Por: Diego Pazmiño / Fotos: Ana Lucía Zapata
Luego de la edición 2022 del Festival Internacional de Música Independiente Quitofest (QF) quedan varios hilos por jalar, para plantear dudas y reflexiones al respecto, no solo de este evento, sino de la situación actual en la cultura y el movimiento de música underground e independiente del país.
El QF despierta pasiones, muchos lo odian y otros lo defienden y siguen. Para muestra, basta entrar a sus redes sociales y leer cómo lxs cibernautas destilan rencor y quejas por un lado, así como felicitaciones, loas y amistosas sugerencias por el otro. Se sabe que nunca habrá evento alguno en el que toda la gente quede contenta, pero se puede estudiar cada crítica, para mejorar, y fortalecer cada acierto, para trascender. Tratemos a continuación algunos puntos recurrentes en estas discusiones.
¿Cobrar o no cobrar? Ese es el dilema
La Fundación Música Joven vuelve a la gratuidad con la que fue concebido el QF, luego de un fuerte endeudamiento ocasionado por la falta de apoyo del público en los años 2017 y 2018, cuando se cobró la entrada, y por las complicaciones en encontrar financiamiento y patrocinio por parte del sector público y la empresa privada. Esta estrategia también provocó una asistencia masiva que, obviamente, dejó masivas opiniones y sensaciones, en un público repartido entre la satisfacción y la crítica.
Entonces el dilema es: gratuidad y asistencia masiva, frente a cobrar entrada y lidiar con un público escaso, pasivo, resentido y que no responde. Concuerdo con que es un problema el haber acostumbrado al público a los eventos gratis (“gratis, como te gusta” ¿les suena familiar?). Esto ha ocasionado indiferencia ante la producción de eventos, pues no se visibiliza ni valora la logística e inversión de tiempo y recursos que un buen concierto requiere.
Por esta razón, no solo la organización de este festival, sino cualquier productora en la ciudad, le teme al cobro. La gente no paga; es un lugar común afirmar que muchos prefieren quedarse afuera, gastando el dinero en vicios. Ojo, no quiero ser moralista, un buen vicio de vez en cuando a todxs nos alegra, pero tampoco caigamos en la hipocresía de “es que no tengo plata”, ya que es una mentira que se cae al piso cuando hay que hacer la vaca para el trago. Entonces, la pregunta al público es ¿por qué no consumimos arte?, si se llenan estadios, cantinas, bares y discotecas, restaurantes, centros comerciales, entonces ¿por qué no llenamos las salas de conciertos?
Autocrítica, desde tu trinchera
La falta de apoyo del público puede ser uno de los más grandes obstáculos para que el ecosistema musical no se convierta en una industria, dentro del Ecuador, lo que resulta frustrante frente al enorme talento que despliega el arte local. Quienes hacen conciertos saben que se considera un éxito cuando la deuda es baja, o, en el mejor de los casos, cuando se queda en “tablas”. Claro que hay rotundos y aislados triunfos en los que artistas y la producción regresan a casa con 20 o 30 dólares en el bolsillo; pero esto, frente a innumerables horas de ensayo pagadas, comprar equipos, producir canciones y discos, subir música a plataformas y elaborar mercadería y publicidad, actividades que deben sumar miles de dólares, suena un poco desequilibrado.
El mundo del arte no requiere únicamente espectadores, sino necesita una participación activa, tanto en lo crítico, como en lo económico por parte de sus receptores. Necesitamos formar a un público que consuma arte, sin que esto suene a desparpajo capitalista o sin que despierte conflictos éticos: ¿por qué sentimos que cobrar por arte es vender el alma? Más allá del cliché de que el o la artista necesita comer, creo que debemos pensarnos como un público que se involucre, no solo al “apoyar” asistiendo a conciertos gratis, sino por un verídico amor propio, por una sana vanidad y gusto personal que vea en el capital intangible del arte una forma de placer, el placer estético, que es igual o mejor que el causado por cualquier borrachera; entonces, de nuevo al público: ¿por qué no somos parte activa de ese ecosistema que nos necesita?
Ahora, a las bandas, les dejo también dudas y reflexiones. En esta ciudad resulta impensable tocar a fin de semana seguido, porque existe una sensación de que el show se “quema” brevemente. Esta expresión alude al declive de asistencia que se vive cuando un grupo está tocando constantemente; el público asiste, paga y compra mercadería en el primer concierto del año, en el segundo regatea y pide 2×1, para el tercero deja like en redes y en el cuarto “te deja en visto” la invitación. Es verdad que somos una ciudad pequeña, pero con más razón considero importante que las bandas se cuestionen cosas como: ¿qué hacer para generar un circuito bien consolidado? ¿Qué hacer para generar una escena, para generar contenido, material, seguidores, fanaticada, público? ¿Qué hacer para producir un espectáculo atractivo, variado, dinámico? ¿Existe un legítimo apoyo entre agrupaciones, o más bien se siente una envidia o competitividad, que puede ser sana, pero en general solo daña y corroe? ¿Hay alguna estrategia que atraiga, invite y articule al público dentro de un ecosistema activo y funcional?
