Por Juan Fernando Andrade
Los primeros versos fueron inspirados por un tema de Charly García llamado Cuchillos, del disco Say No More, editado en 1996. En esa canción, los fans de Charly lo vimos o quisimos verlo mirando a su pasado, cuestionando su vida y la nuestra como si fuesen una sola. Cuchillos comienza así: Hay en este lugar / mucho para dar / no te puedo mentir. Ese lugar, creímos y seguimos creyendo, es él mismo, puertas adentro y con las luces quemadas, cuando todos se han ido y sólo quedan colillas en el cenicero y licor secándose en el piso. Ese lugar, en nuestro caso, sólo puede ser uno: Portoviejo.
Durante varios meses, esta canción fue un apéndice instrumental que solíamos tocar pegado a Carne fresca, una de nuestras canciones favoritas, del EP No Somos Siameses (2009). Hasta ahora lo veo como un epílogo musical y como buen epílogo tenía que ser corto y directo. Si no me equivoco escribimos la letra apenas semanas antes de que Nelson grabara las voces en Guayaquil, en Ermitaño Records, dirigido por Toño y con Carlos Bohórquez, de Mamá Soy Demente, como ingeniero. Sabíamos que era una canción noventera, noventerísima, que había venido de algún sitio de nuestro pasado, una canción que ya conocíamos pero habíamos olvidado por más de diez años.
A diferencia del resto, lo primero que tuvimos fue el título, en honor a esas colecciones de discos que vendían en la tele y prometían “las mejores baladas” de alguna década o “lo más bailable” de otra. Y también, claro, está el guiño a That 70’s Show, que en su momento nos gustó mucho aunque lo hayamos olvidado casi sin esfuerzo. En todo caso, queríamos hablar de los noventas como lo que son, el pasado, pero no un pasado adornado con la niebla de la nostalgia, donde todos los recuerdos, incluso –y sobre todo– los malos brillan sospechosamente. No. Queríamos hablar del pasado que te acompaña, del pasado que eres, del pasado que somos, queríamos hablarte para que sepas que no te hemos olvidado y que jamás lo haremos porque el pasado, ese país extranjero en el que la gente hace las cosas de otro modo, como diría Pascal, es lo único seguro que tenemos en la vida.
Arrancamos con una especie de feedback, ¿cómo más se puede arrancar una canción sobre los noventas? Después del arpegio distorsionado, lento y pesado, después de los tambores de tribu post-apocalíptica con mutaciones causadas por la radiación, empiezan las voces dobladas –onda Alice in Chains, nos han dicho– a reconocer que un recuerdo parece un video en pausa, congelado eternamente, hasta que vuelves a él y tomas tu lugar (tu lugar en el pasado, no lo olvides). La primera estrofa, Este lugar / es como un recuerdo / vuelve a empezar / cada vez que vengo, se refiere a todos nuestros viajes de regreso a Portoviejo Rock City, a nuestro deseo de cambio y a nuestra resistencia al mismo: muy adentro quisiéramos que ciertas cosas no cambiaran nunca, que la gente escuche rock en la calle y tome cerveza hasta el vómito como si no hubiera mañana. El coro, Dime que no / soy igual que tú / ¿Dime que no? / soy igual que tú, es volver a un concierto en la adolescencia y mezclarse en el mosh y acomodar un golpe entre las costillas, pelear por ser distinto y pelear por ser parte de todo. También es decirte que llevamos el mismo peso a cuestas, sobre los hombros, y que ese peso a ratos es el de un trofeo y a ratos es el de un ataúd.
El final, esa variación que se corta como se cortaron nuestros días en Portoviejo, dice, En otro cuerpo / con otro nombre / en otra historia. O sea que all in all is all we are. O sea que todos somos el mismo hijueputa, ese mismo man hablando la misma huevada, contando un montón de historias que comienzan de la misma manera, “allá en mi pueblo…”