octubre 9, 2020

Pedro Bonfim. La desesperada vanguardia de un niño-hombre

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Pedro-Bonfim,-Portada

Pedro Bonfim Salgado nació en Quito, el 18 de marzo de 1996 a las 22:23h. A los 10 años emprendió una novela sobre la revolución cubana que no superó las tres páginas. Nunca la terminó, nunca tuvo hermanos y nunca se va a olvidar de Guayaquil, donde mantuvo una vida dispareja mientras aprendía de esa ciudad a caídas. Esto se labró entre mayo y octubre del 2020, con experiencias del 2018 y 2019, y es el resultado de un diálogo honesto sobre crisis, desplantes y la idea de ser ecuatoriano.

Texto: Adrián Gusqui

Suenan pitos, bocinas y gritos crípticos en la 9 de octubre. Pedro se levanta de forma gatuna de la mesa donde comemos -cada uno- un chaulafán de $2. Sale del local y deja el chaulafán a medio comer; le acompaño a la vereda y él saca su celular como instrumento de documentación. –Qué suerte que tienes- me dice, con esa ironía que acostumbra su desencanto. Observa con atención qué pasa. Se queda así dos minutos hasta que ve algo en la calle que le llama su atención y usa el celular para fotografiarlo. 

Es un mensaje en contra de la marihuana dibujado en un cartel. 

Vuelve a la vereda y sigue viendo, junto a mí, una manifestación provida a las 21:00 en la avenida más importante de Guayaquil. 

-Todo pasó tan rápido, pensé que era una marcha de barcelonistas y terminó siendo una protesta evangélica, provida y contra la marihuana- recuerda, en una de las cinco videollamadas que tuvimos entre mayo y junio del 2020.

Regresamos a los diez minutos a acabarnos el plato, con el mismo gusto con el que lo encontramos. La manifestación sigue extendiéndose en la avenida mientras arroja algunas oraciones sobre que “esto está mal” en lo que resta de merienda. 

Cada quien paga su plato a una mujer asiática que grita a sus cocineros las órdenes de los clientes en un mal español. Salimos y la manifestación sigue, con más celulares atreviéndose a documentarla. Caminamos con una falsa indiferencia, mientras un auto, que se suma al gentío, transporta a niños en el techo sin ninguna seguridad. Ríe acostumbrado, como si ya lo hubiese visto antes.

“Guayaquil cambia en un segundo”, me dirá, 10 meses después de este encuentro. 

La noche era un viernes, el 16 de julio del 2019. Una hora después estamos sentados en una plaza a lado de la Iglesia de la Merced, hablando de amoríos, en un Guayaquil que divide su noche entre gente que regresa a su casa sola y otros que se reúnen en grupos bulliciosos. “Tienes que hacerte verga en el amor para aprender” me dice, en medio de una conversación sobre su amor a distancia de ese entonces. La plaza se llena de estudiantes nocturnos que desaparecerán según avanza la noche.

Hablábamos de amor en julio del 2019 y todas las veces que nos vimos. Era el único tema en que a veces el entrevistador era él. 

“El amor es lo más hermoso que hay”, dirá luego, también diez meses después. Hablando de él como si fuera política, sin ensuciarse, pero sabiendo cómo es. 

Nos vamos de la plaza. La noche está dispersa. Camina con un objetivo que no menciona y sólo responde con que “es un tour”, cuando la Av. Rumichaca va quedándose a oscuras. “Ahí murió León Febres Cordero (…) En esta calle venden hache. Mira, ahí están en la verga” -no los señala-, “las empanadas de ese local son buenas” -se queda quieto para elegir, no elige-, “esta es la Bocachico” -aquí no hay nada interesante, pero le parece importante que alguien más lo sepa-, “con esa pantaloneta te ves full serrano”, me increpa. Presume su experiencia en Guayaquil con señales en su forma de retratar la ciudad. Es una suerte de guía turístico. 

Guarda una apariencia encorvada y confiada mientras atraviesa la pesadez nocturna de la 9 de octubre.  Tiene cara de niño, de un niño-hombre con camisetas que le regalan aire para que aproveche esa seguridad ajena que provoca que le importe un bledo figurar. 

Pero se nota que, en buena medida, es un mojigato. 

Se mudó a Guayaquil para estudiar Literatura en la Universidad de Las Artes, después de que sus ansias por irse de Quito convencieron a su madre. Llegó a una ciudad que nunca conoció, a excepción de un viaje familiar que le obligó a quedarse una hora en ella, pero años después la abandonaría entre lágrimas. 

Esta historia podría iniciar ahí mismo: en Guayaquil. Tal vez. Debería. También puede iniciar en cómo se conocieron sus padres en España o en el paro de taxistas que hubo cuando nació, en esa vez que ensayaba frente a la hija de Rafael Correa o cuando empezó Lolabúm. Puede empezar desde ayer, que me escribió para decirme que los dinosaurios deben desaparecer.

Pero va a empezar en el San Valentín del 2020. 

Pedro Bonfim

Ese San Valentín del 2020. Foto: Adrián Gusqui.

Han pasado siete meses de aquella noche. Es 14 de febrero y va a lanzar el disco solista ‘Soy un detective subido en un burro’. Quiere que lo entreviste. No hago ninguna pregunta, voy a la suerte. Como las últimas seis entrevistas que tuvimos. 

A juzgar por el tiempo es como el día que nos conocemos. Tiembla y ve a todos lados. Sólo que ahora está apresurado y no mira al piso. Luego supe que había salido de una crisis -seguía en ella-.

Le gusta estar así: al borde del colapso, porque sabe que no puede colapsar. Es algo acostumbrado en él esto de ir al límite. De vivir en la suerte de los hechos y no morir antes de nacer. 

En este San Valentín está rajado, en modo “duelo”. Algo que nunca le entendí. Tiene esta esencia de jugar con el misterio y no saber de qué trata hasta que llega a sus últimas consecuencias, un consejo que el cantante ecuatoriano de pop, Maykel, le fortalecería unos meses antes en una reunión de músicos nacionales.  

Sin embargo, este día, este disco, esta crisis y esta actitud sí se deben a alguien. A mujer que, dice, “por un momento pensó que éramos la misma persona”. Recuerda al motivo del disco como un terremoto, de ese tipo de personas “que quieres que te destruyan”.

Cita, mientras recuerda, una frase para explicar porque buscamos a esas personas, que “el vacío llama, te invita a que te caigas”, resuelve, ofuscado y convencido que así eran las cosas con R.

