesperada de la primera estrofa. Mirando para atrás / siento que no estoy tan mal / he ganado cicatrices / he perdido apuestas / Soy otro / treinta años después / soy el mismo / todo lo que es.

Esa última línea, “todo lo que es”, sería muy probablemente lo mejor de la canción y quizás hasta la rescate del olvido. La frase se usa mucho en Manabí y significa lo mismo individuo que universo. Por ejemplo, “todo lo que es” un ceviche de cangrejo se refiere inicialmente a la exquisitez mencionada, pero también a todo lo que implica, todo lo que conlleva (la pesca, el asesinato, el agua hirviendo) y todo lo que filosóficamente puede surgir (el sabor que antecede a una revelación profética) tras devorar un crustáceo bien curtido. De la misma manera, todo lo que es el yo, o sea todo lo que soy, habla de un momento en el presente, casi que habla de una foto, pero también de todos los momentos en la vida de un sujeto cualquiera, de todo el alineamiento cósmico que debió suceder para llegar a esa foto en particular. Es decir que estamos frente a una frase total y sin límites de interpretación. Todo lo que es es todo.

Y ya que estamos en estas, me gusta algo más. Cuando la canción se raya y se hace la bacán con su onda country-punk, Nelson canta lo siguiente: Bajo por tu garganta / de afuera hacia adentro / Puedo verte el alma / encerrado en tus huesos. Allí estamos hablando de tu licor favorito, de tu fiel compañero en el absurdo y en el abstracto, estamos hablando como lo haría el trago que lleva tantos años contando contigo, destruyéndote con cariño, arrugándote el hígado, llenándote de valor cuando hace falta y dirigiendo con el rigor del desastre una serie de cagadas desafortunadas. Nadie te conoce mejor que tu vicio. No lo olvides.

El resto, francamente, podría omitirse. Queda, a mí parecer, la intro, sin duda uno de los trabajos mejor logrados de Nelson en modalidad slide guitar, que ganó harto al grabarse con un dobro y hasta puede escucharse tranquilamente sin que exista la necesidad de continuar hacia la canción completa. Y queda también toda la buena intención de tocar los toms en la estrofa como Ringo en Polythene Pam. Usamos dos floor toms y, en contra de todos los esfuerzos que hizo Daniel Pasquel (Can Can, Marley Muerto) por impedirlo en su calidad de ingeniero de sonido, desafinamos uno a propósito porque dónde se ha visto que uno toque con todo afinado. No, pez.

Y vamos terminando y me alegro de haber escrito más, bastante más de lo que creía poder escribir sobre este polémico y capaz incomprendido track. Sí, eso es. Hay algo que no comprendo y que jamás comprenderé porque varia gente me ha dicho que es la mejor canción del disco. Está bueno eso. Nosotros la escribimos y la compusimos y la grabamos pero eso no quiere decir que sea nuestra. Es más, hasta la fecha no la hemos tocado en vivo (probablemente por mi culpa). Las canciones no tienen dueño, son de quien las quiera, de quien las necesite. Las canciones son de quien escucha en ellas algo que los demás ignoramos por completo.

TREINTA AÑOS DESPUÉS

mirando para atrás
siento que no estoy tan mal
he ganado cicatrices
he perdido apuestas
soy otro
treinta años después
soy el mismo
todo lo que es

bajo por tu garganta
de afuera hacia adentro
puedo verte el alma
encerrado en tus huesos

yo sé la salida
no es el rencor
no tengo familia
puedo comprar algo mejor

prefiero dar la vida
y no pedir perdón
si la sangre se avecina
mueres tú
quedo yo

bajo por tu garganta
de afuera hacia adentro
puedo verte el alma
encerrado en tus huesos

mirando para atrás
siento que no estoy tan mal
he ganado cicatrices
he perdido apuestas
soy otro
treinta años después
soy el mismo
todo lo que es

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Propaganda

Por Juan Fernando Andrade

Hace rato que queríamos hacer una canción como esta, una canción que se pueda escuchar a todo volumen, cabeceando frente al espejo, una canción que sirva para tocar air guitar y levantar los brazos en señal de victoria, esperando el rugido de un millón de almas que no están ahí pero como si lo estuvieran, voces que no existen pero acolitan igual, las voces de esa gente a la que nunca conoceremos, de esa gente a la que siempre hemos conocido, las voces de nuestros hermanos, de todos los que han rockeado en privado como si estuvieran en el estadio de Wembley.

