«En nuestro recorrido experimentaremos lo más parecido a un sauna móvil, ambientado con el vaho de las bocas abiertas y las transpiraciones evaporadas. A eso hay que añadir los llantos ininterrumpidos y el manifiesto del compañerismo oloroso».
El agente Goodsmile tiene como misión desactivar una bomba nuclear. La nuestra es llegar a Tumbes con la misma ropa y los mismos órganos vitales. Los dos vamos en el bus. Él está en la pantalla y nosotros en un sillón que se reclina lo justo para que las ‘guatas’ se aplanen. Su tiempo para rescatar a los EE.UU. (cuándo no) de una masiva explosión es 2 horas 30 minutos, más créditos. El nuestro para arribar son 13 horas.
Goodsmile, interpretado por un casi calvo Nicolas Cage, tiene la ayuda de medio ejército gringo y un Mercedes Benz con SOAT y todo. Nosotros sólo contamos con el apoyo de la guía Lonely Planet y los consejos de ‘los comedidos’ de los asientos 11 y 12. Para Cage el tiempo pasa rápido; basta un corte y enseguida puede estar de un rato a otro en Nueva York o en Nueva Guinea. En la flota Panamericana, en cambio, hay tiempo hasta para revisar con minuciosidad la fecha de caducidad de las galletas compradas a último momento y descubrir que un mordisco de Choco chip equivale a 0, 05 calorías, sin grasa, cero gordos. En ese sentido somos afortunados porque al pobre Cage apenas le queda tiempo para quitarse el sudor que le maquillaron 30 segundos antes.
En su camino él encontrará trampas, explosiones, what the fucks que se pierden en el ruido de la patrulla arrancando a toda madre, y agentes de faldas cortas y lenguas largas. En nuestro recorrido experimentaremos lo más parecido a un sauna móvil, ambientado con el vaho de las bocas abiertas y las transpiraciones evaporadas. A eso hay que añadir los llantos ininterrumpidos y el manifiesto del compañerismo oloroso.
Pero Goodsmile también suda harto. Es que desde un walkie talkie le preguntan a cada rato que cuánto falta para que corte el cable correcto y salve al mundo. Él responde que ya mismo, que ya va, que hold on a second. Acá pasa lo contrario, el conductor o nos da largas o nos ignora cuando le preguntamos cuánto falta para llegar. Da igual, a la final bien sabemos que la bomba no va explotar y que como sea vamos a llegar a Tumbes. Además, Cage está fresco porque quien le da indicaciones por ‘walkie talkie’ es nada menos que Sean Connery, y nosotros no nos psicoseamos porque nos guía el Divino Niño, exclusivamente contratado por las oraciones de nuestras mamás.
Dos horas y media después vienen los abrazos, los créditos, los agradecimientos, las tomas aéreas y la felicidad. 780 minutos luego, toca el desembarque, la quitada de lagañas, el movimiento de brazos amortiguados y la cargada de maletas; Tumbes nos recibe como una mona con vestido sedoso, amagadora, pero nada… Ya cuando uno pasa Quevedo sin percances, el resto es nada.
Estamos bien, igual que Cage.