“Llegamos. No hay más que un agringado ‘Wow’ para describir lo que se siente al ver tanta blancura. Las reacciones también se acompañan de preguntas obvias al compañero de viaje; entonces se le dice ¡Qué hermoso!, ¿si ves? Claro que lo hace. Y de nuevo las comparaciones: Baños es así, pero un poquito más pequeño. No, cómo vas a decir. De ley, a mí me parece. Reflexiones de un nacionalismo tardío.”
El promedio de vida de una mariposa es de cuatro días. Ese mismo tiempo nos toma conocer, parcialmente, cada ciudad. Parece que jugamos a la Rayuela. En apenas dos semanas hemos pasado de Buenos Aires a Bolivia. En primer lugar, la piedra cayó en Puerto Iguazú. Para visualizar mejor el ‘centro’ de este sitio, imagine un clima de Costa, reggae que suena desde tiendas artesanales, gringos/europeos con las caras quemadas, y el canto de los grillos por la noche. Uno tiende a comparar cada sitio que conoce con algo de su país, así que, según yo, Iguazú es bastante parecido a Montañita, o al revés.
A cuarenta minutos de este ‘centro’ están las cataratas. Allá se llega en bus. Bueno, en buseta. Ahí fuimos acompañados de la misma ‘fauna viajera’ que tiene cámara en mano, bloqueador mal disperso en la nariz y pantalones caquis con múltiples bolsillos. El ambiente del recorrido era el de una excursión escolar. Todos ansiábamos conocer las grandes caídas de agua. Y vaya que en el Parque Nacional donde se encuentran saben manejar bien la expectativa. Para llegar a la gran Garganta del Diablo – la atracción central, por así decirlo- hay que caminar quince minutos por un puente que permite ver una planicie de agua donde ingenuamente se cree que aparecerá un cocodrilo que no le tema al flash de una Canon de 7 mega píxeles.
Llegamos. No hay más que un agringado ‘Wow’ para describir lo que se siente al ver tanta blancura. Las reacciones también se acompañan de preguntas obvias al compañero de viaje; entonces se le dice ¡Qué hermoso!, ¿si ves? Claro que lo hace. Y de nuevo las comparaciones: Baños es así, pero un poquito más pequeño. No, cómo vas a decir. De ley, a mí me parece. Reflexiones de un nacionalismo tardío. Pausa: posar para la foto/ repetir la foto porque la cara se ‘ve rara’ y no es igual a la del espejo.
Listo ¿Será de hacerle a la aventura? De una, vamos. La escena es así: risitas al colocarse los chalecos salvavidas, ‘remangarse’ el pantalón y rezar en voz baja para que el de alado no se dé cuenta. Luego, subida a un bote ‘tembleque’ y saludos a la cámara que registra las caras de miedo que luego serán ‘quemadas’ en un DVD de quince minutos y USD 100 que entregan a la salida (Ni cag….). Fuimos cerquita de la caída de agua y mientras más nos ‘estilamos’ más nos reímos y más nos convencimos de que valió la pena.
Después la piedrita cayó en Asunción (Paraguay). Ecuación igual a: más calor, menos ropa. Menos cosas que ver, también. Este es una capital que no parece capital. Es que mi idea de una capital ‘moderna’ se reduce a un Mc Donald´s en cada esquina, muchos cajeros y restaurantes que exhiban la carta afuera. Hubo poco de eso. Sin embargo, para nomás de decir ‘Yo estuve ahí’, fue suficiente un día y medio.
Enseguida, la piedrita rodó hasta San Salvador de Jujuy. La cara de Argentina que los porteños de seguro niegan. Harto boliviano, pollo al horno, casetas hechas de discos piratas, algodón de azúcar y hasta humitas en el menú. Jujuy también fue platos más baratos y la recuperación, en algo, de las libras perdidas. Bonito, ¿no? Sí, bacán, se parece a Ibarra o algo así. Simón.
En Jujuy también incorporamos un nuevo juego: el cuarenta. Caímos en cuenta, días atrás, que para pasar el tiempo hacían falta unas cartas. Fue difícil conseguirlas porque resulta que allí se las conoce con otro nombre que hasta ahora no recordamos. En fin, con el naipe en mano, las noches se van más rápido, tanto como al contar As, dos, tres, cuatro…
En J, Q, K ya estamos en Bolivia.