Volviendo al QF
Entonces sí, la gratuidad puede ser un problema, pero sin duda abre las puertas a un público diverso, que de no ser por la entrada libre, le sería imposible asistir a eventos de alta calidad, como el presenciado este 3 y 4 de diciembre, en el parque Itchimbía; esto genera una sensación de apreciación y agradecimiento. Yo, en el QF he visto bandas espectaculares, y este año tocó Venom, ingleses considerados pioneros del black metal, género extremo que convoca a una multitudinaria horda de metalerxs underground de todo el país y de los rincones más oscuros de la ciudad.c
Asistieron al concierto personas que jamás habrían podido ver a esta enorme banda, si la entrada hubiera costado más de, no sé, 10 dólares, pues ante la prioridad de alimentar a la familia, la cultura, el arte y el entretenimiento quedan en segundo plano, y un concierto suena a gasto superfluo; entonces, de nuevo entre paréntesis, una duda colateral: ¿por qué el arte y el entretenimiento tienen la carga de lo superficial? Sí sé que una canción no quita el hambre, pero también sé que un concierto en vivo alimenta el espíritu, inspira, fomenta la creatividad, genera lazos sociales y plantea un material simbólico tan amplio, como lo son las propuestas musicales de un territorio o las apropiaciones de un público que se identifica con tal o cual sonido; y también sé que una canción puede despertar el espíritu de personas que, inspiradas por letras o sonidos, pueden generar un cambio y evolución en la sociedad.
Entonces sí, la labor del QF como “espacio de optimismo y solidaridad” aporta a que se masifique la música independiente y a que un público que no tiene al arte como su prioridad económica, acceda a su alimento intangible. El Festival, dice en sus redes sociales, recupera el espacio público y da a la ciudad una alternativa a las fiestas de Quito, en donde se reúne la masa subalterna en un evento de música que los representa. Sin embargo, la situación se complica cuando este mismo público, que responde al llamado, que asiste, es también detractor de la iniciativa. Vamos a esto.
Todxs somos público
Son cientos de comentarios en las redes sociales del Festival, de personas que se quejan de una situación repetitiva, lo de siempre, dicen: colas interminables, maltratos en la entrada por una logística sin visión y ridículos filtros de seguridad, que más suenan a mecanismos de control. Esto no se queda en quitarle elementos identitarios a un metalero, como spikes, cadenas o correas, sino va a acciones que contradicen las recomendaciones de la organización, frente al impredecible clima de Quito, como retirar paraguas, protectores solares o agua; entonces: ¿qué se puede hacer para no provocar esta sensación en el público de ser perseguido o de sentirse como delincuente? Quizá un mejor trato en la entrada genere que el público no dé la espalda a la organización cuando no haya más remedio que cobrar una entrada.
Creo que es importante cuidar del público, tratarlo bien y no verlo únicamente como una herramienta para recibir información, marcas, proyectos. El público es parte neural de un festival, no es solo una serie de “compradores” reunidos, y por eso creo que se debe pensar en invertir para que la experiencia de quien asiste sea acogedora, en todos los sentidos. Es verdad que el QF nos ha brindado un show de primera calidad, con equipos espectaculares, que compiten con los grandes festivales del mundo, y que también ha aportado a la educación de la gente, mediante su feria de conciencia social, iniciativa replicada en otros festivales de la Red latinoamericana, como Rock al Parque, sin embargo, los estándares deben tender a mejorar, y cuidar los tropezones. Este año, por ejemplo, el sonido durante Venom no estuvo a la altura de la banda, lo que ha dejado mucha insatisfacción.
Lo que pide el público no es exagerado, carpas para el sol y lluvia en la entrada, zonas de descanso, seguridad interna que les permita portar su estética sin ser tildados de peligrosos, puestos de hidratación, baterías sanitarias en buen estado, comida a precios accesibles. Es importante hacer un ejercicio de autocrítica, desde el lugar en el que te encuentres. Público, artista u organizador: ¿qué puedes hacer para mejorar el ecosistema musical del Ecuador, y ser parte de la solución y no del problema?, sin embargo, también extendemos cuestionamientos al rol del Estado y Municipios: ¿las políticas culturales locales responden a las necesidades actuales de público y artistas?, ¿existen regulaciones para eventos al aire libre que afectan la libre expresión de quienes forman parte del incipiente ecosistema musical ecuatoriano, lo que, quizá, le impide crecer y fortalecerse? Debemos plantear varias dudas para que, desde el debate, se llegue a acciones que procuren establecer una industria musical con potencial para satisfacer a lo local y con la capacidad de exportar el enorme e indiscutible talento que aquí existe. ¿Tú qué opinas?