Texto y fotos: Adrián Gusqui
En esta entrevista conocerán a Estamos Perdidos. Descubre lo que esta banda quiteña de punk rock tiene por contar desde un llamado por Zoom, un concierto impuntual y un sábado a las 10 a.m. en una calle con nombre de furia.
La primera idea que tengo al verlos es que, literalmente, están perdidos. Cuatro de los cinco integrantes de la banda esperan al quinto elemento en una terraza de la Mariano Echeverría, en el norte de Quito, pero este nunca llega en la corta estancia que hago en su ensayo.
Son cuatro jóvenes sentados donde la sombra ha encontrado un hogar entre el sol. Son las 10 a.m. y puedo ver que, algunos de ellos, aún tienen los párpados pesados. Nicolás Gómez (el guitarrista) desayuna una empanada, Andrés Bastidas (el otro guitarrista) habla de fútbol conmigo, Juanki (el bajista) participa en la conversación pocas veces; es tímido. Pixie (la vocalista) fuma un tabaco mientras se toma selfies arriba de una cama. Ella igual permanece en un silencio de reserva, como lo que genera un extraño a su llegada.
Es una adolescencia en escena, sin saber qué hacer, pero a la vez haciendo algo: punk rock.
Esta noche abrirán el concierto de Flix Pussy Cola, banda quiteña de rock que ya va por su segundo disco y que también estuvo en la misma situación hace no mucho tiempo. Al contrario de Flix, Estamos Perdidos tiene una esencia diferente, quizás, única. También común en las bandas emergentes, pero que considero es una señal en medio de lo ingenuo: disfrutar de su desorden.
Esa mañana que los visito es un sábado. En nuestro encuentro hay un dejo de inmadurez que rápidamente desaparece cuando toman sus instrumentos y la disciplina rasga su piel hasta entrar en una especie de trance o necesidad porque las cosas salgan bien. Algunos están en su mundo, probando las cuerdas, tomando el puesto del integrante que no ha llegado o reuniéndose con la vocalista para ensayar nuevas canciones. Su energía es la de un grupo de clase que quiere salir del aula del colegio para explorar el patio con sus amigos.
—Los considero mi familia…mis hermanos—, me dice Pixie (que su nombre real es Ana Miranda), en un encuentro por Zoom una semana antes. Juanki y Nicolás escuchan la respuesta con una sonrisa a través de la pantalla. El grupo es el resultado pandémico de dos amigos colegiales, Andrés y Juanki, que se cruzaron con Nicolás y armaron una relación. Todos se conocían de alguna manera entre sí, hasta que unieron la amistad en un concierto en Carapungo, al norte de la ciudad.
El junte de los chicos fue lo más fácil o, digamos, más simple. Pixie entró a la banda por recomendaciones y (a la larga) también porque ella quiso, aunque repelía el sonido de la banda. —Yo era full chama. Sigo siéndola. Me acuerdo que Nico me escribió y me preguntó si quería estar en una banda de shoegaze/punk y yo al inicio sólo pensé: «NI VERGAS». Pero algo dentro de mí me animó a aceptar, porque uno no sabe qué puede pasar. Yo era una persona full introvertida, me daba mucho miedo conocer gente, luego fue un conflicto muy grande para mí, porque yo no escuchaba punk y ellos querían que suene de una manera determinada. Pero no podía, no lograba componer de esa manera—, así lo recuerda Pixie. Nicolás dice que su entrada al grupo fue un «match instantáneo» que —lo que nos llamó de la Ana es que ya teníamos una canción hecha y le pedimos que meta una letra. Y le metió de una, además hizo una buena melodía, entonces ahí fue—.
Pixie dice que «uno por uno se fueron punkerizando» hasta un nivel original, en el que todavía suenan a sus referencias, pero el talento los saca de ese inevitable costal de copias.
