“Según parece, acá todo el mundo cata vino. Al caminar por las avenidas, los miércoles que pasa el camión de la basura, es común encontrarse cabezas de botellas de vino que sobresalen de las fundas negras. Comprensible; una botella de 3/4 de vino tinto cuesta USD 10”.
Nuestro paso por Buenos Aires fue sólo por un motivo de escala. Hay que decirlo: no nos íbamos a mandar todo el viaje en bus. Por eso, aprovechamos una oferta aérea que nos daba un gran empujón desde Lima hasta Córdoba por USD 300, una funda de maní, una mandada de mano de la policía aeroportuaria y dos horas volando sobre la cabeza de una cuarta parte del mundo, si no es muchísimo menos. Desde Buenos Aires regresaremos hasta Quito en bus, eso está decidido. Por lo pronto nos quedaremos un par de días en Córdoba para después bajar a Buenos Aires y hacer lo que testarudamente se explicó en un par de líneas atrás.
Corte comercial
Córdoba destapó al menos dos contradicciones. Al fondo de mi ‘mochila de mano’ encontré una caja con 50 sobres de Sal Andrews que compramos antes de dejar Quito. Según parece, eso va a ser lo único que regrese tal como salió porque lo que menos vamos a tener en este paseo es llenura. Simplemente, el presupuesto no nos da.
La segunda contradicción se llama David, un cordobés de 26 años que es vegetariano. Esto le trae constantes reclamos de sus tíos y abuelos, pues todos los domingos se prepara un asado en familia. Mientras todos comen una vaca hecha rompecabezas, el toma mate y lee los cómics del periódico.
Lo mismo hace la mayoría de jóvenes universitarios que se reúnen en el Paseo del Buen Pastor, un malecón con coloridas piletas que bailan al son que se les toque. No es raro mirar las bancas de este lugar ocupadas de a dos o de a cuatro. Todos ‘pibes’ con su jarrito de mate y un tema de conversación que se pueda alargar hasta cuatro horas.
Es que en Córdoba, los únicos viejos parecen ser los perros. No ladran, no mueven la cola. Sólo duermen donde bien puedan. A veces a un costado de las piletas que, a falta de peces, tienen palos de chupete y fundas de papas fritas flotando.
Los ‘viejos viejos’ de Córdoba están en las plazas, ni siquiera dentro de las iglesias como se supondría. Están vestidos con shorts, camisas caquis y el pañuelo distintivo de los scouts. Entonces, si ven a alguien que le da vueltas al mapa de la ciudad y mira a todo lado achinando los ojos, se acercan, le plantan un beso en la mejilla y le ofrecen su ayuda. Así conocimos a Antonio Bertoti, un adulto mayor que, aparte de ser guía de turismo, es el fundador de un grupo de no videntes que catan vino.
Según parece, acá todo el mundo cata vino. Al caminar por las avenidas, los miércoles que pasa el camión de la basura, es común encontrarse cabezas de botellas de vino que sobresalen de las fundas negras. Comprensible; una botella de 3/4 de vino tinto cuesta USD 10. Pese a tan buena oferta, nosotros preferimos calentarnos con tecitos de manzana, menta y la infaltable manzanilla.
Córdoba, en sí, es la ciudad de universitarios internos y extranjeros. Por ello, su oferta de actividades se resume en malls, helados con cucharita, cafés-discoteca y pizzerías. Aunque Córdoba también es museos, iglesias, árboles sin hojas y tres fotos posadas en la memoria de la cámara.
Ahora estamos a cuatro películas (de 2h) de Buenos Aires.