En Plan Arteria empezamos este año compartiendo los mejores discos del 2014 según cada uno de nuestros colaboradores. Durante las primeras semanas de enero publicaremos estos listados individuales, para finalizar destacando las mejores producciones ecuatorianas del año.
LOS MEJORES DISCOS DEL 2014 por Antonio Villarruel
10 | MORENO VELOSO / Coisa boa
Moreno Veloso no debería ocupar el décimo lugar. O más bien: debería ocupar de los primerísimos lugares de lo que se editó este año si se saca a los gringos, siempre tan prolíficos e irrebatibles en lo que a música se refiere. El hijo de Caetano ya sabe que la gloria no le tocó. Sabe que lo suyo es ajeno a la grandilocuencia. Sabe que Radiohead es un indicador de este tiempo. Sabe que su padre y lo que produjo a cidade maravilhosa una generación antes son, todavía, indicadores de su tiempo, éste. Coisa boa se agarra de estos dos soportes y plantea una fórmula verdaderamente cosmopolita: la que asume de dónde viene y en virtud de ello puede moverse sin complejos por donde se la lleve. El hombre tiene una hermosa voz, y no le hace falta querer ser como su papi, aunque lo mejor es decir que sabe bien dónde vive su música: en un mestizaje que vive procurando coincidencias.
En otro año más marcado por la mediocridad de la música francoparlante y latinoamericana (exceptuando Brasil), que todavía no puede deshacerse de su mote de artesanía y no alcanza a ecualizar su relación con las influencias de afuera, la banda Porter es una buena noticia. No por su nombre, que es olvidable. Ni por el título de su disco, que es aberrante y facilón. Lo bueno de Porter es que no resuelve estos lastres, pero los asume y trabaja desde allí. Entre épicos, altisonantes, virtuosos, pachamámicos y multi-instrumentales, crean una mezcolanza que puede sumarse a los aciertos que, en otros años, han nacido acá, en este continente. Ojo con el vocalista: es un portento.
8 | SHARON VAN ETTEN / Are we there
Puede que Sharon Van Etten sea una ilustre desconocida para medio mundo, incluidos los gringos anestesiados por la postproducción excesiva de sus ídolos de barro. Pero esto no es disculpa para no escuchar a esta nativa de New Jersey, que ha hecho un disco muy doloroso, muy fuerte, con una bandaza que jamás le sobrecarga y le deja estar como se siente, o sea, triste. Van Etten es Natalie Merchant, Vienna Tang, es Janis Joplin y Fiona Apple. Pero es principalmente alguien que escuchó todo esto, o que parece haber escuchado y simultáneamente no querer ser, sino agitar aspas por otros lados. Van Etten sabe cómo hacer que la guitarra y la computadora no sean antípodas. Con esto le alcanza y le sobra.
La mejor canción que apareció este año, Kim, está en este disco. Consta de dos guitarras eléctricas, un hammond al fondo, una batería, un bajo y una voz probablemente no modulada por el protervo auto-tune. También está en este disco la segunda: Let go. Por lo demás, este álbum homónimo de Ryan Adams es impecable, como casi todo lo que hace este cantautor que parece gestar al menos una canción al día. Guitarreas a la Ronald Reagan, como ya dijo una revista, mesuradas dosis de country, exabruptos y patetismo. Ryan Adams siempre puede. Es el aeropuerto donde aterrizar cuando se mueran los padres fundadores del folk sesentero.
Jack White debería cuidarse de ser tan antipático y arrogante. Pero no importa: el horizonte que se abre desde la genialidad ha estado siempre trabajado por imbéciles. Lazaretto no es mejor que Blunderbuss. Es más trash y menos armónico. Pero White está fuera del alcance del noventa y nueve punto ocho por ciento de los otros músicos y este disco lo prueba. Así suena el rock and roll de este siglo. El que no reniega de Robert Johnson. El que le da de comer al show y a la partitura. El de Nashville y Berlín.
TV on the Radio es tan Brooklyn que no le alcanza para ser buena en vivo. Pero Seeds, como todos (esto no es populismo: todos y cada uno de) los trabajos de esta banda y de sus integrantes en solitario, es impecable. Son capas de melodía superpuestas. Son palazos al sintetizador. Son africanos domesticados en Babel. Parece la música del escritor Teju Cole en ácidos. Fiesta tremenda y un desafío.
4 | TOM ZÉ / Vira Lata na Via Lactea
Tom Zé es el lado be del glamour musical de los años setenta brasileño y, como todo músico de ese país que se precie, es un intelectual. Tom Zé es un montón de conceptos desorganizados, es la primera derivada de la samba limpia que creció escuchando. Lo mejor que a Byrne le pudo haber pasado es rescatarlo y darle un soplo de vida porque Byrne no le da en los tobillos. Vira lata…es decadente y cabreado y antropofágico, como los textos de Oswald de Andrade. Es Trent Reznor y Tim Maia. Que no se muera nunca, por favor.
3 | BEN & ELLEN HARPER / Childhood Home
Ben Harper ha escrito con su madre uno de los mejores álbumes de su carrera, aunque dudo que le hayan puesto mucha atención. Parece que, para la crítica, fue una pequeña licencia que se le permitió. Un poco pegajoso aunque casi siempre rehúye del cliché de la casa perdida, Childhood home revive las herramientas de la trova gringa, y lo consigue. Las estaciones, el asombro ante la ciudad y sus paisajes, la observación del tiempo, la paradoja de la migración y el viaje aparecen en los textos de los dos Harper. Son magníficos cantando a dos voces.
2 | GEORGINA HASSAN / Tornasol
Tornasol es el tercer disco de Georgina Hassan, porteña que canta en ladino, portugués, español y sooninkanxanne, lenguaje del pueblo Soninke, de Mali. Por suerte no es multi-culti ni quiere insertarse al falaz concepto de la world music. En Tornasol quiere acercarse más a Brasil y lo hace con varias canciones, una de las que es acompañada por el gran Vítor Ramil. Cuando no, vuelve al folclor latinoamericano, con espanto a la demagogia y apego por la ternura. Hassan tiene una voz dulcísima y unas letras trabajadas. Tornasol es un alivio: hermosa música que no quiere ser artesanía.
1 | HURRAY FOR THE RIFF RAFF / Small Town Heroes
Hurray for the Riff Raff es una banda que a) tiene un nombre olvidable, si no pésimo; b) no es exactamente una banda. El grupo formado por Alynda Lee Segarra, neoyorquina del Bronx de ascendencia puertorriqueña, tiene ya varios discos, de los que destaca My Dearest Darkest Neighbor, una obra maestra que abre con una canción perfecta, “Delta Mamma Blues”. Menos melancólico y algo más producido, Small Town Heroes hace que sea un delito no conocer a esta mujer asentada desde hace años en Nueva Orleans, que ha hecho, de la mano de Yosi Pearlstein y otros músicos, el mejor álbum del año. No hay baladas ansiolíticas ni fácil nostalgia del camino. Hurray for the Riff Raff ha pulido su música hasta hacerla una reingeniería del hermoso y trágico sur gringo. Ella y su banjo se le paran a Bob Dylan. Si no me creen, escúchenla.