Fanzines: fotocopias de la contracultura

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Por: Diego Pazmiño 

El fanzine es una revista no profesional tipo collage, autopublicada, de bajo costo y presupuesto, sin fines de lucro y reproducida a través de fotocopias. Para su diseño se necesitan herramientas precarias: tijeras, pegamento, grapas y una computadora (máquina de escribir en sus inicios o incluso la mano). Sus participantes cuentan con absoluta libertad creativa, no responden a filtro editorial alguno y hablan desde el corazón de varias contraculturas, siempre alentados por la consigna DIY (do it yourself) o HTM (hazlo tú mismo); de cine gore a recetas de cocina cannábica o de poesía queer a ilustración y graffiti, hay fanzines de todo tipo. Divulgan ideas, sonidos, arte, voces y realidades dentro de un espacio de dilatada libertad de expresión, que se alimenta de lo que el negocio editorial no ve, no quiere ver o de plano rechaza. Vamos a conocer un poco de su historia.

Historias de su historia 

Surge como interés de lectorxs de literatura de ciencia ficción, quienes en la década de 1930 empiezan a diseñar pequeñas revistas de fanáticxs (-fanzine- fanatic y magazine), que pronto serían parte de los Premios Hugo, de literatura de ciencia ficción.

El boom se da en la década de 1970, cuando aficionadxs al cómic vieron en esta forma de publicación una oportunidad para mostrar sus historias personales, en un ejercicio de apropiación y expresión. La creciente visibilidad del fanzine llamó la atención de subculturas urbanas relacionadas a la música underground, como el punk, que para 1977 ya se había consolidado.

Un matrimonio antiestético: fanzine y la punk

En la década de los 70 aparecen dos fanzines que hoy se consideran históricos: Punk en Estados Unidos y Sniffin Glue and Other Rock´n´Roll Habits, en Inglaterra. El primero aparece en 1975 cuando su autor, Legs Mcneil, quiso difundir lo que estaba pasando en la cantina CBGB, donde se presentaban a diario gente como Patti Smith, Television, Blondie, Talking Heads, por nombrar algunas. Mcneil decide poner en el primer número de Punk a The Ramones en la portada, y reseñar a bandas como The Stooges.

El segundo nace en julio de 1976 y detalla la movida de la discoteca The Roxy, donde tocaban grupos como The Clash, Heartbreakers, Siouxsie and the Banshees, Buzzcocks. Al no tener un espacio en la difusión masiva de programas como el de John Peel, su creador, Mark Perry, decide hacer un fanzine inspirado en la banda The Ramones (sí, de nuevo los Ramones) y su canción “Now I wanna sniff some glue”.

La historia que relaciona al fanzine con la punk es amplia y continúa siendo una práctica común en el movimiento de todo el mundo, esto abre camino a otros géneros que ven en este formato una espacio de difusión, es así que ahora hay fanzines de música extrema, como black metal, grindcore o noise en cualquier país de los 5 continentes.

Documentos de nostalgia, el fanzine en Ecuador

Se habla de que el primer fanzinero del país fue el periodista guayaquileño Jaime Orellana, conocido como Pancho Jaime o “la mamá del rock” ecuatoriano, quien publicó clandestinamente, durante la década de 1980 -es decir durante el gobierno de Febres Cordero- su revista Censura, luego llamada Comentarios de Pancho Jaime, en la que hacía una crítica mordaz al gobierno. Esto le costó persecusión, encarcelamiento, tortura y posiblemente su asesinato, pero este tema nunca ha sido escalrecido.

Por otro lado, uno de los pioneros en el fanzine artístico y musical ecuatoriano es José Luis Jácome, diseñador y gestor cultural ambateño, que así habla del tema: “El fanzine brinda la posibilidad de crear un universo propio de ideas, conceptos, gráfica. Es un contenedor de sabiduría underground. Sirve para exorcizar ideas, pensamientos y aberraciones personales, en un ejercicio comunicacional desde la auto referencia”.