Estamos Perdidos suena a desorden e ideas atareadas, con pies torpes y los nudos bien amarrados para no irse de cara al suelo. Eso es el punk adolescente: sudor, torpeza, ingenuidad y siempre pureza. Su música es recursiva, hecha con lo que hay a la mano y la economía. Nicolás cuenta lo siguiente sobre a qué querían sonar y a lo que debieron adaptarse:
Al principio que hablábamos con los muchachos, aún levantando el proyecto, decíamos para hacer algo como Gorillaz, La Máquina Camaleón o Tame Impala, pero teníamos sólo guitarras y distorsiones. Tenemos esto, hagamos punk. Teníamos la idea de hacer algo medio surfero, en la onda del 2019. Pero poco a poco nos metimos en esta onda de Carolina Durante, Cuchillas o en la onda mexicana y colombiana. Y ya pues, llegamos a eso en base a coincidencias y recursos que teníamos. Al principio ninguno de nosotros éramos músicos virtuosos, lo máximo que podíamos hacer era powercore. Entonces si era «tenemos esto, hagámoslo bien» y aquí estamos, por hacer bien powercore.
Ese plan recursivo se mezcló con la academia, Nicolás Cevallos (el baterista) y Ana estudian Música en la Universidad, al contrario del otro Nicolás, Juanki y Andrés, con estudios distantes a la música. Esta característica, más que un obstáculo, ha servido para que los integrantes se apoyen uno al otro, situación que pude ver en el ensayo.
En persona los muchachos son una masa de timidez y acidez a punto de explotar, un engaño de furia. Semanas antes de este sábado en la (siempre rockera) Mariano Echeverría, los vi en concierto para su presentación de Marzo, su único single en plataformas que, en apenas un mes ha recibido más de veinte mil escuchas, un número interesante para una banda que ganó su popularidad desde conciertos y no en streaming. A la vieja usanza. En este concierto, al que llego tarde, me encuentro con un grupo pequeño y enérgico de adolescentes, que parecen estar entre los 17 a 21 años, alrededor de Pixie, quien comanda el escenario como si fuera otra persona a la que conozco dos semanas después. Ella está uniformada de un vestido de flores en un jardín con sus tatuajes, lo que le dan esa impronta pesada de rebeldía. A su guardia el cuarteto de chicos, cada quien enfocado en su instrumento, rompiendo cuerdas, baquetas o el diseño del escenario con sus melenas en la onda Sonic Youth, Carolina Durante y Biorn Borg.
Al llegar al concierto ese sonido desteñido de sus canciones se me cuela en el cerebro como algo que escuché antes, pero diferente. Siempre DIFERENTE. La voz de Pixie es cruda y tenaz, con la dulzura adecuada para que el sonido de Estamos Perdidos sea amor y terror en el mismo golpe.
Este terrorismo sonoro es interesante por el ánimo que causa en quienes van a verlos, en aquel concierto, en un bar del norte de Quito, el grupo mantiene una cercanía bastante horizontal con sus contemporáneos. Como si se pasaran la bandera de uno a otro, entre público y artistas. Al final, veo a quienes cantan sus canciones y todos podrían ser Estamos Perdidos, el interés por sudar los horrores de crecer está en todo el lugar. Sumado a esto, la química del grupo también colabora a transmitir esto, —pasa que la banda me respalda y me da la confianza de mostrarme en el escenario como me muestro. Ha pasado que canto sola y no soy tan buena performer, yo sola no me siento respaldada, como con mi familia a un lado—, confiesa Pixie, que agrega a esto un discurso usual en nuevos proyectos, que es el ser músico en este país (y en todo el mundo, si me preguntan) que para ella es «una patada en el hígado, sin embargo, hermoso», pero reconoce que el apoyo del público ha cambiado mucho de esa percepción.
El sábado, en la Mariano Echeverría, el grupo parece dividirse el trabajo en dos, entre Nicolás y Pixie a un lado, con una mirada más enfocada en la labor, mientras Andrés y Juanki se centran en su instrumento para hacer tiempo. Están ahí, cada uno en su gestión, pausando los segundos hasta descubrir qué hacer y parece que esta banda, que se iba a llamar Otilino Tenorio o Los Buenos Tiempos, deja de perderse en sí mismos y una chispa los sorprende con nuevas letras de canciones. En algún celular alguien abre las notas y ensayan una nueva canción. También la componen sobre la marcha al parecer. Es un ejercicio interesante, sin objetivo alguno, pero que se escucha moderadamente bien. Nicolás toma un cuaderno y se sienta a un lado de Pixie para trabajar en la canción y los demás afinan las cuerdas o ganan tiempo hasta que la mañana se cuente algo.
