Se sabe desde hace mucho tiempo, pero hace falta decirlo claro: el rock es tan propio y característico de la identidad quiteña como han sido el pasillo, el sanjuanito o el yaraví. Centenas de miles de personas, jóvenes o no, han adoptado la fuerza, la crítica y la estética rockera como una forma de vida. A propósito de la visita a Quito de Metallica, una de las mayores bandas del mundo, hemos querido dar un espacio de reconocimiento a nuestra propia tradición rebelde y escribir la leyenda de nuestros propios mitos. ¡Salud y anarquía!
QUITO EN CLAVE DE ROCK
Por: Pablo Rodríguez
Una tradición de más de cuatro décadas ha hecho sonar los acordes duros y las letras testimoniales en la ciudad. Contra la represión y los prejuicios, el movimiento rockero quiteño ha empezado a extenderse al mundo, mientras cada día trabaja con creatividad y constancia.
Hasta los años noventa el rock en Quito se desarrolló de forma des-ordenada y dispersa. Se pueden ubicar primeros atisbos de rock en la Capital a fines de los sesenta, en agrupaciones que hacían covers de bandas mexicanas, generalmente versiones de temas estadounidenses cantados en español, con lo cual el rock ecuatoriano, indirectamente, se influenció por Bill Halley, Elvis Presley, Chuck Berry, entre otros. En esa época el término rock no existía. Se lo llamaba música yeyé, agogó, o de modo impersonal, música moderna, un nombre que, años después, ayudó a despistar el ojo inquisidor de la dictadura y las fuerzas del orden.
En aquella época no había sitios donde comprar discos ni instrumentos, mucho menos lugares donde ensayar, ni espacios para mostrar la música. Tampoco ayudaba la visión distorsionada de la sociedad que, influenciada por los medios de comunicación -sobre todo la radio-, miraba al rock con prejuicio. Aunque a la larga, esta discriminación se volvió una motivación para el sino rockero de Quito.
Largo tiempo duró el tributo al rock internacional, si bien desde las primeras etapas pululaba en el ambiente la necesidad de hacer un rock propio. El 11 de marzo de 1972 se produjo el Primer Festival de Música Moderna, que inauguró la larga historia de conciertos de rock que suceden hasta hoy en la Concha Acústica de la Villaflora. En aquel concierto fundacional tocó la banda La Tribu, que incluyó en su repertorio un tema propio llamado Por la paz, compuesto por su guitarrista, Eduardo Erazo.
Ante la dificultad por conseguir sitios de ensayo e instrumentos, nuestras incipientes bandas invertían su tiempo en cubrir esta necesidad, lo que obligaba a emplear el espacio disponible en ensayos breves con un repertorio de covers ya conocidos para sorprender en el siguiente concurso de bandas o kermés colegial, los únicos lugares en los que desarrollaba el rock quiteño.
LA IGLESIA, PRIMER CENTRO DE OPERACIONES ROCKERAS
Las bandas que sonaban en ese tiempo se formaron en los colegios, sobre todo religiosos, que disponían de equipos de amplificación, instrumentos y sitios de ensayo. De aquí proceden grupos como Los Extraños y Mozzarella (del San Gabriel), y Tarkus (La Salle).
Años después, el apoyo institucional de los colegios sería decisiva, como sucedió con Igor Icaza (Sal y Mileto) y Willy Campaña (Mortal Decisión), quienes ensayaban en la batería del grupo musical de sus colegios. Otro espacio natural de ensayo juvenil fueron las iglesias, cuyos instrumentos musicales servían para interpretar música que llamaba tanto a la fe como al rock.
Uno de estos casos –acaso el más notorio- fue el de la iglesia de El Girón, entre cuyos músicos estaban Claudio Jácome y Ramiro Acosta, quienes versionaban temas de Deep Purple, entre otros grupos, mientras ensayaban el repertorio espiritual.
Una de las primeras y más naturales confrontaciones ideológicas del rock quiteño se produjo contra la autoridad. Ya en esa época se registran los primeros casos de agresión a las libertades estéticas. Uno de los primeros momentos críticos fue protagonizado por un intendente quien en los setentas ordenó que se cortara el cabello a la brava a cuanto pelilargo habitara esta ciudad. RadioTarqui apoyó la medida desde sus micrófonos. Pedía a la gente delatar a los mechudos de su barrio para que las brigadas de policías –en lugar de coger a los ladrones- los llevara hasta los sillones de peluquería que se habían dispuesto en la Plaza Grande para que, en público escarnio, les enseñaran a cortarse el cabello como hombres…
De los conciertos en colegios se pasó a los primeros concursos de bandas, es decir a los escenarios abiertos, con el mencionado concierto en la Concha Acústica de 1972, organizado por Ramiro el “Negro” Acosta y su grupo La Tribu, inspirados en cierta medida en el Woodstock. Durante los setenta se replicaron en este sitio algunos esporádicos conciertos al aire libre.