José Luis, editor de la revista Dogma y organizador del Festival FFF de Ambato, tiene un blog llamado Fanzinoteka, donde recopila fanzines locales de las últimas décadas del siglo XX hasta la actualidad. Él mismo hizo uno muy importante para la escena rock de finales del siglo XX: “En el 93 publicaba Cerebro obtuso, lleno de cómics, skate, fotografía y música. Hacíamos reseñas de nuestras bandas (Damaged Skull, Cafetera Sub, Funeralescrisalidas, Superkabras). La decisión de hacerlo fue básicamente por la necesidad de indicar nuestro trabajo, tanto en lo musical como en lo referente a expresiones gráficas, cómic e ilustración. Esto detonaría en mi profesión actual como diseñador y editor”

Otro fanzinero de cepa es Daniel Pico, artista, músico y ruidista quiteño, miembro de la emblemática banda de punk capitalino N.Ch. Su publicación se llamó  Zero Punk, circulaba en la década de 1990 y buscaba “provocar a gente involucrada con la escena del rock de los años 90. Así que sus herramientas eran: mal gusto, absurdo, insultos… todo era acompañado por diseños difíciles de leer. Los formatos eran completamente caóticos, así como su contenido”, a decir de su autor.

Esta intención, que Daniel categoriza como literatura de odio, interpela a la estética convencional: al ser el fanzine un material creado por las subculturas tiene sus propios usos y herramientas, que vienen a ser en contra de la cultura impresa oficial”. Estos códigos quizá no sean abiertos e incluyentes, pero responden a una necesidad legítima de expresión.

Los fanzines se hacen por necesidad, tienen un origen insurgente y su función es  propagandística, buscan difundir contenido, sobre todo musical, pero también arte y literatura. Cada uno tiene su estilo, contenido y particularidad, hay fanzines sobre música, literatura, comida, política, feminismo, ginecología natural, anarquismo, historia, magia, agroecología, educación, antipsiquiatría, ilustración, cómic y un largo etc. que a veces implica supuestas contradicciones, pues hay publicaciones violentas y pacifistas, anarquistas y de ultraderecha, fanzines acerca del cuidado del cuerpo, amor al planeta, educación alternativa y salud, así como de automutilaciones, sadomasoquismo, muerte asistida y misantropía. Todo lo que no entra en la cultura oficial, lo encuentras en un fanzine.

Rastreando el origen del fanzine centrado en el movimiento underground del país, existe un consenso al pensar a Contaminación 1 como su ejemplar pionero, hecho por José Luis Terán, pilar en la gestión del subterráneo ecuatoriano. Al respecto, importantes fanzineros como Francisco Castellanos dicen que este es un documento histórico, y así habla del mismo: “Yo lo amo porque me cambió la vida para siempre. Ahí encontré toda esa magia del underground y del Hazlo Tu Mismo. Todo fue mágico, leer sobre bandas de los lugares mas imposibles del planeta, descubrir la música más inverosímil, artes y logos de lo más repugnantes y retorcidos, todo a blanco y negro, con ilustraciones súper punk rock, flyers… ese fanzine marcó el cambio de ser un seguidor a ser algo más. A partir de entonces empecé a hacer mis propios fanzines y proyectos musicales”. 

Donny Macías, uno de los más importantes coleccionistas de música ecuatoriana, que en su página Museo del rock ecuatoriano documenta y recopila la historia nacional de éste género, y que también es fanzinero, autor del Hell Injection Zine, comenta que está de acuerdo en que Contaminación 1 es el primer fanzine de música underground ecuatoriana dedicado 100% al extremo.

El blog  Fanzines ecuatorianos dice sobre Contaminación 1 que es su cereza del pastel, el zine más preciado de su colección, y así lo describen: “Contaminación fue hecho en 1991 y era como se debe: entrevistas sin editar, cut ‘n’ paste, tipeado con máquina de escribir y con partes impresas en una impresora matricial. Me imagino que guardaban todo en esos diskettes gigantes de 8 y 5 pulgadas…. Lágrimas corren por nuestra cara. Hay muchas entrevistas: Agathocles, Meat Shits, Impétigo, Chancro Duro, Damaged Skull, Notoken (quizás su primera aparición en un zine), entre otros. Eso y algunos anuncios de trades con distros, fanzines y bandas de todo el mundo”

Entre las virtudes del fanzine está la de capturar una escena y una época, dentro de un documento cargado de nostalgia. Si bien no tiene cuidados minuciosos, deja ver, con detalle, fidelidad y crudeza, los espacios que retrata. Es un testimonio, y este es su acierto y relevancia en un contexto político e histórico que tiende a olvidar fácilmente. Es una voz, un documento imprescindible para entender a las subculturas que representa.

 

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