“Y si el precio no le convence, qué tal el anuncio de que, por cinco pesos más, puede obtener un «bucal sin bombita hasta el final«.
No es exagerado afirmar que en Buenos Aires hace el mismo frío que uno siente cuando mete medio cuerpo en la refrigeradora para alcanzar el ‘tupperware’ con la comida de ayer. Pero lo que si parece exagerado es la cantidad de alcohol en gel que está disponible en cada estación de bus, baño, hotel y hasta en la recepción del museo de Evita. Argentina está con los nervios crispados por la gripe A. Y es entendible: hasta mediados de julio de 2009 ya habían 147 muertos. Tanta es la ‘psicosis preventiva’, que el Ministerio de Salud recomendó que se «eviten» los saludos con beso entre hombres. En los cines, por ejemplo, hay un anuncio que sugiere a los asistentes «ubicarse a una distancia considerable de los otros». Con todas estas medidas, es fácil suponer cuáles son las reacciones que se producen cuando un visitante, que no está acostumbrado a semejante invierno, estornuda.
Sin embargo, las medidas de prevención se adoptan solo en horarios de oficina. Los fines de semana, especialmente los domingos, éstas no importan. Sobre todo al bailar tango. En ese instante nadie se complica al planchar un cachete junto al de otro y respirar su nostalgia. Eso me dice Marta Urdani, una mujer de 65 años que en vez de ir a dejar limosna en una capucha vino, prefiere vestir de negro y aceptar las invitaciones a bailar. En esta improvisada pista de baile, ubicada en el barrio San Telmo, se observa bailar a ‘viejos porteños’ junto con quinceañeras que todavía no dominan el arte. Marta comenta que cuando estas parejas se juntan, se danza entre cuatro: «el viejo cierra los ojos y baila con su pasado y las chicas se dejan llevar por los brazos de su presente». Mientras tanto, el turista baila toda la pista con los ojos, intentando encontrar un ritmo para seguir.
Esta es una de las atracciones que cualquier catálogo de turismo mencionaría. Pero, en Buenos Aires también hay mucho cine mudo. Uno lo ve cuando pasa por la avenida Corrientes y observa tras las grandes ventanas de las cafeterías. Desde fuera solo se observan las risotadas, los psicoanálisis gratuitos, las levantadas de voz, los silencios que aparecen hasta que el azúcar se disuelva completo. Y qué decir del brillo de las avenidas. El neón que rebota de las carteleras de teatro y los anuncios publicitarios cambia el color de las personas momentáneamente. En media cuadra se puede pasar de un verde ‘alien’ a un púrpura GLBT.
Como en toda gran ciudad, la ‘fauna’ de Buenos Aires se divide en oficinistas de abrigo y café en mano, rockeros ‘encapuchados’, travestis que casi pasan la prueba, niños en coches de paseo y una nueva especie: el paseador de perros. Es tal la cantidad de canes que caminan por la calles de Buenos. Aires que hay que caminar prevenido para esquivar las ‘minas’ frescas y secas que dejan los cuadrúpedos.
Pero cuando se trata de Minas propiamente dichas, la ciudad tiene una oferta aún mayor. Es fácil encontrar hojas volantes ‘marketeramente’ bien colocadas en las cabinas de teléfono públicas y las paradas de bus, ofertando la compañía de ‘Karla’ o ‘Andrea’ por 30 pesos (USD 7.89). Y si el precio no le convence, qué tal el anuncio de que, por cinco pesos más, puede obtener un «bucal sin bombita hasta el final».
Hay tanto QUÉ hacer y POR hacer en Buenos Aires que falta tiempo. Acá se necesita traer chompas abrigadas y zapatos bajos, pues es difícil controlar el impulso de aplastar las hojas secas que cubren las calles.