De los diez temas del disco, Propaganda fue el primero que compusimos y no suena descabellado decir que sin ella no existiría nuestro tercer álbum, o que nos gustó tanto que quisimos hacer un disco que la acompañe. Es la canción que más hemos tocado en vivo, la más nuestra, la que nos levanta cuando el show está ya muy avanzado y empezamos a tropezar de cansancio. Entonces viene esta canción y viene el embale y nos viene esta sensación anfetamínica de estar demoliendo hoteles. Es como si la canción fuese un avión y nosotros pasajeros de un viaje cuyo destino es, ciertamente, lo de menos.

La música la hicimos pensando en un pelado que está aburrido, en caleta, como la gaver, que siente que la vida le está debiendo ya demasiadas cosas, y quiere reventar. Las estrofas corren a propósito, corren o persiguen a alguien que corre, como quieran, y esa pausa antes del coro es el momento preciso para tomar las armas y abrirse camino hacia las frases que nos ayudan a botar el odio que sentimos por la clase política. ¿Cuánto quieres? / ¿Cuánto hay? / ¿Cuánto tienes? / ¿Cuánto hay? Esas parecen ser las únicas formas de expresión verbal que los políticos ecuatorianos son capaces de interpretar, eso sí, con menos facilidad que un asno.

Para nosotros no hay político bueno y quien se meta en ese circo de mendigos vanidosos y mesías desempleados será siempre una persona sospechosa: mucho más si habla de revolución como los pastores dementes hablan del apocalipsis, buscando en sus gritos histéricos la salvación. La política es un juego sucio por naturaleza y es imposible que las piezas salgan del tablero ilesas o con las manos limpias. A lo mucho habrán buenas intenciones e incluso puede que haya hasta una vocación de servicio, pero más temprano que tarde los ideales se venden, los principios se tranzan, los discursos se vuelven la hierba que camufla la maldad, los proyectos se convierten en negocios y las personas que defienden a los pobres se compran carros de lujo para no sentir los huecos en la calle.

Venimos de un lugar maltratado por generaciones y generaciones de administradores públicos, cuyo único interés ha sido engordar su patrimonio hasta la gula y la náusea. Venimos de una ciudad y de una provincia y de un país donde político es sinónimo de delincuente. Venimos de una sociedad que viendo lo que ve y sabiendo lo que sabe premia el ridículo con dignidades y acude a las urnas para tener su certificado de votación cuando lo que debería hacer es prenderle fuego a cualquier cajero de banco que le pida ese puto certificado de estupidez. Además, nunca como ahora hemos sufrido las consecuencias del fanatismo y la propaganda repulsiva. Parecería que nada escapa a la vulgaridad implícita en una campaña, y si no podemos escapar tampoco nos vamos quedar parados mientras nos pintan la cara con colores ajenos.

Los políticos son el enemigo y para ellos va esta canción, nuestra canción más dura, más revolucionada, más ándate un poco a la mierda. Y para ellos también las ganas de volver a tocarla y partirles la guitarra en la cabeza y meterlos en el bombo y enterrarlos veinte mil metros bajo tierra.

PROPAGANDA

Alza la mano y ponte de pie
Están buscando gente de bien
Pinta tu casa de un solo color
Cuál es el jefe
Cuál es el patrón

Propaganda
Caras de papel
Manos largas
Esperan fin de mes

¿cuánto quieres?
¿cuánto hay?
¿cuánto tienes?
¿cuánto hay?

Ya es de noche
Ya puedes salir
Los gorilas no llegan hasta aquí
Y todos duermen en el hogar
Y sólo escuchas a tu padre roncar

Propaganda
Caras de papel
Manos largas
Esperan fin de mes

¿cuánto quieres?
¿cuánto hay?
¿cuánto tienes?
¿cuánto hay?