En mayo del 2020 me dice que odia la figura ornamental de Kurt Cobain en sus colegas, hablando sobre esto niega la idea romántica que lo pinta de un personaje triste y moribundo:

 -Lo último que quiero es matarme, me rehúso a matarme, firmemente me rehúso a matarme, como gesto político, me rehúso a matarme.

Le mando un voicenote de él soltando estas palabras un mes después de decirlas, escucha y me dice que “es un exagerado”. 

Aun así, lo dice alguien que casi muere cinco veces antes de nacer (incluyendo su primer día de vida), por dos amenazas de aborto, una apendicitis de su madre en pleno embarazo, el ahorcamiento de su cordón umbilical y el casi ahogamiento con su vómito en la termocuna.

Nació en temporada invernal, aunque su primer día de vida no llovió en la ciudad. Tuvo un solo nombre porque sus padres creyeron que un segundo le convertiría en un galán de telenovela. “Fue una época bastante de mierda, mi viejo no estaba…llegó después. Mi mamá no se casó, mi abuelita se enojó por eso. Por suerte mi mamá no era tan joven, tenía mi edad”, agrega Pedro, sobre esas fechas y lo que le contaba su madre, dándole pie a esta historia sobre como fue que conoció al padre de Bonfim.

* * *

David y María se conocen en España. David y María son sus padres. David y María no son sus nombres. María viaja a España por una promesa que toma sentido tras la muerte de su padre en un accidente automovilístico. David hace lo mismo, pero en consecuencia del fin de la dictadura en Brasil. Ambos se encuentran en España por primera vez, juntados por una beca de Pedagogía que se realiza en el país europeo.

-Mi viejo venía de un entorno muy humilde y él estaba decidido en salir de ahí, es curioso, creo que él logró eso porque es hombre. Porque mis tías…algunas no acabaron ni la primaria, mi viejo fue el único que acabó todos sus estudios (…) mis papás se conocieron en España, vacilaron y su relación duró 4 meses. Se despidieron para siempre, porque mi mamá le dio mal su número. Iban a perder contacto para siempre. No sé bien cómo se contactaron, pero mi mamá le dijo que estaba embarazada y que me iba a tener. El primer plan era que mi mamá se vaya a vivir a Brasil, pero no sé qué pasó y mi papá vino acá meses después porque no tenía dinero para el pasaje…”

-¿Cuántas veces te han contado esa historia?

-Tantas veces…creo que porque soy hijo único. Cuando nací mi abuelita les arrendaba a mis viejos un departamento, por la Mañosca, por el pensionado universitario. Ahí vivimos hasta que tuve como tres años, de ahí nos fuimos y después vivimos en el Inca un poco más de tiempo para luego mudarnos a Ponceano, que es donde más he vivido, llegué a los ocho y viví casi toda mi vida ahí. Ese lugar fue el que más me marcó porque estaba lejos de todo. Siempre fuimos mi vieja y yo. Yo no tenía hermanos y ya no vivíamos con mi padre. Mi mamá siempre pasaba trabajando y ella dice que yo siempre fui ‘silvestre’, siempre hacía mis cosas.

A la larga, David y María se separaron y su padre volvió a Brasil, un hecho que consta en los primeros recuerdos vívidos de la memoria de Pedro, “se fue en un bus de la Panamericana, esos que paraban en la Colón…no tenía mucha noción de que se iba y se fue ‘para siempre’”.

– ¿Lo volviste a ver?

-Sí, fui a Brasil cuando tenía nueve años, a conocer a mi familia, porque toda la familia de Brasil nunca me había visto. Es algo con lo que me estoy reconciliando porque la mitad de mi vida, la mitad de mi gente está allá. Ahora mi papá vive en Salvador de Bahía, en Capão Redondo, que es una favela…es chistoso porque me di cuenta que es favela hace poco y lo descubrí porque andaba buscando cosas de favelas.

-¿Y cómo era allá?

-Yo quería que me cuente su vida y es densa, el man trabajaba desde los nueve años. Hace como un mes me envió una foto del man a los 14 ya entrando a pagar impuestos. Me contaba cosas de mi abuelita, que era la sirvienta de una casa y tenía que ser como una pared…cosas que no racionalizo porque nunca viví en Brasil. Él estuvo en el lanzamiento de Tristes Trópicos de Quito y vino antes, estuvo en la Fiesta de la Música en Cuenca. Si le he visto algunas veces. El man intenta activamente tener una relación real. Es full suerte porque el man pudo tranquilamente decir ‘chao’.

Sobre la relación con el país que le atraviesa por las venas, expresa que son cosas que ahora racionaliza porque en toda su vida “fueron cosas muy naturales”.

“Pensaba que muchas canciones brasileñas eran de mi viejo porque las cantaba él, pero no”. En la época de ‘Tristes’ redescubrió muchas cosas, entre esas a la Tropicália, un género que detonó en los sesenta en el Brasil, e impulsaba la idea de globalizar la música nacional con elementos externos para desarrollar su propia cultura musical. Eso le abrió muchas puertas para pensar lo que quería hacer aquí. “Tenemos muy metida la idea de que la cultura ecuatoriana es el folclore y sobretodo cierto tipo de folclore que ha sido venerado por la Casa de la Cultura, que siento que es algo que cierra un montón de puertas, porque cuando tu piensas la cultura como algo único o estático genera, por añadidura, que pienses que la gente es unidimensional, que sólo hay buenos y malos y eso es criminal, casi fascista. Por eso tengo estos conflictos con el andes-step. (…) Es bacán eso de redescubrir tus raíces, pero siento que genera una idea homogénea de Latinoamerica, de cómo ven a nuestra cultura. Es este imaginario super folclorizado. Mi abuelo era negro y no es que debo mencionarlo constantemente en mi música porque no tengo que justificar nada, o tengo que estar validándome como montubio (por su abuelo materno). Nací en Quito, crecí casi toda mi vida acá. Estos símbolos que nos hacen ecuatorianos o más o menos ecuatorianos son tan obsoletas y tan cojudas, que no responden a nada”.

– ¿Vivirías allá?

-Sí, porque tengo todavía asuntos sin resolver. Tengo genealogía ahí, mis muertos, mis vivos y sí siento que es algo necesario. A veces creo que soy muy ecuatoriano y me quiero quedar aquí…de verdad creo en este país y ayudar en un mejor panorama; eso es medio lo que me aleja de ir a Brasil…pero tengo este vínculo bien grande…es como Polibio, sé que el vínculo está ahí. Es natural, como tener pelo.

– ¿Y cómo llevas lo de ser hijo único hasta ahora?