Nuestras bandas empiezan entonces levemente a alternar la interpretación con la creación propia. A fines de los setenta se sienten los primeros ramalazos serios de un rock ecuatoriano. Pero es en 1980, cuando Mozzarella edita In Vitro, que se produce el primer disco LP de la historia del rock ecuatoriano, que incluía la célebre balada rock Tantas Cosas. Ahí podría, si se trata de aventurar hitos concretos, ubicarse el acta de nacimiento del movimiento rockero nacional.
UN INICIO EFÍMERO
Con In Vitro, Mozzarella marcó el inicio de los ochenta y la producción inédita del rock ecuatoriano, pero también su fin como grupo. Apenas empezaron a producir su siguiente disco, su vocalista se marchó a Estados Unidos y aunque buscaron otros músicos, su siguiente disco no pudo sostener la propuesta iniciada en In Vitro. La banda finalmente se separó en 1983.
El único medio para difundir este material fue la radio Teleonda Musical, la primera emisora de la ciudad especializada en rock. Cuando la dueña de la frecuencia, Mary Lou Parra de Hei, escuchó la calidad de esta nueva propuesta local se apasionó tanto que empezó a ir a los ensayos. “A veces, apenas terminábamos de ensayar, simplemente se marchaba sin decir nada. Era la prueba de que no había nada que cambiar”, recuerda Sebastián Maldonado, tecladista del grupo.
Pero a partir de este inicio, efímero pero suficientemente notorio, en la escena rockera seguían madurando las condiciones para desarrollar un proceso de creación.
Aún se hacían mayormente covers, aunque con cierto matiz local, como el grupo Luna Llena, proveniente del barrio de Los Dos Puentes, quienes versionaban hits del rock inglés, pero cantados en español y con modificaciones en las letras. Esta banda retomó, durante el primer lustro de los ochenta, los conciertos en la Concha Acústica de la Villaflora a los que llamaron Conciertos en Libertad.
El acceso a la música seguía siendo difícil. En Quito se practicaba mucho el rito de visitar al que volvía del exterior con un lote de discos, o al amigo que viajaría para encargarle algún material. En 1987, algunos rockeros del sur de Quito se ilusionaron con replicar el Festival Woodstock en el Panecillo, una idea tan ambiciosa como costosa que no pudo ser. Estos soñadores vestidos de negro no se rindieron y trasladaron la propuesta hacia las canchas de la calle Patate (en los Dos Puentes) pero el barrio se opuso debido a los prejuicios y el desconocimiento de esta propuesta cultural. Sin embargo, las trabas solo intensificaron el compromiso de los rockeros y, entonces,decidieron arreglar ellos mismos el potrero lleno de matorrales en el que se había convertido la Concha Acústica por falta de uso.
Y así el 26 de diciembre se celebró el primer concierto de la segunda etapa de festivales en este espacio, y que se ha mantenido hasta hoy, cada 31 de diciembre.
El movimiento rockero de algún modo reprodujo la lógica social de la división entre norte y sur. El primero se distinguía por ser contemporáneo, por seguir ávidamente las vanguardias y por las facilidades relativas para crear su música.
En el Sur predominó, en cambio, el ambiente del barrio y las carencias de diversas índoles. Esta diferencia geoeconómica avivó una polémica interna que confirmó la fuerza social del movimiento rockero y la firmeza de sus posturas ideológicas. Tal dicotomía ha sido analizada por Edgar Castellanos, de Fundación Música Joven, productora del QuitoFest: “El Sur ha demarcado su territorio rockero porque su rock se realiza en sectores con problemas sociales, con sentimiento de barrio, de comunidad, que se expresa en esa ortodoxia rockera. En el Norte había más influencia mediática, otras formas de acceso a la información que determinan otras formas de hacer rock”.
