Un hombre robusto con una camiseta y gafas negras acomoda los micrófonos en el escenario; siempre queda un pedestal vacío. La guitarra está arrimada a un amplificador, de perfil al público. La batería es más low profile, atrasito nomás. La gente empieza a adivinar quiénes de todos los que circulan por la tarima son Los Pescados. De ley han de tener pantalón blanco, camisa hawaiana y un sombrero de paja toquilla, piensa alguien que tiene una cerveza en la mano. De ley han de iniciar su presentación con el sonido de un timbal. De ley han de ser una banda de salsa que toca covers de Jerry Rivera.
No había tal, pero a la gente le costaba unir mentalmente a Portoviejo con el rock, desligar a la Costa de la salsa y el merengue y asociarla con el grunge y el metal. Hace diez años, un dúo rock de pelados manabas era una mezcla rara, una combinación igual de extravagante que el plátano con salsa de tomate. Había que demostrar que no, que Los Pescados la ‘rompen’ en el escenario, que hacen rock apanado para acompañar con cerveza.
La opción fue tocar donde sea posible y defenderse en vivo. Acudir a las citas a ciegas con públicos impacientes. Bajarse del escenario y estrechar la mano de quienes se quedaban hasta el final, frente a la tarima. Tenían que presentarse como Nelson ‘Colorado’ Coral, guitarrista y vocalista, y Juan Fernando Andrade, baterista; el power dúo de rock manabita, a sus órdenes.
Esas primeras relaciones públicas funcionaron durante un rato, pero luego se fueron gastando. Hacía falta una carta de presentación más formal, una con 12 canciones y un párrafo con los agradecimientos. Pero esa fue una foto que casi no se toma, cuenta Juan Fernando Andrade.
El año del Pescado (2007), su primer material, fue pensado como un ‘Aquí estuvo’, como un recuerdo de la banda que fue y ya no va más. Al primer disco casi no llegamos, nos íbamos a abrir, no teníamos tiempo para repasar. Pero pensamos: ‘sabes qué loco, dejemos un registro’.
La idea era hacer un cierre simbólico de la historia que empezó en los 90, cuando ‘Colorado’ y Andrade estaban en primer curso, tenían 13 años y escuchaban rock para aburrirse menos que el resto de Portoviejo. En ese entonces sus fuentes musicales eran sus hermanos mayores y uno que otro primo arriesgado que viajaba a la ‘big city’, a Guayaquil. Esa era la gran fuente, el otro lado del arcoíris donde estaba J.D. Feraud Guzmán y, por ende, los casetes de Gun´s Roses y Nirvana a la mano. De esas sesiones musicales salió la conclusión de ‘eso es lo mío’, vino el embale con ‘Smells like teen spirit’ y ya en la Universidad surgió el ahora o nunca para formar una banda.
‘Colorado’ y Andrade cruzaron la cuerda floja y sacaron el disco. Todo se puso en orden. De hecho, entre la grabación y la publicación de ‘El año del pescado’ se dieron cuenta que ya había un camino, que ya habían armado la cometa y que sólo faltaba aumentarle un chance más de cuerda para seguir. Ahí dijeron: ’No dejemos que se muera’.
Ya tenían un público, en las tocadas ya podían acercar el micrófono a la gente para que continúe con la letra y la paga por las presentaciones ya no eran shawarmas y cervezas. La cosa iba en serio. La historia tenía un to be continued. Ya nadie se quejaba de que seamos dos, de que no tengamos bajo, etc. Empezamos a forjar nuestra identidad, a aprender a tocar entre dos. En ese entonces les veíamos a los White Stripes y a los Black Keys y fue un: Son dos, somos dos… de una maricón… ¡vamos!
Ese impulso alcanzó para hacer más tocadas, presentarse en un QuitoFest, subir el video de Reina a Youtube, pensar en un segundo disco… seguirle, en definitiva. Y, como siempre, al ver para atrás, ponerse un poco autocríticos. El año del Pescado fue la recopilación de los temas que se forjaron mientras la banda misma se formaba. Es un disco inocente, pero no inofensivo.
La segunda vez en la montaña rusa ya no tiene tanto misterio, pero igual se disfruta. Para ‘No somos siameses’, su segundo disco, ya se sabían el chiste. Se fueron dos semanas a Pomasqui (norte de Quito), a una casa sin tele, sin distracciones. Tocaban hasta doce horas diarias. Luego paraban un rato y cocinaban algo. Después seguían tocando. Compusieron doce canciones, pero sólo escogieron seis que pasaron la prueba: Carne Fresca, Noticias, No te vi venir, Transparente, Ese no soy yo y Vamos corriendo. La mayoría de las letras son orgánicas, frontales, sin mucho subtexto, composiciones que a veces salían en cinco minutos. Todo fue más rápido porque ya teníamos kilometraje. Ya llevábamos cuatro años como banda y habíamos tocado en bastantes lugares.
Se la creyeron y están metidos de lleno. Ahora tienen la ayuda de María Belén Cisneros, la ‘panager’ del grupo, la dura de los negocios. Con ella en el equipo, ellos sólo tienen que preocuparse por tocar y componer, por ‘romperla’ en vivo. No se trata sólo de tocar bien, sino también de saber afrontar al público, poner actitud y tener una respuesta. En un concierto fallido se aprende más que en un año de ensayos.
En el escenario no les coge la altura, y, si pasa, ni lo sienten. Ahí es donde la gozan y la sufren; donde siempre se enfrentan al pánico de que nadie vaya al concierto.
Nunca ha pasado, menos en la oficialmente bautizada Portoviejo Rock City, donde están sus primeros fanáticos. Por su casa también están las bandas nuevas, las que vienen detrás, a las que les están poniendo oído. Saltan nombres como La Rola o Los Cangrejos… Gente que se la juega, manes que ponen en práctica y propagan el ‘De una maricón… ¡vamos!’
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Por: Oscar Molina / Fotos: cortersía Los Pescados