Dame un arma para jugar
Tal vez ya no vuelva jamás
Arriesga tu comodidad
Desconecta tu radar

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Cuenca

Por Juan Fernando Andrade

Esta canción salió durante un jamming eterno en el cuarto de ensayo de las Vírgenes Violadoras, la banda post-punk guayaquileña. Supongo que estábamos preparando algún concierto porque habíamos pasado varios días yendo a esa guarida húmeda en el centro, reencontrándonos con el repertorio y con nosotros mismos.

Yo soy muy básico y no tengo problema con tocar la misma canción todo el día si hace falta: creo sin reservas en el arte de la repetición. Nelson, en cambio, necesita cambiar de frecuencia cada tanto y a veces, sin que haga falta anunciarlo, improvisa entre canciones para romper el rigor del ensayo. Durante esas improvisaciones yo trato de descubrir a tientas por dónde va la cosa y hacerme un lugar dentro de la idea. Por lo general tocamos sin mirarnos, tratando de presentir las variaciones (muchas de ellas totalmente predecibles en el lenguaje de la banda), y sólo cuando hemos encontrado un interés común entre la guitarra y la batería alzamos la frente, nos miramos y decimos esto está bacán, ¿qué sigue?

Así, después de cinco o diez o puede que hayan sido incluso quince minutos dando vueltas por todas partes, frenando y acelerando, dimos con la sección dance de la canción y el resto, intuyo, fue buscarle un cuerpo más rockero a esa extremidad casi techno. En el resultado se mezclan las estrofas con onda Foo Fighters, el coro noventero con arpegio y agresión, un paréntesis corto y pesado que Toño Cepeda, el productor, tuvo a bien llamar “esa parte Black Sabbath” y el final embalado que es prácticamente un plagio de los últimos treinta segundos de Review Mirror, una canción de Pearl Jam que tocábamos cuando estábamos en el colegio.

Antes de entrar al estudio, Toño nos obligó –gracias al cielo– a grabar ensayos para pre-producir las canciones. Desde entonces supimos que Cuenca tendría más trucos que cualquier otra. Queríamos que cada parte tuviese muy clara su identidad, doblar varias guitarras para endurecer las estrofas y jugar con sintetizadores para reproducir la sensación térmica de una disco en ebullición. Nelson tuvo que abandonar su método usual de trabajo, tocar notas graves y agudas al mismo tiempo, para grabar todo por separado y rearmarse como guitarrista en la mezcla. Grabar es como desdoblarse, bajarse del escenario, abrirse de la tocada, y verse a uno mismo con los ojos de otro.

La letra la escribimos en Portoviejo, al regreso de un concierto con Los Niñosaurios en Cuenca. Fue una noche memorable. Tocamos al aire libre y la plaza estaba llena. Tomamos pecho amarillo para calentar y en el after que se prolongó hasta el amanecer hubo almas caritativas que repartieron ácido, Dios las bendiga. Cuenca es una de nuestras ciudades favoritas, la gente que va a las tocadas realmente escucha, realmente aprecia, y está pendiente del trabajo que cada banda haga entre show y show. Por debajo de ese manto conservador cosido con retazos de alcurnia y buenas costumbres está la ciudad de la furia, un lugar que se quema y que siempre tendrá una nueva canción para mostrarte. Nuestros amigos cuencanos que son músicos tienen como tres bandas por cabeza, cada una en un género distinto, y uno puede atravesar la madrugada hablando de música.

Quisimos escribir una canción sobre los días on the road, sobre el jet lag de vuelo doméstico producido por la falta de sueño, la acumulación de kilómetros y los excesos del cliché. Esa casa con minibar de la que hablamos es el Hotel Cordero y nuestros vecinos son Los Niñosaurios. No puedo entrar en detalles porque ni yo estoy para contarlo ni mucho menos ustedes para saberlo. Cuenca era una fiesta.

CUENCA

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Blues

Por Juan Fernando Andrade

A finales de los noventa salimos del colegio y con ello acabó una larga temporada en bandas de covers en lo absoluto exitosas o populares. Nelson y yo nos fuimos cada cual por su lado y no volvimos a tocar juntos sino hasta uno o dos años después, cuando nos encontramos en Quito, ya en la universidad. Sin que pueda explicar cómo o por qué, ambos habíamos llenado parte de ese tiempo descubriendo y escuchando discos de blues.