-Ha sido bacán por el lado de que siempre había esta cosa de hacer las cosas yo solito. A la larga me sirvió un montón el no necesitar mucho apoyo, de un acolite o un compañero de crimen, que a la vez creo que mi vieja fue eso. Me ha ayudado a no sentir mucho ese peso familiar. No es que estuve muy cerca de mi familia siempre. Le tengo mucho rechazo a la familia porque no me siento parte de tener estos pesos de ‘¿qué pensarán de lo que hago en mi música?’. Ni siquiera creo que saben que hago música. A mí me estresa ver familias tan unidas, creo que es un peso tan grande, capaz hay gente que no confía en mi por eso.

Entre estas llamadas que respiran esa soledad soportable, bromea con que “es el tipo con más conexiones en Latinoamérica” porque que desde los ocho años tiene un padrastro que es cubano. “Tiene 76…el man vivió la revolución cubana y le vio al Che Guevara…es súper comunista”.

Su madre no era la figura de las 24 horas del día a su lado, se veían poco. Era profesora del colegio donde estudiaba Bonfim, el Pachamama, lugar en donde aprendió y conoció a muchas de las personas con que ahora comparte escena musical. De niño hacía teatro en el colegio, me cuenta Estevan Ricaurte, su mejor amigo, que recuerda a Bonfim como un individuo intrépido y adaptado a siempre llamar la atención.

“Creo que lo que la gente odia de mí es que hablo demasiado y tengo una opinión sobre todo”, dice Bonfim, un personaje con un fuerte peso de opinión para el sector musical del país. Pedro se piensa un tipo común, “no creo que soy un caso particular de nada, justo soy normal, tal vez si represento a la clase media quiteña joven porque es lo que soy. Nunca diría que soy un man calle, sólo que tuve una vida normal de clase media. Es lo que es. Siento que estas generaciones de ‘arriba’ son gente que no vivió eso y se nota, pero no está mal, por eso me emputa cuando dicen que lo alternativo es para gente de plata y yo he visto lo contrario”.

La cercanía al trabajo de su madre le ha convertido en una especie de obrero declarado con la música “Me come verga esa narrativa del músico de ‘cuando quieras’, por eso siento que es un problema que no tengamos una industria de música alternativa. Creo que tienes que estar trabajando todos los días como un trabajo, yo pienso que, si mi vieja está sacada la puta todos los días, yo también debo intentarlo”.

“Reconozco mis privilegios, puedo ver las oportunidades que he tenido y yo quiero pelear para que no se necesiten esos privilegios para ser músico”, dice, alguien que en 2017 hizo y lanzó un disco en 4 horas y en 2020 lanzó dos discos, con una pandemia en curso.

* * *

Si Wikipedia pudiera programarlo, su biografía musical iniciara con el Windows Movie Maker en la computadora de su madre, a los 13 años, donde hizo sus primeras canciones que, por su falta de inglés, jamás exportó. “A esa computadora debían ponerle unas pinzas grandotas de oficina en la pantalla porque ya se había roto. Sólo así podías ver. Luego se dañó eso y ya valió verga. Ese era el método uno de grabación”, el otro era un MP4 Titán, donde empezó a escuchar a David Bowie y Pink Floyd, que le cortaba las canciones grabadas en los segundos finales, pero tampoco hay pruebas físicas. A los 14 años ya metía voz a sus canciones, “algo tipo Kevin Johansen y John Lennon”, dice. Del primero cuenta que era muy fan y que “por suerte no hay registro de eso”.

Esta trama de no tener los equipos indicados lo fue justificando en la idea que “no quiere ser un virtuoso”, sino hacer lo que él quiera.

Luego llegaría un piano empolvado que su prima lo tenía guardado bajo la cama y la mamá de Bonfim le compró a $100, “costaba $30”, resiente entre risas, contándome que “su mamá es así…mi prima nos iba a regalar” porque él era el músico de la familia. Lo que pasa en esta compra es que el piano viene con un micro; “me cambió la vida”, recuerda, “era un micro de plástico”. 

-En el teclado no podía tocar tres teclas a la vez. Era pésimo, se le dañó un parlante, todo mal. Cuando tenía el teclado grababa voces, pero si lo hacía, no grababa el piano. No sabía que era metrónomo y no sabía porque cuando grababa la guitarra y la voz no cuadraban, se desfasaban. Con ese micrófono de plástico grabé hasta los 17, incluso grababa cosas con ese micro con el Estevan. Cuando descubrí el Garaje Band fue muy hijueputa, se podía hacer de todo, podía grabar baterías, que antes grababa golpeando la mesa.

-¿Qué cosas grababas?, pregunto.

-Mierditas, pero ya grababa.

Según avanza el interrogatorio dice que recuerda haber creado ‘Jardín’, del disco  solista ‘Quisiera verles bailar con esto’, a los 14 años, en la casa de su mejor amigo. “Me acuerdo que hice en el techo de la casa del Estevan, éramos unos chamos bohemios. Nos poníamos a fumar a las 3 de la mañana como que para que nadie nos cache.Ahí me acuerdo que hice los acordes, la melodía y la terminé en mi casa”. También dice que fue parte de los terribles intentos por emular a Arctic Monkeys, Sal y Mileto y Extremoduro.

“estoy lejos de casa y
no tengo mucha plata

sólo tengo 30 centavos,
pero eso basta”

Pedro Bonfim, de una canción jamás publicada a los 14 años.

– ¿Cómo era el Pedro de la era colegial?

– Me fui haciendo más tímido. Mi colegio era aniñado y había gente de verga. Viví esa experiencia turra de si alguien es más blanco es mejor. Me empezó a crear full inseguridad. Era bajito, no me desarrollé rápido, además no era el guapo, como que tuco y eso hizo que me retraiga y coja full rechazo a full cosas. En sexto curso me hice un odioso. Me volví un cliché. Decidí ser un intelectual. Dije que los demás valen verga. Me volví loco, era el tipo ‘eres arte’, poco a poco me di cuenta lo malo de eso. Sentí esto de ser único y diferente y empecé a cumplirlo. A la final me hizo no poder disfrutar un montón de cosas. Ni siquiera fui a mi fiesta de graduación porque había que pagar. Pero al final un amigo me llevó de invitado con más amigos de afuera del colegio.

Pedro Bonfim

El 2010, junto a Estevan Ricaurte o ‘Esmarive’. Tomada del Facebook de Ricaurte.

Su dormitorio era un asco, a tal punto que una vez unos ladrones entraron a robar la casa donde vivía y no le robaron nada del cuarto porque estaba desordenado. Vivía tan lejos de sus amigos que el único que iba a verlo a Ponceano era una persona: Estevan Ricaurte o ‘Esmarive’.

