Alguien decía que en Quito levantas una piedra y encuentras un músico. La afirmación no resulta traída de los cabellos si abrimos la página de eventos de Facebook en una semana cualquiera de verano, y analizamos la oferta: por lo menos ocho conciertos condensados en tres días, en géneros que por supuesto van en directa relación con el círculo en el que uno se mueva. Esto quiere decir que es muy probable que la oferta se triplique (o más) si pensamos que en la ciudad conviven distintas tendencias, usos y prácticas. La cifra no es despreciable.
La escena musical en Quito es diversa, y todo indica que con el paso de los años la escena se va ampliando y cada vez incluye propuestas novedosas para el medio. Apenas seis años atrás escuchar ópera en Quito era un evento extraordinario –por poner un ejemplo. Hoy en día ya se han montado obras líricas mundiales y laboriosos musicales tipo Broadway con personal exclusivamente nacional. Pero antes de pensar en espacios de difusión de lo que está considerado como música seria o académica, entremos en la génesis de la esfera musical de la ciudad.
Quito tiene una enorme tradición melódica. Poco registro hay de etapas anteriores a la República, pero se sabe que la música sacra y la popular de raíces indígenas o de tradición española era lo que se interpretaba mayormente. Ya en la etapa republicana, lo civil y lo festivo priman: pasacalles, aires típicos, valses, por un lado y por otro bandas de pueblo, hijas de las bandas militares de la Independencia.
Hasta bastante entrados los 1900, la formación musical en la ciudad era empírica y se daba informalmente, bajo el esquema maestro-aprendiz. No es hasta 1870, cuando se funda el Conservatorio Nacional de Música, que empiezan a formarse músicos académicos. La aventura duró siete años, pues Ignacio de Veintimilla lo cierra en 1877 debido a la falta de recursos económicos. Desde 1904, año en el que Eloy Alfaro lo reinagura, empieza la historia continua del Conservatorio, la cual coincide con el despunte del ritmo nacional característico del siglo XX: el pasillo.
Hasta la primera mitad del siglo XX las generaciones de músicos populares se abanderan del pasillo y se crea un verdadero movimiento de música nacional que empieza a perder fuerza en los años setenta de siglo pasado, cuando ritmos foráneos empiezan a calar en una ciudad que de repente presenta un crecimiento acelerado y un inevitable intercambio con el mundo.
Aunque entre los sesentas y setentas el rock hace su aparición –y también la música protesta latinoamericana–, otros ritmos conviven en espacios selectos desde hace varias décadas. La masificación de lo que podría agruparse como música urbana empieza en los ochentas, tiene su fuerza en los noventas y defi-nitivamente presenta un enorme crecimiento en la entrada del siglo XXI. La cantidad de músicos y agrupaciones que existe hoy en día en el Distrito Metropolitano es incontable. Aún si solo nos centramos en aquella que, siendo popular, no cabe dentro de la canasta de la música comercial.
¿Cómo se hace un músico en Quito?
Hoy en Quito, como toda metrópoli, conviven varios escenarios y propuestas musicales. El pasillo y la música popular, aunque con marcado declive en los setentas, nunca ha desparecido, y en los últimos años ha experimentado un renacer con jóvenes intérpretes que han socializado estos ritmos entre las nuevas generaciones (Los Hermanos Núñez, por ejemplo). A la par, surge un movimiento alterno de músicos que vienen de escuelas como el jazz, el blues o el rock, y que presentan renovadas propuestas mestizas, como es el caso de María Tejada, Álex Alvear o Carlos Grijalva.
Estos músicos pertenecen a una generación que sin dedicarse a la música académica, provienen de espacios formales de formación musical. Durante muchos años, el músico de ritmos populares se preparaba espontáneamente: clases privadas si había cómo, y mucho de aprender en el camino. El Conservatorio Nacional y unos pocos conservatorios o escuelas privadas eran los espacios de aprendizaje más comunes desde lo académico. Hoy la cosa es diferente.
La música popular y urbana ha dejado de ser un hobby para convertirse en una carrera profesional. Es el caso del Instituto de Música Contemporánea de la Universidad San Francisco de Quito, que funciona desde hace 13 años, y que tiene convenio con el Berklee College of Music, en California. Igualmente, la UDLA ofrece una licenciatura de cuatro años en música.
“En los músicos locales, hay de todo: académicos, autodidactas… Pero la nueva camada viene mucho más preparada”, explica José Fabara, integrante de la Rocola Bacalao, banda de ska fusión. Fabián Romero, músico y productor musical, opina que “somos autodidactas entre comillas, la mayoría ha tomado clases por aquí y por allá, sin una titulación profesional, pero con un gran conocimiento transmitido oralmente. Lo de autodidacta más bien lo aplicaría a las ganas de entender y analizar cómo funciona la música, sea el estilo que sea”.
