Todos en el ambiente local de la música sabemos de él. Particularmente y más de cerca quienes tiran por el metal. Digamos que es al rock nacional, el “movimiento”, como él lo llama, lo que el Che Pérez fue al Emelec: un hincha infatigable, un activista empedernido; efímeros y comunes los dos, encausados de espíritu en un amor eterno.
En torno a su apariencia y a su interior se han tejido diversas leyendas. Se lo cree violento y enviciado, y con frecuencia se le aplica prejuicio a la voluntad de tenerlo más de cerca que en las anécdotas del rock y sus torbellinos.
– Debe ser por el pelo largo, ¿no ve?-, dice el Baserola con aire cándido.
Los estigmas han funcionado bien en su contra. Pero basta ir a verlo lavar carros en El Ejido y sentarse con él donde haya sombra para exorcizarse de los demonios que se le atribuyen.
(Saca su cédula y se detiene a leerla)
Soy José Eduardo, nací el 19 de marzo de 1969. Profesión: artesano.
¿Cuáles son los principales recuerdos de tu infancia?
Ah, no, pues… la vida es muy difícil. Desde los seis años yo ya limpiaba zapatos en el viejo Cumandá. A tan corta edad yo ya supe lo que es la vida, ¿calas?
¿Y tus padres?
Mis padres, honradamente les nombro porque en paz descansen, no me dejaron riquezas, pero me dejaron buenas enseñanzas, más que todo la enseñanza de trabajar, de no hacer ningún mal al prójimo.
¿Fuiste a la escuela?
Sí fui. Primero estudié en la Vicente Rocafuerte, luego me pasé al Pablo Neruda, pero ya, la verdad, luego me gustaron las calles, porque, sabes qué, te digo una nota, las calles son la mejor universidad: bien te dañas o bien te compones.
Y a ti, ¿qué te pasó?
No, yo vi la vida de los dos lados. Lo duro fue que en mi infancia yo no supe lo que es tener un juguete, el juguete mío era la herramienta de trabajo, el cajón (para lustrar zapatos).
¿Qué es lo más duro de la calle?
El frío, la soledad.
¿Y lo mejor?
Que te enseña a sobrevivir.
¿Cuándo y cómo empezaste a relacionarte con el rock?
Puta, viejo, cuando había la radio Pichincha, en el 78, 79. Ahí había Romper falsos mitos, con el Carlos Sánchez Montoya, y Archivos, con el Patricio Borja Reyes, si no me equivoco.
¿Qué música sonaba?
Más que todo el heavy: Barón Rojo, Ángeles (del Infierno), Obús.
Y de Ecuador, ¿cuáles fueron las primeras bandas que escuchaste?
Mozzarella y la guayaquileña Blaze, yo les vi a ellos en el Ágora (de la CCE) cuando todavía no tenía techo. Pero lo primero que escuché cuando llegamos a tener un equipo de sonido en la casa fue El rock de la prisión, originalmente de Elvis Presley, pero este rockero mexicano, Enrique Guzmán, le sacó en español.
¿El primer concierto al que fuiste?
Al de los Ilegales, de España, en La Chorrera, cuando les trajeron por primera vez. Desde ahí ya empecé a colarme en los conciertos. Me acuerdo que había los policías con sables, pero igual me colaba.
¿Y lo de Baserola Mosh?
¿Qué te untan en los zapatos cuando te lustran? Eso me puso un pana lustrabotas cuando trabajábamos en la Plaza Grande.
¿Entre el punk, el hard core y el heavy?
A mí lo que más me gusta es el extremo, el black. Me gusta un poco el punk y el heavy, pero yo no soy un tipo cerrado, yo acolito a todo el movimiento, porque al final, el rock es protesta.
¿Protesta contra qué?
Contra la sociedad, porque el rockero siempre es recriminado. Yo te digo una cosa, yo soy Baserola Mosh, soy sencillito, humilde, no soy así de andar de negro, con camisetas, porque al rockero se lo lleva en el interior.
¿Y el ritual del atuendo?
Cuando voy a un concierto ahí sí me pongo mis atuendos: mi cabello suelto, mis jeans apretados, mis botas amarillas de puras hebillas y punta de acero. ¿Sabes cuánto me costaron? ¡Cinco dólares!… en el mejor centro comercial de Quito: el Mercado Arenas.
Según tú, ¿qué es lo que te hace particular entre los rockeros?
Una, porque me identifico trabajando; otra, porque nunca han visto a un rockero lavar autos y eso admira a los otros. O sea, a través de mi trabajo yo me identifico, y a la vez llevo el rock duro en el corazón.
¿Cuál es la historia de esas dos lágrimas que tienes tatuadas en la mejilla?
Chuta, hermano, es la vida dura, la muerte de la familia, un solo golpe… y el no poder llorar ante el dolor, loco. Solo cuando estoy en tragos se me va ya porque es como que el corazón quiere explotar… y como dice el dicho, llorando no se saca nada, sino que en vida se hace todo.
¿Qué sientes cuando la banda ecuatoriana Mortal Decisión canta esa canción dedicada a ti?
No sé, no es vanidad ni orgullo, me siento bien, nomás.
¿En verdad fuiste artesano alguna vez?
Claro, pues.
¿Y qué artesanía hiciste?
Te voy a decir una nota, te va sonar tonto porque para mi forma de ver en esta vida todo es artesanía: la gran artesanía que yo sé hacer es limpiar zapatos, a mucha honra y a mucho orgullo.
Texto y Fotos por: Santiago Rosero