diciembre 12, 2012

BLOG | Los Pescados – La Balada de El Colorado / El Camello

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Plan Arteria

La Balada de El Colorado

Por Juan Fernando Andrade

Era la noche de un día duro. Llevábamos ocho o diez horas en el estudio de La increíble sociedad, en Quito, donde nos habíamos propuesto grabar todas las bases del disco en cuarenta y ocho horas, esto quiere decir las baterías completas y guitarras de referencia. Cuando nos tocó grabar esta canción estábamos cansados y un poco hartos de tener que repetir cada cosa mil veces.

El plan era tocarla una vez, como para calentar, y luego dos o tres veces más hasta encontrarla. Aunque la primera vuelta era de ensayo, Daniel Pasquel y Toño Cepeda decidieron grabarla y aplastaron los botones de rigor en el control room. Al final de esa toma se hizo un silencio como de asombro. Nelson y yo nos miramos, seguros de lo que habíamos hecho (más que seguros, la palabra sería tranquilos: tranquilos por lo que habíamos hecho), mientras Daniel y Toño nos observaban desde el otro lado del vidrio, con esa sensación del one take wonder.

Fuimos al control room y la escuchamos: los cuatro viendo los monitores de las computadoras como si en esas frecuencias se pudiera leer el feeling de la canción. En ese momento me gustó tanto que sugerí dejarla como tema instrumental para siempre. Sentí –todavía siento lo mismo cada vez que la escucho– que en esa tocada, en esa forma de darle a los tambores y a la guitarra, estaba todo lo que queríamos decir: somos una banda que no toca mucho pero lucha por sobrevivir, no nos llevamos tan bien como antes pero quizá por eso tocamos mejor que antes y todo lo que queremos es hacer un buen disco, un buen disco de rock, para luego irnos a la casa tranquilos y cada-uno-cada-uno.

Contradiciendo al instinto –peligrosísima costumbre de los músicos cuando están en estudio–, volvimos a la sala y la tocamos de nuevo. Fue una mera formalidad. La primera toma era infinitamente superior.

Si no me equivoco, esta es la canción que menos arreglos tiene, la menos post-producida. La compusimos durante un ensayo en Guayaquil y yo diría que desde el primer momento fue lo que es, nada más, nada menos. Es, por ejemplo, mi canción favorita del disco. El arpegio de la guitarra me gusta tanto que decidí acompañarlo de la manera más sencilla posible para poder escucharlo mejor. Me han dicho que la batería, en las estrofas, tiene una onda Velvet Underground, pero la verdad es que me enganché con la melodía y sólo me hice a un lado para dejarla pasar.

En el coro (un coro sin letra, es decir, un coro que cada uno se inventa) sucede algo parecido: el río se desborda y se convierte en un torrente que avanza en una sola dirección, tal vez hacia una cascada. La guitarra revienta, dicen que a lo Zeppelin, y la batería sigue ese camino, como un tronco moviéndose en el caudal. Siempre veo el coro como el momento en cámara lenta dentro de una película de boxeo. El personaje principal, que tiene la cara rasgada y los párpados hinchados a tal punto que ya sólo distingue flashazos lejanos y sus propios guantes, logra lanzar el golpe de gracia a su oponente. El coro es el puño que revienta los pómulos, las gotas de sangre y sudor detenidas en el aliento espeso del cuadrilátero, el cabello mojado hacia un lado y hacia el otro, y el cuerpo rebotando en la lona hasta quedar inmóvil.

Como de costumbre, lo último que hicimos fue escribir la letra. Nelson y yo nos pusimos a comparar momentos traumáticos de relaciones sentimentales y a partir de ellos salieron los versos. Todo lo que pasa en la letra también nos pasó a nosotros, todo es autobiográfico de alguna manera y mejor no entrar en detalles para proteger a los inocentes, aún cuando no los haya. Dicen que para escribir una buena canción de amor hay que perderle el miedo al ridículo y en ese sentido ésta es una canción sin vergüenza. Cuando no sepas qué escribir, escribe la verdad, digo yo.

Hace unos meses, durante una visita a Lima, iba en el carro de un amigo escritor escuchando el disco a todo volumen. Cuando llegó esta canción le dije que para mí era la mejor y él, no del todo convencido, me dijo que por lo menos había algo innegable. Cantó: Pasé mi música a tu computador / y nunca te vi escucharla / Nunca pude oír lo que suena en tu cabeza / fue un desastre natural. Y acto seguido dijo: a todos los que nos gusta la música nos ha pasado esto con alguna flaca, huevón. Y puso la canción de nuevo, desde el principio.

 LA BALADA DE EL COLORADO

Soy invisible porque no me ves
Me transformé en ti

Puse mi ropa en otro lugar
Ahora el clóset es tuyo
Esta es tu casa
Pon tu foto en la pared
Mi boca está cerrada
Ven

Pasé mi música a tu computador
Y nunca te vi escucharla
Nunca pude oír
Lo que suena en tu cabeza
Fue un desastre natural

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