-Estuvimos un par de años en la escuela y no éramos muy cercanos porque él era más cool que yo. Nos hicimos ñaños cuando él se fue del colegio y lo empecé a ver afuera. Aunque en la escuela Ricaurte lo conoció gracias a una novia que lo evitaba porque se corría el rumor que era un piojoso, “yo como era bien jodón le decía piojoso”, recuerda Estevan, mientras se goza.

De hecho, se hicieron amigos porque Pedro ya estaba sacando su primera banda y no tenían bajista, pero sabía que el hermano de Estevan tenía un bajo. Lo sabía porque antes de eso habían hecho un grupo en el colegio para una exposición sobre Star Wars.

-Lo llamé y le dije: ¿quieres ser bajista? En el ensayo le dije que ponga los dedos aquí y aquí. Aprendió ese día a tocar el bajo. El man a los 3 meses ya estaba tocando canciones. Todo era bien salvajito porque en realidad nadie sabía que estaba pasando- describe, contando que apenas y tenían un amplificador de $15.

En una llamada con Ricaurte me dice que esa tarde fue mágica, “después de eso supe que quería hacer música”. -¿Eres músico gracias a ese ensayo con Pedro?- le pregunto y me responde que ‘sí’. 

Pero esa banda no era Lolabúm.

Pedro sabía tocar esos acordes de bajo por David Bonilla, uno de sus primeros profesores.  

-Él vivía en el sur e iba hasta Ponceano a darme clases, pero más que clases era que el man llegaba y me preguntaba qué canción quería aprender y me enseñaba una de Los Beatles y yo quedaba como que arrecho, ¡qué arrecho!

Bonilla era el dueño de La Estación, un bar en la capital a donde Bonfim iba para recibir clases cuando su profesor no podía darse el viaje a Ponceano. “Yo a veces me quedaba a los conciertos de noche y obvio no podía quedarme porque era menor de edad pero me acolitaban full para que me quede viendo. Él tenía una banda de jazz gitano…yo me sentía un arrecho teniendo 15 años con gente alrededor, tomando y hablando de cosas intelectuales, sin entender un carajo. Él me enseñó lo poco de teoría que sé. Era un tipazo con las preguntas que le hacía. Decía que era mi padre prostituto”.

Esa banda que no fue Lolabúm duró cuatro ensayos. Al volver al colegio les conoció al Jim Fabre y al Damián Segovia, con quienes tuvo una banda fugaz y compuso dos temas, ‘Osito’ y ‘Sólo por ser gamín’. Conoció a Fabre en el recorrido del colegio y después de una exposición, en que Jim tocaba la batería. Le preguntó en supletorios de Química si se sabía canciones de Sal y Mileto y “se sabía toditas”, recuerda.

Jim y Damián estuvieron con él en el coro del colegio, que lo dirigía Gabriela Varea, hermana del fallecido pintor Miguel Varea. Ahí aprendió que le gustaba cantar aunque lo negaba. “Yo decía que odiaba cantar pero en realidad lo amaba, pasaba horas cantando en mi cuarto, sólo cantando y cantando”.

De hecho, Gabriela fue la primera en recibir un disco de Bonfim. Pedro quemó un CD con 10 canciones propias y se lo dio clandestinamente porque, según él, “no quería que le dijeran que es un lameculos”. El feedback de Varea fueron varias hojas, con especial atención en cada una de las canciones. Luego entró al coro después de clases. No comía por ir a la sala de coro y tocar un piano Yamaha que estaba enculado en la pared. Le parecía sorprendente que un piano pueda ser tocado con más de tres teclas y provocar tantos sonidos. Además, temía que no cantaba como hablaba y llegó a pensar que lo confundirían con playback.

-Pero, ¿por qué te gustaba realmente hacer música?

-Siempre hubo las ganas, fue una cosa que siempre me atrajo, es una cosa loca cantar.

Esas ganas se pueden fundamentar en una banda de ska y bossa nova, que su padre tuvo cuando vivió en Ecuador. Lo llevaba a los ensayos pero sólo me cuenta que recuerda los viajes en bus y que las canciones que hacían sonaban a la Rocola Bacalao. Cuando su padre se fue del país, este le enviaba discos, cassetes, golosinas y dibujos por correo, como símbolo de que todavía estaba pendiente de él. 

Pero tras eso, tampoco inició Lolabúm.

Lolabúm inició cuando Pedro estaba en sexto curso, “en algún punto de los 17 años”, dice. ‘Los Pilotos Ciegos’ fue la banda predecesora, conformada por Gabriel Valenzuela, Estevan, Eva Rivadeneira y Bonfim, quienes produjeron canciones ahora abandonadas en SoundCloud.

Pedro recuerda pensar que en su cabeza estaba muy claro que Lolabúm era ese tipo de bandas que a los seis meses decían ‘chao’. Pudo pasar, pero entró Martín Erazo.

-Nos gustaban las canciones, eso era una bestia. Nos encantaba la música que hacíamos. Éramos nuestros más grandes fans. Estábamos felices de hacer la música que hacíamos y creo que eso es lo que nos mantenía vivos. Y yo tenía esta obsesión de grabar el disco de Lola porque quería que existan estas canciones. Mi plan era que salga ‘El Cielo’ y se acabe Lolabúm. Es que, puta, yo soy así. Mi plan también era el de sacar mi disco de solista y que se acabe la música. Medio que ya no me creo cuando algo es lo último.

Pero la banda, que toma su nombre de la costumbre de una novia de tuvo Bonfim de nombrar a las partes de su cuerpo, en este caso a su oreja como Lola, se convirtió rápidamente en una relación a distancia y un infierno para alguien que todavía no sabía liderar un proyecto.

A Bonfim le costaba el liderazgo, lo confundía con el duelo de egos. Cosa complicada en una banda de amigos. Llegó a pensar que le quitaba espacio a Estevan si él mismo componía canciones, “empezamos a valer ‘verch’”, me dice, pero de entre ese ambiente, que se fue mejorando es que entraron al circuito y ya tenían conciertos, “tocábamos una vez al mes, al menos. Tocábamos muy mal, nos valía ‘verch’. No éramos nada prolijos, por mucho tiempo no éramos conscientes de las estructuras, sino que yo les regresaba a ver para decirles que ahora es el cambio. La persona que nos hizo empezar a pulir las cosas fue ‘el camaleón’”.

