Levantándonos en puntillas o esquivando las cabezas desconocidas, veíamos el paso de las comparsas y los diablos. Veíamos los ponchos, las máscaras, las lenguas afuera y el cansancio que empapaba las sienes y acentuaba el rojo en las mejillas. Sentíamos la vibración de las plantas de los pies aplaudiendo su peso contra el cemento.
La madrugada es un tiempo raro del día. Y más si uno está en otro país. Los postes no iluminan lo suficiente, los grillos confunden y el frío se sobrepasa, y llega a espacios del cuerpo reservados para la luna de miel. Son las 4:25 am y tenemos que escoger un hotel en un pestañeo.
El 75% de pasajeros escuchó “Llegamos a Uyuni” y se subió los cierres de las chompas, se puso los guantes de alpaca y se bajó del tren con las expectativas al hombro. Del otro lado, los ‘agentes de turismo’ de esa ciudad boliviana se acercaban para presentar su resumida oferta en trípticos con un diseño básico. Bastan las fotos de una cama tendida, una bicicleta de gimnasio y una mesa con copas en lugar de vasos, para que el recién llegado sonría y diga Ok, let´s go. De hecho, los ‘agentes’ daban prioridad a los turistas con olor a champú de manzanilla y un español estropeado. Los de países ‘vecinos’ quedábamos para rellenar los últimos cuartos.
Y así fue. En el Hotel Mesías nos asignaron una habitación con litera y baño compartido. Tuvimos que dormir con doble par de medias, pantalón encima de la pijama y bufanda (no es exageración), porque la calefacción era un valor agregado que no era compatible con nuestro bolsillo. Al día siguiente, con los ojos limpios de lagañas y el olor a menta apagándose debajo de la lengua, recorrimos Uyuni en busca de un tour para El Salar. No es que nos dimos de cómodos, sino que allá se llega solamente con la ayuda de un guía y un 4×4 con un ABC sobresaliente.
El no ser rubios- en esta ocasión-, nos ayudó. Eso hizo que nos rebajen el precio del tour y nos den el derecho (¿constitucional?) al regateo.
Luego de salir indignados (con el rabo en alto) de varios locales, encontramos uno por ahí que, a la cansada, nos convenció. No recuerdo exactamente el precio, pero sé que fueron cerca de USD 150, por tres días de tour. Éste incluía el hospedaje y las tres comidas, con un menú que contenía lomo de llama con arroz y un vaso de cola. Nos miramos con mi compañera de viaje en señal aprobatoria y abrimos el canguro que teníamos debajo de la blusa y la camiseta respectivas, para cancelar el precio de la aventura.
Las fotos de ex turistas que habían optado por ‘Viajes Rocío’, y sus mensajes de agradecimiento con marcador permanente, nos hicieron sentir que tomamos la decisión correcta. Teníamos que regresar temprano para preparar la maleta, pero nos quedamos en la calle, entre la gente. Levantándonos en puntillas o esquivando las cabezas desconocidas, veíamos el paso de las comparsas y los diablos. Veíamos los ponchos, las máscaras, las lenguas afuera y el cansancio que empapaba las sienes y acentuaba el rojo en las mejillas. Sentíamos la vibración de las plantas de los pies aplaudiendo su peso contra el cemento.
Nos nació un orgullo en la comisura de los labios.
Ya en el cuarto, los nervios nos rascaban la espalda y aplazaban el sueño. El guía del tour nos pasaría viendo mañana a las 8:30.
Seguirá (para no poner continuará).