La primera banda que tuvimos en la capital, junto a otros dos músicos portovejenses, se llamaba Vereda Blues y en principio se dedicaría exclusivamente a blusear. Eso nunca pasó. Enseguida nos convertimos en una banda de rock clásico que tocaba un blues muy de vez en cuando (Red House, de Hendrix, era mi preferido), pero desde ahí, intuyo, desde ese aterrizaje y esas tocadas en las que conocimos gente que tenía muchos más discos de los que teníamos nosotros –muchos de ellos discos de blues– nos quedamos con la pica.

Blues, la tercera rola de Por la boca muere el Pez, es al mismo tiempo una canción reciclada y una venganza. Canción reciclada porque se originó de otra que nunca pudimos terminar y que, en cámara lenta, era un blues perfecto. Y venganza porque ya lo habíamos intentado varias veces y en todas habíamos fracasado miserablemente. Lo más cercano a un blues que habíamos hecho era Descompuesto, un tema de nuestro primer álbum con el que solemos cerrar los conciertos. Ese empezó como un blues pero ya en el coro se transformó en otra cosa. Y quizás lo único que conservó fue la idea de repetir la misma estrofa dos veces, como en un blues de los viejos-viejos.

Para tocar blues tuvimos que librarnos de casi todas las vanidades musicales y respetar la voluntad de la médula, convencidos de que entre esas pocas notas podíamos meter varias de nuestras intenciones como banda. El blues, nos consta, se daña cuando se complica y hay que estar muy seguro de ti mismo –moral y psicológicamente– para sostenerlo por más de un minuto. La sencillez es más fácil de apreciar que de ejecutar, tomarla entre las manos es complicado porque uno quiere lucirse y en el blues, en el blues que nos interesa, el que se tiene que lucir no es el músico sino el feeling.

La música salió en media hora o menos, incluida esa sección antes del coro en que la guitarra se toma el escenario con una frase que sí, bien podría estar en una canción de cuna, pero también en el convertible que manejan los payasos asesinos del buen Rob Zombie. La letra tardó un poco más y el proceso fue completamente ajeno a nuestra rutina. Pensamos el blues como una versión del pasillo, un pasillo torturado y sangrante, una historia de humillación pública que se contagiara como un virus entre los testigos del crimen. Y escribimos cosas que, sospecho, jamás diríamos, cosas que ojalá y algún día se griten en una cantina con lodo en el piso y licor seco en las meses pegajosas, al final de un pueblo ranchero hundido en lo más profundo del monte.

Las imágenes en los versos son bastante claras y nuestra intención nunca fue que tuvieran doble sentido, mensajes ocultos o lecturas transversales. El blues te la canta como es y quizás por eso no habíamos podido componer uno decente hasta ahora: recién estamos aprendiendo a decir la verdad. Cero huevadas. Blues power.

BLUES

Dame un hueso de tu mano
Grito tu nombre por todos lados
Pero no vienes
Estás de compras en la iglesia
Salva mi alma
Dame un cuerpo para usarla

Como un enfermo voy por la calle
Contagiado y con hambre
Pero no vienes
Estás de compras en la iglesia
Salva mi alma
Dame un cuerpo para usarla

Estoy muriendo
A tu lado sin ti

Dame un hueso de tu mano
Grito tu nombre por todos lados
Pero no vienes
Estás de compras en la iglesia
Salva mi alma
Dame un cuerpo para usarla

A tu lado sin ti

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BLOG | Los Pescados – T. Rex / El Camello

T. Rex 

Por Juan Fernando Andrade

La melodía de esta canción es tan… cómo decirlo, ¿amigable?, que teníamos que dañarla de alguna manera. Cuando ocurren cosas como esa pensamos en el principio con el que Kurt Cobain componía muchas de las canciones de Nirvana, algo así como juntar las melodías de Los Beatles con la maldad de Black Sabbath. Y ya que teníamos una canción que casi y podría tocarse en el lobby de un hotel mientras familias cristianas disfrutan de un buffet mediterráneo, decididnos ponerle una letra suicida.

