El camino de puntos suspensivos
Las salas de espera incuban aburrimiento y, en el mejor de los casos, ansiedad. Allí, los minutos pasan como una fila de pequeñas hormigas a las que hay que aplastar una por una. Ahí es donde las revistas rotas, los periódicos, las uñas y las ‘pelusas ‘de la ropa ayudan a filtrar más rápido la arena del reloj. Pocos caen en cuenta que esos sitios regalan un poco de ‘tiempo libre’ para pensar, imaginar y ordenar las prioridades en la vida.
Precisamente fue allí, en la sala de espera de un dentista donde Philippe Petit, un funambulista (persona que camina sobre un alambre colocado a una altura considerable) francés, que quería quitarse un dolor de muela, visualizó un nueva meta. En un periódico leyó que dos de los edificios más altos del mundo estaban siendo construidos en Nueva York (EE.UU.) Corría 1963 y, a la par que se colocaban los cimientos de la Torres gemelas en territorio americano, en la mente de Petit se dibujaba un camino en forma de Rayuela que lo llevó no sólo a conocer estos edificios, sino a cruzar de uno a otro caminando sobre un alambre.
‘Man on Wire’, cinta ganadora del Óscar al mejor documental 2009, presenta los pasos previos a este acto, considerado como ‘el crimen artístico del siglo’ y uno de los anhelos más descabellados. Y aunque hablar de sueños resulta un tanto cursi, ver cómo estos se cumplen es, sin duda, contagioso, pues provoca síntomas de entusiasmo y pasión por alcanzar los propios.
Como se señalaría en los libros de autoayuda, “basta trabajar con disciplina y pasión para lograrlos”. Sin embargo, Philippe Petit testimonia que el optimismo ingenuo con que nacen los anhelos no basta. Para él, “la vida debe ser vivida al borde. Se debe ejercer la rebelión. Rehusarse a seguir las reglas conforme son, rechazar repetirse uno mismo. Ver cada día, cada año, cada idea como un verdadero desafío y así vivirán sus vidas en la cuerda floja”.
Ángel Dimitri