En 1989 se realizó el concurso internacional MTV Ecuador, en el que se inscribieron casi todas las bandas de rock del país, sobre todo de Quito y Guayaquil. La importancia de este concurso fue tal que el requisito principal de contar con temas propios, motivó a que nuestras bandas se pusieran a crear por primera vez, lo cual a su vez demostró que la carencia de temas propios realmente era una limitación para la proyección internacional de nuestro rock. Al respecto Patricio Tobar (Tarkus) resume: “Lo que implicaba ganar ese concurso era tener una producción propia que soportara el ingreso a un mercado competitivo. Pero ninguna de las bandas que participamos teníamos un disco, y apenas muy pocos temas que alternábamos con covers”.
GARROTE Y ROCK PROPIO
Los noventa empezaron con el escenario ideal para forjar un rock ecuatoriano propio que le diera una marca identitaria a los acordes duros que ya sonaban por estas tierras. La forma para hacer ecuatoriano a ese rock fue escribir canciones que contaran situaciones que vivían los propios músicos. En esta década nacen y se consolidan bandas que hoy son referentes del rock nacional y que compusieron letras críticas, “puteantes”, reflejos líricos de las condiciones de vida en las que el sistema había sumido al rockero. En esta década no solo se consolidó nuestro rock, sino que también se reprimió expresiones fuertes del nuevo movimiento, lo cual lejos de silenciar estas voces “inmorales y llenas de bulla”, como cacareaba el prejuicio, ejercieron el efecto opuesto.
Varios factores confluyeron en este nuevo momento del rock quiteño. Uno vino por los medios de comunicación: surgieron más programas radiales especializados, espacios en prensa escrita, revistas y fanzines, incluso se estableció una emisora, Radio Planeta, dedicada exclusivamente al rock. Otro fueron los conciertos en casas barriales, espacios que potenciaron el progreso de nuestras bandas, sobre todo de géneros extremos. También estuvieron los conciertos interregionales, a través de los cuales las bandas quiteñas conocieron el trabajo que se realizaba en Riobamba, Ambato, Guayaquil o Cuenca.
La producción discográfica se destacó visiblemente con discos clave como Hijos de…(Basca), La Ruleta (Sobrepeso), La Dimensión del Cuy (Crucks en Karnak), Sal y Mileto (Sal y Mileto), Perdido en el Tiempo (Falc), entre otros. Se citan dos grupos cuencanos porque tomaron gran fuerza en Quito, en los conciertos de la Concha Acústica o en el bar El Sótano, núcleo hirviente del movimiento de la época.
La represión fue otra marca de esta década. Por eso se abrieron nuevos espacios para el rock. El punto máximo de represión sucedió el 23 de marzo de 1996, en el concierto que los mexicanos Cenotaph dieron en Ambato. Allí decenas de policías y militares ultrajaron a los seguidores de esta forma de arte y de cultura. Llevaron camiones donde confinaron a las personas para hacerles requisas, cortarles el pelo y -en humillante muestra de desprecio- obligarlos a tragarse su propio cabello.
Semejantes manifestaciones de barbarie motivaron la integración de organizaciones como el Movimiento Pro Libertad Artística y Juvenil, que organizó la primera Semana del Rock Ecuatoriano, desarrollada entre el 17 y el 23 de marzo de 1997, justo un año después de la salvaje represión estatal. Esta fue una actividad multigénero que convocó distintas corrientes artísticas relacionadas con el rock local y tuvo réplicas en Ambato y Riobamba. En 2003 fue retomada por otras organizaciones que adoptaron su nombre, de las cuales Al Sur del Cielo es la que se mantiene realizando este festival hasta la actualidad.
Otro elemento clave en esta década fue la realización de grandes conciertos internacionales en Quito. Bon Jovi y DefLeppard empezaron una etapa pródiga en espectáculos remarcables en los que las mejores bandas del rock mundial sonaron en Quito, que ha seguido, si bien de modo intermitente, hasta ahora.
En 2000 se edita la banda sonora del filme Ratas, ratones y rateros, que llevaba una selección de bandas de rock quiteñas y cuencanas, cuyas composiciones acompañaron decisivamente en ese momento fundacional de la nueva cultura cinematográfica del Ecuador. Sebastián Cordero ha hecho una descripción certera cuando explica esa combinación de lenguajes: “Cuando era adolescente, la mayoría de bandas tocaban covers, pero cuando me puse a escuchar música para la película me sorprendió encontrar, por fin, cosas inéditas e interesantes hechas en Ecuador. Entonces resultó que el rock se había ubicado como una propuesta concreta, que empezó a destacarse por un trabajo de creación que hablaba de cosas reales”.