Antes se veían con más regularidad, pero ahora los encuentros son contados. La universidad, el trabajo o su vida social los ha separado de la rutina de banda, pero cada vez que pueden aprovechan para que el ritmo de trabajo tenga frutos importantes. Esas oportunidades de encontrarse los ha llevado a hacer giras nacionales y tener un nombre recurrente en varios espacios alternativos de la capital. Juanki cuenta que la gira sale del hecho de experimentar y tocar en otras ciudades sin tener nada subido, —antes de ir nos pedían subir algo antes de lanzarnos a tocar. La verdad es que fuimos para ver que salía, obvio fue sacado la madre el tema de viajes, pero fue muy lindo que, como banda, supimos cómo pararnos duro en otras ciudades—.
—Muy avanzado el proyecto no teníamos plata para grabar o hacer ese tipo de cosas—, agrega Nicolás, —es un juego de resistencia y buena suerte. Ahora vemos que la gente cae a las tocadas y vemos remuneración. Al principio no sacamos nada y ahora logramos reunir para los pasajes y grabar par canciones—.
Los siguientes pasos de este grupo están dispersos entre sueños y, como dice Nicolás, buena suerte, pero sobre todo quieren lanzar más canciones y que algún festival se siente a escucharlos con atención y se enteren de lo innegable: los Estamos Perdidos fueron encontrados.
—¿Qué es lo que quieren con la banda?—, pregunto al final de nuestra conversación por Zoom.
Nicolás dice que desearía grabar y moverse más, —me muero de ganas de salir a tocar fuera de Quito. Mi sueño de puberto siempre fue tocar en un festival. Tuvimos la oportunidad de hacerlo en un festival para gente borracha de universidad y llegó justo la intendencia cuando nos conectamos. Yo, abajo del stage, dije: «gracias dios, siempre te pedí esto, siempre quise tocar para gente borracha de universidad», me conecté y el animador lo canceló. Casi me pego un tiro esta noche— me cuenta, con una mueca que dice de todo, menos que el final de su historia era una broma.
Para Juanki la historia va más por seguir haciendo esto, está cumpliendo su sueño. Él estudia Arquitectura, pero desde niño siempre quiso hacer música —ahora lo hago con mis mejores amigos, puedo hacer música y seguir conociendo lugares. Yo nunca conocí Cuenca y lo hice por tocar en Estamos Perdidos. Estoy agradecido que la música me llevó a esos lugares—.
Pixie quiere crecer con la banda y es más emotiva, los considera su familia. —Se han convertido en personas importantes en mi vida. Yo quiero seguir aprendiendo. Es full bonito hacerlo junto a quienes considero mi familia, mis hermanos. También sueño con seguir compartiendo algo de lo que somos nosotros con el público y sentir que ellos se pueden sentir identificados, quiero seguir haciéndolo hasta donde se pueda y si se puede que no se acabe nunca—.
En el ensayo de aquel sábado les cuento que esta calle donde estamos la historia musical del país toma un tono diferente. Una coincidencia o no, cuando los escuché en concierto sentí en Pixie y la banda el poder vocal de Sofía Abedrabbo y sus artistas en cada instrumento con Biorn Borg. Les hablé de Quito Tennis, de esa canción escondida en Muerte Súbita que, para mí, es un himno de la furia nacional, la misma que escucho en Marzo cada vez que la pongo en mi celular. Sin embargo, creo que las comparaciones son injustas y pocas de buen augurio, pero si creo que esta memoria recuperada, al menos en sensaciones, me ayudan a creer que Estamos Perdidos es la muestra creciente de una camada joven y poderosa de músicos nacionales, que se transforma desde una semilla histórica en la música nacional.
Escucha a Estamos Perdidos acá abajo ⬇️