mayo 24, 2010

BLOG: Historias de un sillón reclinable – Cozumel

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Plan Arteria

Oscar_2Nota de Redacción: Hace mucho que no sabemos de Dimitri, más de dos meses sin ningún post, y el viaje de tres meses por Latinoamérica que inicio a finales de octubre, se ha convertido en un aparente año sabático de redescubrimiento de nuestro blogger de cabecera. La familia y amigos no para de preguntarnos por su paradero. ¿Se perdió en el desierto de Uyuni?, ¿Realizo otro viaje, pero esta vez psicotrópico?, Lo cierto, es que sin dar razón ni justificaciones envió otra historia de sillón reclinable, la cual lleva por nombre:

Cozumel

Me parece caro. Un cuarto de pollo por USD 5, es realmente un precio alto. Al menos para nuestra economía de mochilero; todo lo que pase de USD 2 está en  la categoría de ‘lujo’. Es verdad que en ocho horas no pararemos en ningún lugar, pero igual, USD 5 son USD 5.

El tren es lento. Supongo que la flecha del velocímetro zigzaguea entre los 10 y los 20 kilómetros por hora. Por esa razón nos tomará ocho horas llegar a Uyuni. Estamos equipados y el Señor es nuestro pastor, así que nada nos faltará.  Tenemos la funda con hojas de coca, por si acaso el dolor de cabeza aparezca. Tenemos los mp3 cargados, por si acaso el aburrimiento se cole. Trajimos cada uno un libro, por si acaso el insomnio nos estornude en la cara. Tenemos todo el tiempo que queremos, lo que es más importante.

A mi ‘compañera’ de viaje le tocó ir a la ventana. Desarrollamos, al principio del periplo, un sistema democrático para que cada uno disfrute de la vista en los buses, los aviones, los barcos o lo que venga en el camino. Le tocó a ella esta vez. Es cuestión de suerte. Hay ocasiones, como en Uruguay, en que la vista es genial. En ese país, recuerdo, fui a la ventana y me entusiasmé con ese paisaje: vacas, pasto, árboles completos e incompletos. Casas. Gasolineras. Gente a un lado de la vía. Sol regado por todo lado. Campo. Tranquilidad. Carretera. Esa sensación-real- de tener un camino por delante.

En cambio, hay otras veces (como esta) en las que ella vista no es tan destacable: tierra/desierto/ piedras/montañascafés/nubescorona/fondo naranja. Viene un irremediable ataque de nostalgia. Tal vez por eso no valoro esto, o tal vez por la pica de no ir a la ventana. De todos modos, mi amiga duerme y tampoco lo disfruta. El cansancio también está involucrado.

El televisor se enciende y ella se despierta. Tiene las mejillas sonrojadas y una curiosidad básica. Dónde estamos, me consulta. No tengo la menor idea, le respondo, pero ya hemos viajado tres horas y veinte minutos. La pantalla sigue con un fondo azul y la palabra DVD en el centro. Un triángulo aparece en la esquina y las luces del tren se apagan de nuevo. Es el último video de los Kjarkas (acá se pronuncia Karkas). Se titula ‘Cerveza’ y, de hecho, parece un comercial de Pilsener.

Nalgas, senos, lenguas y vasos barrigones motivan los primeros planos de este pegajoso tema. La cuestión es que comparan a una mujer con un cerveza, porque dicen la primera tiene el ‘alma fría’ o algo así.  Los gringos que van con nosotros lo miran con atención. Solo observan porque no se quitan los blancos audífonos por nada. De vez en cuando se ríen y luego viran la cara para la ventana (los que tienen ese privilegio).

El ‘Señor de los Pollos’ vuelve a pasar por el angosto pasillo y nos acerca el plato a la cara para ver si así estimula nuestro apetito y activa algún mecanismo  para aflojar el codo. Las ganas crecen en forma de saliva bajo la lengua, pero ni así. Tenemos todavía un poco de galletas y una funda con dos manzanas. Compartimos eso y un poco de la vida de cada uno. Ya hemos hablado de amor, del divertido ‘a quién si darías y a quién no’, del futuro, de los papás. Del tiempo.

Distinguimos cuando la conversación se desinfla y, de a poco, nos ponemos cada uno los respectivos audífonos para charlar en privado, con nuestra voz en off. Sabemos que vamos a llegar de madrugada y por eso intentamos dormir. Pero el video de la cerveza se repite y por ahí uno se pone pensativo y  no logra cerrar los ojos.

Ya es de noche. Me acuerdo que unos días atrás buscamos fotos del Salar en Uyuni en Google y ya sabemos lo que nos espera. Me adelanto a los hechos. Me imagino que nos vamos a tomar cantidad de fotos. Que nos vamos a sentar sobre ese desierto de sal y nos pondremos filosóficos, melancólicos. Felices.

Mi ‘compañera de viaje’ cabecea y se golpea contra el vidrio. Me aguanto la risa. Ella vuelve a intentar dormir como si nada. El olor del pollo vuelve a dispersare por el pasillo. Y yo.

Yo repito la canción en mi mp3: Cozumel, de Cerati.

Dos galones más de gasolina por delante.

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