A pocos días de su concierto en el Festival Ecuador Jazz y del lanzamiento del Ep «Turuku» junto a Wañukta Tonic, Humazapas nos revela parte de su historia y los detalles de su primer larga duración: Sara Mama.
Por: Diego Pazmiño / Fotos: Archivo Humazapas
Humazapas es un colectivo artístico que se dedica a investigar bailes y ritmos ancestrales del pueblo kichwa asentado en Cotacachi, provincia de Imbabura. Se consideran aprendices de sus tradiciones y tienen la intención de reinterpretar y reinsertar nuevas melodías al cancionero popular de su provincia; con la proyección de ser un puente que comunique los saberes de las comunidades con el centro urbano. Jesús Bonilla, su productor y director musical, dice al respecto: “Acogemos el nuevo concepto de liberación de la música tradicional de su contexto local, hacia el mundo; nuestra música busca crear una sana convivencia”. Es así que el trabajo de Humazapas resignifica a las comunidades indígenas, no únicamente como territorios dedicados a la siembra, sino también como espacios sensibles al quehacer artístico.
Sin embargo, este es justamente el centro temático del proyecto Humazapas: la agrobiodiversidad de los pueblos y nacionalidades indígenas. “Nuestro discurso está apegado a la tierra, a la semilla, al hecho de que somos campesinos. Las comunidades son guardianas del agua, de la agrobiodiversidad, son espacios importantes, sagrados, de vida, de producción no sólo de la parte romántica de la cultura indígnea, sino desde la realidad de sembrar para comer”, dice Jesús, quien piensa que estos saberes comunitarios se han contado desde otras voces, ajenas al territorio, pero que ahora, con Humazapas, lo hacen desde sus propios ojos y territorio.
De este trabajo comunitario, y luego de 10 años de investigación, ha surgido su primer disco, que se llamará Sara Mama, es decir, madre maíz. Al ser considerado este un grano sagrado para las comunidades indígenas, y un alimento central en la dieta de nuestro continente, este trabajo musical rinde un tributo a cada paso de su cultivo; cuenta con 12 canciones, cada una levanta una paisaje sonoro en el que se poetiza sobre el proceso de crianza de este grano, desde el llamado a la lluvia, pasando por la preparación de la tierra, la siembra, el crecimiento y la fiesta de la cosecha.
Toda la historia de este colectivo empezó aún en la adolescencia de Jesús y sus hermanos, quienes quisieron vincularse a la ritualidad de su comunidad, Turuku, mediante la música, camino que les llevó a encontrarse, en sus investigaciones, con dos bailes ancestrales, casi olvidados: Yumbos y Abagos, ritmos prehispánicos cuyo sonido simula el latido de un corazón, lo que los motiva a continuar y formar su agrupación. Junto a músicos comunitarios y bailarinas del territorio, han compuesto 20 temas, resultado de revisitar sonoridades y ritmos ancestrales de Cotacachi, montados dentro de un espectáculo de danza y música en el que rescatan y experimentan con la instrumentación, sonoridades, vestuario, danza y poesía.
Al hablar de sus orígenes musicales, Jesús me cuenta: “Somos músicos comunitarios, aquí se transmiten los saberes desde la tradición oral, entonces yo aprendí a tocar teniendo contacto con músicos, viendo videos y asistiendo a fiestas y presentaciones”. Dice que no buscaban ser músicos de escenario ni recorrer el mundo, sino ser músicos “de calle” dentro de la dinámica de su comunidad, es decir, querían vincularse a la ritualidad del territorio, en eventos de la cotidianidad, como la siembra, los matrimonios o la cosecha. Poco a poco se fue consolidando su espectáculo, y el camino del arte los condujo a otras festividades, como aniversarios de comunidades o funerales, lo que afianzó el compromiso del colectivo, y les hizo ver a los escenarios del mundo como un posible norte, en el que, sin perder su pertenencia y vinculación con la comunidad, se logre conectar a los saberes de la comunidad, con los centros urbanos, para así visibilizar el valor e importancia del campesino, desde el arte.
Paso a paso han recorrido un camino que les llevó primero a la investigación de saberes propios, y luego a la transmisión de los mismos, dentro de una escuela donde se enseña música, danza, tejido, cine, y que aún funciona. La motivación para llevar adelante este proyecto pedagógico es agradecer por lo aprendido y transmitirlo a las nuevas generaciones. Después de este paso, Humazapas -que se traduce como cabezones, despeinados o como personas de abundante conocimiento y sabiduría- han entregado sus saberes al mundo exterior, y han pasado por escenarios grandes del país, y del mundo, pues recientemente viajaron a un festival en Francia, en donde, a decir de Jesús, fueron recibidos con los brazos abiertos.
Sobre su proceso técnico, montaje e instrumentación, Jesús me cuenta lo siguiente: “somos 8 músicos y 4 bailarinas. Las chicas de la danza, desde niñas han bailado como parte de una actividad natural dentro de las comunidades, siempre impulsadas por sus madres. Los músicos empezamos tarde a desarrollar un apegó por nuestra música, y recién a los 14 años empezamos a aprender, desde cero y sin maestros”. El disco fue grabado en Turuku, Jesús fue el ingeniero de sonido, luego de haber creado y consolidado su productora Anta records y el resultado es un trabajo muy cuidado en la estética visual y musical.
La instrumentación busca ser orgánica y apegada a lo ancestral, sin que esto les impida incluir instrumentos de otras tradiciones musicales y experimentar con ciertas sonoridades, por ejemplo, el guitarrón mexicano, instrumento que les otorga el sonido bajo, sin la necesidad usar un bajo eléctrico, que a decir de Jesús, habría desentonado con su propuesta; o el arpa kichwa, que es un instrumento adaptado a las sonoridades y escalas de las comunidades. Entre otros instrumentos usados, están el bombo andino, el cununo, las chajchas y piedras como percusiones, el contrabajo, guitarras, bandolines y violines como cuerdas, los vientos, en instrumentos como flautas y pallas y el canto. Incluso tienen, en un tema del disco Sara Mama, una banda de pueblo, con sonidos de trombones, trompetas, tubas, platillos.
“Queremos consolidar un género musical del Ecuador, queremos transmitir la fiesta kichwa no solo en su contexto tradicional, sino en la urbanidad, compartiendo un espacio diferente. Abrir la música de las comunidades al mundo, para que se regrese a ver a estos territorios como lugares de arte. No solo somos campesinos, hacemos arte y podemos ser parte de la industria de la música, queremos ser parte de las corrientes de festivales, conciertos, clases, educación” me dice Jesús cuando habla de las intenciones con Sara Mama. La propuesta de los Humazapas aporta a la construcción de la identidad nacional, su poética y sensibilidad apelan a un mundo armónico, que crece hacia lo universal pero resiste desde lo local, por lo que están decididos a encarar, desde lo ancestral, al futuro.