La conexión con Felipe Lizarzaburu, conocido como ‘el camaleón’, se concretó cuando Estevan -un gran fanático de La Máquina Camaleón- le envío el primer disco de Lolabúm. Un trabajo que lo grabó Pablo Dávila, de Tonicamo, antes de que María Elisa, la baterista de ese entonces en Lolabúm, viaje fuera del país.

-Me habías dicho que lo conociste en Guayaquil

Sí, él estaba de reemplazo del tecladista de Alkaloides. El man acababa de lanzar ‘Roja’ hace pocos meses. Yo ese rato caché que era bueno en negociar, porque se acabó Alkaloides y salió con un fajo de discos y empezó a lanzarlos y yo agarré uno. De hecho, la copia que tengo de ‘Roja’ es esa. La Máquina no era tan conocida y no lo que es ahora. Ya en Guayaquil nos hicimos panas, comenzamos a hablar más y cuando nos invitaron para tocar con Monsieur Periné nos dijo que debemos ‘sonar bien’ (…) Vino en realidad a un ensayo y en ese entonces tocábamos con una baterista que se llamaba Mica, con quien tocamos 6 meses. De ahí él comenzó a venir. Se fue la Mica y entró el Jim y ahí nos empezamos a preocupar en sonar bien, que era 2015.

Pero la presencia de Felipe en esta historia no es mera mención para cumplir un hype. Lizarzaburu fue el guía de Pedro para no volverse loco. Según Pedro, sin Felipe “Lolabúm no hubiese pasado”.

Antes de grabar ‘El Cielo’ Pedro describe el proceso con dificultad, “la banda no me respondía los mensajes como en un mes y yo quería grabar el disco. Todos estaban con una actitud de verga, éramos chamos, teníamos como 18. Me acuerdo que le escribí vuelto loco a Felipe, de que la banda no me paraba bola, que quería solo sacar ese disco y volverme solista…”

Felipe le respondió:

-Cálmate, saca el disco y mira qué pasa.

Y lo sacó.

-No me importa tanto con quien estemos asociados…mis mejores socios son los fans. Siempre han sido, son los únicos que nos han apoyado. Hemos tenido que abrirnos el paso entre la gente. ‘El camaleón’ nos acolitó y todo pero no es que iba a ser nuestro padrino y yo tampoco quería un padrino. Los únicos que siempre han estados son los fans, manes que nos ayudan a comunicar…vemos las estadísticas y sabemos que son usuarios que escuchan porque quieren.

* * *

‘Tristes Trópicos’ llegaba tras años de la propuesta de niños-Radio COCOA que se formó alrededor de Lolabúm. Se venía un proceso personal y externo. Casi que similar, porque ambos tenían que demostrar que la banda y Pedro habían crecido y que la soledad de Guayaquil, los amores a distancia, el boom de la banda y vivir más de un año con un proyecto que no daba ni seis meses, servirían de algo.

Y aquí es donde entra Guayaquil, Tristes Trópicos, las imágenes de Vélez y Escobedo y el 2016.

* * *

Pedro Bonfim

Momentos de Lolabúm en el escenario del Funka Fest del 2019. Foto: Adrián Gusqui.

Tiene un ‘13’ en la dorsal de una camiseta rosada. No gusta mucho del fútbol pero dice que en sexto curso era un mediocampista goleador y que fue hincha de tantos equipos que no resuelve muy bien esa fidelidad futbolera.

Lleva el ‘13’ porque el 13 de julio del 2018 salió ‘Tristes Trópicos’. Terminaba de tocarlo en el Malecón 2000, en el Funka Fest del 2019, con un performance que muchos recuerdan por la gravedad del discurso, donde se convencían sobre qué es lo que quería Lolabúm en esta nueva etapa.

Le saludo y le pido una foto. Han pasado tres meses desde la primera vez que lo entrevisté. Está feliz y camina con la banda hacia el mainstage. Ni parece que hace una hora se ponía un bigote colorado arriba del escenario para fingir que era Jaime Nebot en un evento organizado por el Municipio de Guayaquil, hablar sobre la hache y decir a cientos de adolescentes que “León Febrés Cordero fue un asesino”.

-¿No tuviste miedo?

-No, yo creo que somos intrascendentes y por eso podemos hacer lo que sea-, dice, refiriéndose a los músicos del circuito alternativo.

-¿No hubo alguien en algún momento que te buscó luego del concierto?

-En el Funka estaba la Ministra de Turismo, parada a lado de la consola. Comenzaron a pedir que apaguen la consola, que me baje…

-¿Por qué?

-Es que hablé bastante rato, debí ser más eficaz. Los manes que estaban poniendo el sonido fueron a la consola y se pelearon con el Felipe Andino para que apaguen todo y el Feli dijo que ‘no’, no iba a parar, les dijo ‘libertad de expresión, mijos’, por eso pude decir todo y seguir tocando.

Pero eso no habría pasado en 2016, con canciones que para Bonfim “eran cojudas” con la coherencia de su discurso. “Puedo decir cualquier verga política, pero, ¿luego que toco?, ¿toco Crystal?”. ‘Tristes Trópicos’ lo validó y le hizo sentir cómodo. La interrogante era, ¿por qué un adolescente de clase media se peleaba con el poder político en un festival de una ciudad que, teóricamente, no era suya?

-¿Por qué dices todo esto ahí?

-Me pareció simbólico que la gente pueda tomar cerveza en el Malecón y sobre todo porque en gran medida las bandas que tocan en el Funka vienen de espacios socioeconómicos bastante específicos que jamás van a decir nada en contra de Nebot. Creo que en Quito pasa también. Vienen de espacios socioeconómicos tan privilegiados que nunca van a ponerse fuertes con nada porque o bien no les importa o son parientes de alguien de los social cristianos…entonces me vi en la situación de que yo he vivido cuatro años en Guayaquil, una ciudad que quiero mucho, en donde había tenido ya una experiencia cercana y dije que, si no digo esto ahorita, no se quien más va a decirlo.

-¿No tienes miedo, entonces?

-Si es que me voy a morir por eso, me muero feliz. Si voy a pelear por cosas que creo hasta mi mamá preferiría que me muera así.

¿Cómo pasa un compositor de decir “córtame, córtame, córtame los pies, méteme, méteme, méteme en tu cama” a “mírate, estás llorando, hay dos charcos en tu piel y voy nadando si no paras moriré”?