Otros espacios donde se desarrollaba el rock local también priorizaron la creación, como el festival de la Concha Acústica, realizado también por Al Sur del Cielo, bajo la dirección de Diego Brito, Cristian Castro, Freddy Achig y otros. Esta organización impuso como condición a los grupos que querían tocar, presentar un repertorio exclusivamente de temas propios. Así, este festival pasó de tener entre sus atracciones a las más dispares versiones de temas como Paranoid (de Black Sabbath), o Wish you were here (de Pink Floyd), a los más diversos grupos con propuestas propias, muchas de las cuales se convertirían en referentes del rock de todo el país.
Estos espacios le dieron una saludable diversidad al movimiento rockero de la ciudad, tanto de nuevas bandas como de nuevos géneros. Por ello se sintió la necesidad de crear nuevos espacios para el rock, como el QuitoFest (que ha logrado gran proyección tanto por su contenido como por su infraestructura), el Rockmiñahui (que desde 1998 ha mantenido una fuerte presencia escénica de grupos representativos) la Semana del Rock (que abrió un escenario exclusivo para bandas nuevas) y el Quitu Raimy (que alterna la música con foros y ferias).
A pesar de todos estos avances, el rock sigue navegando contra corriente y luchando contra los prejuicios y la incomprensión. La historia de represión tiene su línea de tiempo, que va desde el cortar el cabello a la fuerza a los jóvenes rockeros, a la requisa de correas antes de entrar a los conciertos en la actualidad, pasando por carcelazos, prisiones breves (como las que el tristemente recordado Escuadrón Volante, en época de Febres Cordero, realizó contra rockeros como Willy Campaña, de Mortal Decisión, por el solo hecho de ir por las calles vestido de negro y con el cabello largo).
Con tanta información imprecisa flotando por ahí, con un espacio tan restringido en los medios clásicos (salvo para la polémica, que siempre es atendida golosamente), el rock tuvo que generar sus propios medios. Por ello ha llegado a establecer un efectivo sistema de comunicación con varias publicaciones, programas radiales de rock, y más.
Las nuevas tecnologías permitieron accesos más democráticos a la producción e ingeniería de sonido, cuyo fruto más palpable es la consolidación de radios online, sobre todo en Quito. También la producción musical ha tenido momentos espléndidos poniendo entre 10 y 15 títulos autoproducidos por año, cifra muy representativa en un mercado rockero cuya industria musical es escasa.
Actualmente ese ritmo de producción ha bajado, pero en contraparte está ganando mucho espacio la producción audiovisual, representada en una media de dos a tres videoclips profesionales y semiprofesionales por mes que nuestras bandas autoeditan. Esta red de nuevas comunicaciones ha supuesto un regreso a las prácticas antiguas de ayuda mutua, en la que participan profesionales de diversas áreas para abaratar costos de producción.
Y EL ROCK VUELA LEJOS…
Un aspecto definitivo producido en esta última década es la presencia internacional de nuestras bandas. Muchas han alcanzado circuitos regionales e internacionales con giras en los países vecinos, Estados Unidos o Europa, continente este último al que han llegado Sal y Mileto, Ente y Descomunal.
En Sudamérica se destacan Muscaria, Aztra y Custodia. En total, una veintena de bandas, con significativos esfuerzos, han llevado su música allende las fronteras ecuatorianas.
Los beneficios de estas giras no solo se miden en la pro-moción de la música sino también en el aprendizaje y hasta en el estado anímico de los grupos. Es que alojarse en casas de paisanos ecuatorianos, cargar maletas, instrumentos y equipos en medio de un entorno desconocido, lidiar con el hambre, la carestía, y otras situaciones extremas, y luego llegar a casa con una deuda considerable, hace que un músico se pregunte cuánto vale la pena el sacrificio y la inversión. La respuesta unánime de la mayoría ha sido un Sí contundente. La vida dedicada al rock está marcada por esfuerzos, riesgos y sacrificios constantes. La satisfacción del rock no radica en los saldos a favor, sino en ver convertidos en realidad sus sueños y sus objetivos. El rock quiteño vive esa lucha cada día, mientras llega el momento de concretar ese logro que resumirá toda una vida dedicada a rockear.
Texto publicado en Revista Q marzo/abril de 2014