La primera estrofa es, evidentemente, una confesión de primera mano: llevamos años tocando y estamos sordos y maltrechos pero lo seguimos haciendo. Ahora bien, lo hacemos porque de alguna manera tocar nos mantiene con pulso, pero también nos genera frustraciones, nos hace daño. Hemos visto bandas desaparecer porque la música independiente en el Ecuador es insostenible, o gente que lleva más de diez años “en el negocio” y aún tiene que vender un carro o hipotecar su casa cada vez que quiere grabar un disco. Este tipo de traumas te comen el cerebro, te causan insomnio y una persona que no puede dormir no puede hacer mucho más tampoco.

La falta de sueño ocasiona, entre otras cosas, falta de comunicación entre neuronas y puede conducir a la demencia. Por eso, en la segunda estrofa escribimos: Todo lo que quiero / Es poder dormir / Me quedé sin gotas / Tengo que sufrir / Mordiendo el techo. Esas gotas se llaman Neuryl (el famoso clonazepam de Calamaro y tantos otros), un relajante muscular con propiedades ansiolíticas que en ciertas farmacias se vende sin receta. Las gotas se disuelven en un poco de agua y listo, ahí se ven. De dormir, duermes, pero el sueño químico es más bien un corte de electricidad, un apagón: pasas ocho o diez o doce horas out, pero luego no recuerdas nada de nada, no parpadeas ni le das vuelta a la almohada ni te levantas a mear: es un sueño sin sueños. Y aún así es mejor que quedarse boca arriba y “mordiendo el techo”, frase acuñada por todos aquellos a quienes se les fue la mano con la fundita blanca, ya sea porque la fiesta estuvo buena o porque se portaron egoístas y se la metieron toda sin decirle a nadie.

El coro, que tiene esa voz Bowie-Jagger en su etapa más coqueta, es para nosotros el momento en el que el suicida jala el gatillo y se vuela la cabeza. Y mi cabeza… / Y mi cabeza… Nos gusta mucho que, cuando lo tocamos en vivo, la gente lo tome como el momento preciso para levantar las manos y bailar. Eso, así queremos creerlo, significa que la ironía y la rivalidad entre ideas llegaron a buen puerto: en la contradicción está el gusto.

La segunda estrofa retoma la sensación del miedo-dependencia al sueño químico. ¿Y si tomaste más gotas de las necesarias y ya nunca más habrá buffet mediterráneo junto a los otros cristianos? Puede pasar. Pudo haber pasado ya y esa imagen del zombi que aún no entiende que es zombi, y que dicho sea de paso anhela la existencia de un Dios al cual llevarle las plegarias que se dirán en su funeral, nos pareció, por decir lo menos, oportuna. Además, en ese momento la guitarra se queda sola y bien podría entonces un alma en pena treparse a las cuerdas.

Pero lo que más nos gusta son las frases con las que se despide la canción. Adiós amigos / Adiós mundo cruel. Ambas vienen de momentos clave en la historia del rock y tienen que ver con el final de los días. La primera es el nombre del último disco de Los Ramones, lanzado en 1995, que abre con la versión de I Don’t Wanna Grow Up, esa canción de Tom Waits que retrata mejor que ninguna otra la enfermedad conocida como Síndrome de Peter Pan. En ese título, en ese disco y en esa canción está el final de Los Ramones y el comienzo de su leyenda, es decir de su vida después de la muerte. Y la frase siguiente, “Adiós mundo cruel”, es el título de la canción con la que se acaba la primera mitad del The Wall de Pink Floyd, el álbum que por un lado conquistó el reino de los cielos y por otro mató a la banda en su mejor momento.

Eso queríamos, una muerte que se pudiese rockear y hasta bailar de ser necesario.
¡Feliz día de los muertos!

T. REX

Cuánto tiempo
En medio de tanto ruido
Y aquí
Aquí vamos de nuevo

Todo lo que quiero
Es poder dormir
Me quedé sin gotas
Tengo que sufrir
Mordiendo el techo

Y mi cabeza…
Y mi cabeza…

En la noche pienso
Capaz y ya me fui
Pasó sin darme cuenta
Y dejé de existir
Por eso estás llorando

Estoy llevando
Tus plegarias a Dios

Y mi cabeza…
Y mi cabeza…

Adiós amigos
Adiós mundo cruel

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