Es como ver a un niño convertirse en hombre, el niño-hombre. Un proceso entre discos influenciados por Guayaquil, ‘El Cielo’ y ‘Tristes Trópicos’ no fueron álbumes protesta que detuvieron las injusticias que el niño de 10 años quiso retratar en su cuento de la revolución cubana. Representaban la personalización de un personaje en sus propias canciones, combinando su larga historia de casi un lustro de pertenecer a otra ciudad, con las dudas de nunca dejar de ser de otra. Es el retrato cliché, pero primogénito, de un circuito alternativo que ha sido conformado mucho tiempo por personas con situaciones de vida que rasgan la clase media y la búsqueda de comodidad como símbolo de éxito, pero aprovechando las actuales circunstancias como material para hacer arte.

Como luchar ante quienes no les importa nuestra lucha. El mismo Pedro dice: “a los de arriba no les importa”. Porque “los de arriba” no entienden. El éxito de este disco representa una visión particular de un Pedro solo y en compañía, de esa ambivalencia que se convirtió Guayaquil y esos años en su vida. De encontrar validez a su arte después de que el país temblaba, que la relación con su madre estaba en sus peores momentos o que quizá ya sabía que después de graduarse esa vida de Guayaquil no se repetiría.

-A mí no me interesa generar caridad, me interesa que la gente que quiera hacer arte pueda hacer arte y que no importe de donde venga, quien sea o quienes sean sus papás, y creo que es lo único que vale la pena de esto. Sino sólo seguimos aportando a la misma mierda, con los mismos perfiles, del mismo colegio, me rehúso que siga siendo así.

– ¿Y cómo lo estás logrando? ¿Qué puedes hacer?

-Estoy intentado lograr maneras…quisiera hacer música como Maykel o cualquier artista masivo en Ecuador si es que puedo usar esa plataforma para pelear por esto, porque siento que lo malo es que esto sigue siendo un nicho y no sé por cuanto tiempo. Siento que este disco de Lola puede llegar a hablar de más cosas y más gente. A la larga eres una plataforma y tienes que aprovechar eso de la manera menos egoísta posible porque estamos en estas condiciones. La gente está precarizada, esto pasa en full trabajos, pero no puedo generar tanto impacto en otros espacios de trabajo. Pero si puedo generar en el que estoy. Es lo que puedo hacer y creo que es lo más realista también.

A los 18 años pensaba que luego de la música se iba a dedicar a escribir. Amaneció en Guayaquil tras una despedida de la noche anterior en Quito. Se despedía de esa ciudad para estudiar en otra; la intención era vivir solo y pertenecer, de a poco, a esa realidad que no comprendía.

-¿Por qué Guayaquil?-, le pregunto, en el inicio de una de las videollamadas, donde su gata le hace compañía.

-¿Por qué no? Por la U pues- responde, riéndose. Pero sabe que esa no es la única respuesta. -Porque es difícil de esconder. Es como ese familiar que es conflictivo y que no va a las reuniones familiares pero cuando va es conflictivo y saca todas las verdades y toda la familia estaba creyendo que todo es perfecto, pero se vuelve inevitable y es como que hijueputa, hay full cosas que mejorar en este país. Yo creo que Guayaquil es eso, por eso es hermoso, es inevitable.

-Pero saliste del colegio y, ¿qué pensaste antes de ir a Guayaquil?

-Yo llegué pensando que iba a encontrar gente densota en la U y no fue así. Eran chamos como yo y eso fue lo bacán. Es la gente más inteligente que he conocido en mi vida, que me han enseñado tantas cosas. Eso me enseñó que no tienes que llegar listo a la U. Fue full bacán ir creciendo en conjunto…escuchando.

-Y cuando finalmente llegaste, ¿cómo te fue?

-Imagínate tener 18 y tener un departamento. Estaba más que feliz, sólo no podía creerlo. Mi vieja tenía trabajo el lunes, durmió esa noche y se fue a las 5 de la mañana. Me acuerdo que fui a despedirme medio dormido y apenas se fue pensé: ‘estoy absolutamente solo’. Fue una sensación de no saber que esperar. Era algo muy elemental. Lo primero que hice fue ir a ver tiendas, donde estaba la U. Fue eso de reconocer que estaba perdido, de no saber que putas hacer. Estaba full flaco. De repente conocer a Guayaquil fue conocerme a mí. Los amigos eran la familia en ese entonces.

-¿Lloraste algunas vez por soledad?

-Lloraba de desesperación, de estar perdido. Me acuerdo de haber llorado por extrañar cosas, a mi novia, a mis amigos, por saber que hago aquí.

Escribió desde el primer día en la ciudad, en una bitácora que no aguantó mucho en la costumbre de Bonfim. Dice que los primeros días se sorprendía por el ruido excesivo de la ciudad y su idea constante que esta “sí era una ciudad”. Le hizo una canción a una rata gigante que vio pasar en pleno Centro. Que la indigencia le sorprendió, que los rumores de un muerto en la 9 de octubre y la calavera encontrada en esa misma calle fueron cosas que tuvo que racionalizar.

El Guayaquil al que estaba enfrentándose se iba convirtiendo en la nueva fuente artística de su música, desde canciones que describían su desayuno:

Hoy,
me levanté creativo,
desayuné pan con tocino
es mentira, no tengo para tocino
vivo solo en Guayaquil.

oi! oi! oi!, Hice esto en cuatro horas desde cero (2017)

A poemas que se influenciaron posteriormente:

Cruzo el parque sin haberme lavado los dientes,
y entro a un banco listo para robarme todo,
no lo hago porque estar listo no significa nada,
escucho un taladro taladrando desde el pasillo de mi edificio y
pienso en el viento que corre
en la noche por el centro de Guayaquil.
Intenté leer tus poemas, pero se me
rompieron los lentes y me puse a picar
cebolla finamente y no hubo reparo…

Cuarto de siglo, Pedro Bonfim

Las canciones se ubicaban como verdaderas conversaciones con quienes las escuchaban. Las letras no cumplían el vano objetivo del quiero verlos bailar. Tenían toda la intención de recibirse como descripciones desarrolladas de etapas importantes de los integrantes de la banda, en especial con Pedro.

Con Guayaquil su relación compositiva se debió a lugares donde vivió. En su primer departamento compuso ‘Ventanas’, en el segundo ‘Ciempies’ y en el tercero la mayoría de ‘Tristes Trópicos’. El segundo departamento fue el de la Av. Velez y Av. Escobedo, que me hace un énfasis particular mientras me cuenta sobre él. Dice que tenía un balcón, no había ventana y que se quedó dos años ahí.

-Abajo del edificio había full gente de la calle que vivía ahí. De noche veías cosas bien pesadas, desde peleas, drogas, full drogas, gente cagando en la calle, gente cagándose encima, era turro…peladitos…era turro. Vi full cosas. Sobretodo aprendí de lo real que es eso. Que es mucho más turbio de lo que parece toda esa vida y es horrible normalizarla. Sólo tienes que ver una vez y se te queda para siempre. Me acuerdo de una niña esperar que su mamá termine de defecar mientras también fumaba. Ves cómo esa ciudad no puede esconder las cosas que pasan.