Además del estudio puro de música, algunos institutos ofrecen carreras como sonido, diseño y producción de audio e incluso arreglos musicales, como es el caso del Instituto de Artes Visuales de Quito IAVQ. En conclusión, cada vez son más los espacios de formación, pero ¿existe un mercado para todas estas propuestas que se van solidificando? ¿Cómo se financia la música en Quito?
La autogestión es todo
La música masiva y comercial tiene otros canales de difusión y financiamiento y, por lo tanto, un mercado distinto. Entre la gestión privada empresarial que generalmente apuesta por productos extranjeros y el músico que literalmente se las busca, hay una enorme y obvia diferencia. Para Diego Falconí, radiodifusor y conductor del programa Área 51 de Radio Visión, existe demasiada autogestión en la escena “independiente”, que es básicamente la mayoría: “Desde mediados del 2005 para arriba, las bandas cada vez han tenido más fuerza para autopromover la producción de sus discos, los conciertos”.
Falconí cree que la autogestión finalmente resulta un problema, pues muchos terminan desistiendo por falta de apoyo. “Hace falta auspicio de la empresa privada y generar buenas estrategias comerciales”. Entre esa sensación de que la empresa privada ha empezado a quitar el apoyo a la difusión de la música está quizás la idea de que las instituciones públicas se han convertido en las grandes financiadoras de las artes en general.
Conciertos masivos como el QuitoFest, el Ecuador Jazz o la Semana del Rock tienen auspicios públicos, pero también están otro tipo de eventos como la Fiesta de la Música o el reciente Music Lab Festival, que se gestionan con auspicios y fondos privados también. Para Fabián Romero, la autogestión muchas veces puede volverse un problema porque un músico debería dedicarse a la música, ya que “hay gente que se ha preparado específicamente para eso y muchas veces los músicos no tenemos ese conocimiento”. Él personalmente financia sus proyectos musicales con trabajos relacionados como elaboración de bandas sonoras para obras de teatro, sonido para video, y dictando talleres de música y producción.
En la otra orilla, José Fabara defiende la autogestión pues “aunque demanda harto trabajo, es la única manera de mantenerse independiente. A nosotros nos ha funcionado durante 13 años”. Eso sí, cree que hay que estar muy bien organizado, “saber cómo armar una propuesta, qué ofrecer a un auspiciante, cumplir los acuerdos”. La idea de todo músico es lograr generar ingresos a partir de su trabajo, por eso muchos, como la Rocola, también se financian con la venta de discos, camisetas, afiches, y por supuesto, entradas a conciertos.
Lo difícil es hallar un público objetivo para su producción, dado que al ser ya un mercado pequeño demográficamente hablando, son pocos los pedazos del pastel disponibles. Entonces, ¿cómo hacen los músicos para hallar un público y difundir su trabajo?
Estrategias de difusión
Por el momento que se vive, el principal canal de socialización de la música hoy en día son las redes sociales y la Internet. Allí se anuncian conciertos y se difunden las nuevas propuestas. Además de los ya tradicionales Youtube y My Space, nuevos sitios como Reverbnation y Soundcloud permiten a los internautas escuchar bandas locales. El ya clásico evento de Facebook, es hoy por hoy la principal vía para dar a conocer conciertos pequeños en bares y discotecas.
Quienes se dedican a la música generalmente tienen sus propias páginas en redes sociales y lo complementan con las páginas web. Otros espacios importantes pero no muy masivos, son publicaciones especializadas virtuales como Plan Arteria, Telón de acero, Ecuarock, etc. Igualmente, hay páginas web que promocionan conciertos exclusivamente como conciertosytocadas.com o tocadas.com.
El mundo en la red tiene su propio acelerado ritmo, pero para Diego Falconí, se trata simplemente de herramientas, ya que considera que las redes sociales no son un medio de comunicación. Él cree que la radio es aún la mejor herramienta de difusión de la música. No obstante, la realidad de la radio en la ciudad es notoria: podemos hablar de un 90% de programación de música extranjera, aunque radios como la Pública, la Municipal, la Visión, la Metro o la COCOA de la USFQ tienen programas especializados en donde pautan música local y nacional.
Para Fabara, la gente que busca algo específico en la música simplemente no oye radio, sino que busca su música en Internet. Muchos oyentes señalan que la radio virtual Ultramotora es un importante espacio de difusión de bandas locales. Por otro lado, si de medios convencionales se trata, los periódicos le han dado gran cabida a las propuestas musicales locales los últimos años.
Fabara asegura que parte de la promoción son los medios tradicionales y recursos como afiches y volantes, pero cada vez se usan menos cuando se trata de conciertos pequeños. Ahora, todas estas estrategias de promoción ven la luz en espacios como salas de conciertos, bares, cafés y discotecas con una amplia oferta semanal.
Los eventos más grandes tienen dos tendencias: o forman parte de grandes festivales gratuitos en espacios públicos y abiertos o, dependiendo del género musical, son conciertos pagados de uno o varios artistas.
Por: Rocío Carpio | @marocape / Fotos: Martín Jaramillo
Texto publicado en Revista Q mes de Septiembre 2012