-¿Vélez y Escobedo te marcó, entonces?

Siento que fue un punto de quiebre en mi vida. El 2016. Fue un año realmente duro en muchos sentidos, a nivel nacional, el terremoto, el final de Correa, estaban pasando full huevadas, estaba siempre el mito de que iban a cerrar la U. Esas vergas te hacen pedazos la cabeza porque es una inestabilidad constante. Además, me peleé con mi vieja mal y no nos hablamos todo el año, nos volvimos a hablar en septiembre pero nos peleamos mal.

-¿Por qué se pelearon?

Yo había sentido que cambié full y a ella le costaba ver eso. Como que la man tuvo un lapsus que necesitaba salvarme la vida cuando el único que podía salvarme en la vida era yo. Y comenzó a meterse en mis cosas y es algo que no había hecho y no le dejé. Le dije ‘no te metas en mi vida, no quiero que sepas nada de mi vida’ y fue una pelea densota. Lo turro es que ese año fue el que más tocamos en la historia de Lolabum. La cosa es que tenía que ir full a Quito pero no podía ir a mi casa, sino que tenía que ir a donde sea y yo llegaba con todas mis cosas y tenía que llamarle a un amigo para caerle a la casa y si no, me quedaba en la calle un rato, hasta que tenga ensayo o algo, porque generalmente los ensayos eran a las 10:00, me tenía que quedar 3 horas por ahí y luego de eso ver por dónde dormir. No fue que pasó una vez, fue constante. Y eso me comenzó a hacer verga emocionalmente, en full sentidos porque sentía que no tenía casa y de repente me di cuenta que mi casa era la de Vélez y Escobedo y que yo desde hace rato no vivía en Quito. Y ese era el problema. Yo intentaba fingir que vivía en Quito y de hecho lo hacía porque yo no quería que la gente sepa que yo vivía en Guayaquil, porque la gente iba a pensar que Lola no era un proyecto serio.

-¿Ahí fue cuando te peleaste con todo?

Yo me fui diciendo: ‘me voy a perder’. Sentía que no tenía una relación con Quito, en Guayaquil donde me sentía más cómodo. Pasaba horas de horas viendo la ciudad, literalmente. Pensaba… ¿cómo hago para reproducir esta sensación? Quisiera poder transmitir esto que siento aquí en la música, era uno de mis grandes objetivos. Ya quería hacer algo de lo que me sienta orgulloso y que demuestre que había cambiado y no el chamo que se fue. Entonces fue un cambio creativo importante. Esto tuvo que ver mucho con el terremoto. Decía como puta: ‘qué raro tocar estas canciones, que poco tienen que ver con el entorno de la gente’, todas esas preguntas empezaron a surgir de eso.

No tenía familia en la ciudad pero sí un grupo de amigas que se le juntaron en fórmula de resistencia para no caer en esa soledad, que ni siquiera sentía necesaria. Estas respuestas se vuelven intensas con la serie de crisis que atravesaba en la ciudad porteña, con la identidad que no encontraba o a dónde pertenecía. Los últimos días de estar en Guayaquil le sobrevino un ánimo de final, porque sentía en vivo como ese presente al que se acostumbró por casi cinco años se estaba acabando.

-¿Cómo fue el último día en Guayaquil?

-Me acuerdo que  tenía unos aparatos electrónicos que, según yo, iba a vender en la Bahía. Eran cosas que había dejado el primer man con el que viví. Huevaditas. Justo unos chamos, de los que recogen basura, estaban por la casa y pensé que estos manes les pueden dar mejor uso. Fui donde los manes y les dije: ‘oigan, ¿quieren esto?’ como que los manes me dijeron ‘bueno’. Tenía unas cosas más y se las di. Lo que más me chocó es que yo tenía una cabeza de tigre hecha en papel que sabía que se iba a hacer mierda y les pregunte ‘¿quieren?’ y me dijeron ‘cheverísimo’, cogieron y uno de ellos se puso. Les vi desde la ventana y ellos estaban una cuadra más allá y uno estaba puesto la cabeza de tigre caminando por ahí. Sólo dije que ‘esto es tan simbólico y egoísta de mi parte’, porque estoy romantizando una cosa tan horrible pero a la vez es una imagen que me quedó tanto, porque ese man se está llevando la cabeza de tigre el día que yo me voy.

Se fue a las cinco de la mañana, un amigo de su madre le ayudó con la camioneta para llevarse sus cosas, recuerda ver el centro desde el puente de la Unidad Nacional mientras se iba, “de repente sentí esta cosa de que es la última vez que veo esto siendo mi ciudad y me fui a la verga. Me puse a llorar un chance y dije como que ya, no hay cómo hacer más”.

-¿Volverías a Guayaquil para quedarte?

Si no tuviera Lola, sí creo. Pero es eso, volvería a tener otra experiencia. No volví a Quito para revivir experiencias del colegio, por ejemplo. Si yo vuelvo es por una cuestión de que me gusta, de ver ciertas cosas, no iría para encontrarme con lo mismo.

En esos cinco años salieron dos discos, ‘El Cielo’ y ‘Tristes Trópicos’, incluyendo posteriormente parte de la producción de ‘Verte antes de fin de año’ y ‘O Clarividencia’, de los que 12 canciones fueron reconstruidas en la época pandémica. Los mencionados se transformaron rápidamente en el “es hora de hacer lo que me dé la gana” de Pedro, tras apostar el segundo disco de la banda a una prueba de validación por todo el mundo que los escuchaba. “En el disco están esas cosas, de ver lo que hizo uno, en el futuro, presente, el paro, un montón de cosas en mi vida, volver a Quito, dejar Guayaquil. Estoy solo en la casa, estoy experimentando una especie de locura rara, sobreexplotándome a mí mismo junto a situaciones radicales”.

Dice que estaba muy nervioso y ahora “le valió tanta verga que sólo aprendió (…) En ‘Tristes’ estábamos muy pendientes en probar que éramos buenos porque ‘El Cielo’ fue muy malo. Queríamos demostrar que no valemos tanta verga como parece. Ahora no necesito probarle nada a nadie. Hablo de cosas muy personales, porque este disco nació de una cuestión de tomar decisiones fuertes”.

-Estás en una etapa de gran modestia, ¿si te decía en 2018 que tu disco era malo que me habrías dicho?

-Si me dices que mi música es buena te voy a agradecer genuinamente. No quiero ser parte de la maquinaria de inseguridad. Todo el tiempo hay gente tirándote mierda. Lees 10 reseñas y 9 son buenas. Una dice que vales verga.  Y esa que dice que vales vergas te acuerdas y las buenas quedan muy en el fondo, eso me pasa a mí.  A las buenas medio que no les creo. Digo que están siendo buenas personas.

En un espacio de la conversación de estas semanas Pedro habla sobre su sexualidad y como la edad no le permitió pensar sobre aquello hasta ahora, – ¿eres bisexual? -, le pregunto, “diría que sí, pero quisiera decirlo con más seguridad porque no he tenido relaciones largas con un hombre, he tenido encuentros, pero no me he pegado una enamorada loca, todavía es algo que debo descubrir. Todavía me estoy conociendo bastante, me estoy explorando y me gusta. Mira, a mí me gusta alguien, resulta que es hombre o mujer…hasta este punto no me había permitido pensar que capaz sí. La mayoría de gente con que me llevo son chicos, gais o la banda. Mis amigos extramusicales están dentro del colectivo y me siento cómodo porque puedo ser yo. Odio estar entre hombres heterosexuales. Con la banda me siento bien y creo que entre todos nos hemos besado, siento que es algo normal, permitirse o al menos cuestionarse”.

Sin embargo, está seguro que es un tema que prefiere manejarlo con pinzas, “es algo que no me gustaría decir a la ligera porque sé que se puede mal interpretar. Me gusta no saber qué y quien soy”.

* * *

Cuando esta historia termina ya es octubre. Hace una semana Pedro me envía su hoja de vida, un documento sin fotografía y que se completa con toda su carrera en Lolabúm. Es la primera vez que lo veo como un igual y no un fan. Ya ha sacado el tercer disco y el éxito que no le importaba le ha llegado. Nuevas luchas se han sumado a su discurso, que cada vez se tiñe de adultez y se aleja de la idea tóxica de quejarse por quejar. Es un personaje que puede decir “yo me siento mucho más cercano a Bad Bunny que a cualquier huevón” a “de repente uno se pierde emocionalmente, más allá de la música. No es esta cosa del éxito, es una cosa muy personal, de encontrarse perdido” en 10 minutos de conversación.

A veces lo noto cansado y otras más enamorado de quien descubre, sabe dónde está parado en cuanto a su fama o reconocimiento, pero sus crisis validan lo alejado que está de creerse todavía el cuento de su influencia.

Bromeamos con que es Jescucristo, porque su altruismo es indefinible en un circuito donde trabajar individualmente o para nuestros más fieles conocidos es una regla inconsciente. Donde todo parece que no superará los cinco años de vida.

A: ¿Crees en Dios?

P: No sé, es que no es una respuesta que aún tengo. En la crisis buscaba salvación, tocar fondo puede hacerlo de muchas maneras. Por eso me rapé. Yo estaba evitando ver cosas de mí. Me acuerdo de todo. Fui a un concierto de Guardarraya en el MAAC (Guayaquil) y fue algo de racionalizarlo. Fui solo y no hablé con nadie. Estaba con un rechazo hacia todo…todo lo que yo era lo odiaba. Fui a las 23:00 a la casa de unas amigas y les dije: rápenme. Yo siempre tuve el pelo en la cara y después de eso fue algo de “voy a verme” y a los dos días hice la primera canción de este disco. ¿Por qué estaba tan en la verga? ¿será por diciembre? Nada del disco fue antes del 2 de diciembre del 2018 ¿Por qué estas cosas que odio están en mí? Ser joven y tener crisis es porque es eso, soy joven. Estoy buscando entender porque no he encontrado algo con que estar conforme.

A: ¿Qué te salva de no representar la figura fatídica de Kurt Cobain, entonces?

P: Yo no estoy triste todo el tiempo, el camino ha sido aprender a quererme, aprender a amarme. Me cabrea esta cosa de no poder ver que soy bueno porque es esto de hacerme el rico. Me parece injusto no poder valorar mis cosas. El peso de uno mismo es a la final todo lo que importa, aceptar que soy bueno ha sido un camino que he estado trabajando años. He estado orgulloso de lo que hago ahora. El Felipe me decía que a mi edad estaba sacando ‘Roja’. No me interesa ser mejor que nadie, pero lo que quiero representar es lo mayor de la generación por venir. No quiero seguir siendo esta verga que nos metieron de ser chamos de la generación y estar a la sombra del Mauro Samaniego y ‘el camaleón’. No quiero ocupar sus lugares, no quiero quitarle el espacio a ninguno de ellos, quiero ser otra cosa. La gente viene a compararnos y yo no estoy intentando copiar la carrera de nadie, estoy intentando hacer la mía. La gente dice que soy un sabroso, que se vayan a la verga. El disco es una cosa cristiana. Lo que esperamos de nuestras figuras es que sean Jesucristo, porque se espera que sean como él.

* * *

“Siempre estamos apuntando a vivir el mayor tiempo posible. Le decía a la banda que me parecía legitimo escoger un tiempo de vida…o sea, yo decido vivir 50 años y planificar mejor las cosas. Yo creo que uno debería tener el derecho a escoger cuanto vivir, porque al final es una cuestión bien cristiana que sólo Dios puede quitarnos la vida, entonces si eres un suicida eres un pecador y por eso nos importa tanto. Está bien la muerte, la respeto full, es de esas cosas grandes, como el tiempo, que debes respetar pero que no deben ser una cruz porque no va a servir de nada”.

– ¿Por qué crees que antes de nacer el destino te quería muerto, entonces?

-Puede haber varias respuestas, como que soy cristo o soy el anticristo. O sólo que mi mamá tenía muchas cosas pasando a su alrededor, pero no sé si hay algo más profundo. Nunca me he dado el chance de considerarlo. Espero que no haya una razón más grande porque me voy a estresar”.

¿Vas a hacer más musiquita? ¿Crees que alguien se enoje por las cosas que hiciste y dijiste por amor? Yo creo que a ti te dan miedo estas preguntas porque a la final, te vi desde aquí y vi tus reacciones y me quedaron más dudas que certezas, como siempre. Si me permites, voy a hacer una afirmación más o menos polémica: yo creo que Pedro Bonfim realmente comienza aquí. Todo lo que leíste antes no es diferente al silencio que antecede al momento de aplastar el botón de reproducir.

Pedro Bonfim

Pedro Bonfim, en la promoción previa del disco ‘O Clarividencia’.

Escucha a Lolabúm aquí.

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