diciembre 11, 2024

Mugre Sur en el Quitofest y la protesta en el arte

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Por: Eduardo Varas / Fotos: Ana Lucía Zapata

Mugre Sur ahorca un cartón del presidente Daniel Noboa en el escenario del Quitofest y explotan alarmas sobre los límites del arte y lo que el arte debería ser. En el medio, rasgarnos las vestiduras es lo que nos sale más fácil.

La situación es esta:

Una banda de hip-hop, Mugre Sur, con más de 25 años de existencia, está tocando su set en el escenario del Quitofest 2024. En un momento, entre canción y canción, empieza a sonar un audio similar al que se escucha en radios populares cuando estamos en el punto liminal entre el año viejo y el año nuevo. Hay un conteo regresivo entre las voces de los locutores radiales, el crescendo culminante.

—¡Llegó la hora cero! ¡Viva Ecuador!

En ese punto se eleva, por medio de una soga y una polea, una de las figuras de cartón que el presidente Daniel Noboa usó en campaña en 2023. La cara tiene una especie de funda negra y se ha tapado el eslogan colocado entre sus piernas. Pero todo el mundo conoce ese cartón. Esa figura está ahorcada, como sucede con los cuerpos de los asesinados por el narco que han aparecido colgados en puentes en algunas localidades del país.

La imagen es fuerte. Se han escrito suficientes comentarios sobre si está bien o está mal que se haga esto, sobre si es incitación a la violencia o no, si es populismo, o si se trata de aprovechar una plataforma como la del Quitofest para hacer campaña política.

Muchas cosas se pueden y se van a decir.

Lo más seguro es que sería complicado entender ese acto en una presentación de Mugre Sur sin conocer de qué se trata Mugre Sur. En 2023, de cara a su show en el importante festival colombiano Estéreo Picnic, conversé con Paúl Moposita, el alma y corazón de Mugre Sur. Del texto que publiqué en ese momento, resalto lo siguiente:

«Las presentaciones de Mugre Sur se pueden definir como ese punto medio entre el acto artístico y performático, que se cruza con el discurso político. O al menos una posición política definida. Entre personajes y rimas como disparos, todo parece ser de otro mundo, de otra conciencia estética.

Una conciencia que se ha forjado en un proceso de 25 años, a través de media docena de discos y un par de ep —extended play, producciones de menos canciones que un álbum. Discos con una claridad conceptual que impresiona cuando Paúl Moposita la explica. A fines del siglo XX lo que hizo que Mugre Sur apareciera fue la música que venía de Estados Unidos, ese hip-hop del Bronx, ese Wu-Tang Clan del alma. Pero en el camino llegó otra conciencia.

“Nos hemos dado cuenta en este proceso que el hip-hop es la forma de expresión más primitiva del hombre. Nuestros ancestros también ocupaban el lenguaje para expresarse, también ocupaban el baile para expresarse, también ocupaban la música los instrumentos la boca para expresarse y a través de las pinturas también”, dice Moposita.

Así que el hip-hop es mucho más complejo y quizás siempre estuvo en esta parte del planeta».

En un punto de la conversación me dijo: «Siempre han dicho: no, no se puede hablar así. Desde niños nos han inculcado eso, ¿no? No te vistas así, no te revuelques en el suelo, los aparatos de papá no se tocan, no se habla malas palabras. Entonces eso nos hace parte de esta cultura del hip hop que es más bien global».

Hay un sentido de rebeldía y de protesta en Mugre Sur. Una propuesta sonora que también es estética, que encuentra en los disfraces una forma de decir algo más. Sí, los shows de Mugre Sur —un nombre que hace referencia a ese desamparo y desprecio colectivo que existe en Quito alrededor de los barrios del sur— no solo se trata de la música, ni del «mensaje», se trata de la experiencia de remover y contrariar con la vena performática que siempre han tenido.

Hay una comprensión de la rima en el trabajo de Moposita que es capaz de usar el sonido como ese punto de mixtura entre lucha y fraseo popular. La onomatopeya y el acento de la sierra bien cerrado surgen como punto de partida. Lo que hace Mugre Sur siempre ha sido un llamado de atención para que entendamos qué estamos haciendo y qué estamos olvidando.

Solo escuchando la letra de Cleptócratas, nos llega la idea de lo que se mueve:

«¡Qué hijos de puta! / Con razón que este país está en la verga / si estamos gobernados por incapacitados con carnets falsos / y tienen carros de alta gama / servidumbre que no reclama / ¿Cómo disolvemos tanta propaganda mezclada en nuestra sangre? / Camellando / Y consumismo saco / Y consumismo pantalón / La economía no nos gotea / comiendo poco en un país donde hay mucho / Un docente para 40 alumnos / Un médico para 300 pacientes / y 40 escoltas para un corrupto inepto / cuando un político en elecciones dice que acabará con la pobreza / se refiere a la suya»

Hay un sentir generalizado en estas rimas, juego de palabras y una forma de reflejo y oráculo al mismo tiempo.

¿Esa es la misión del arte? No sé si exista una misión del arte, pero puede funcionar en muchas direcciones, más aún cuando hay una acción de traslado de un objeto o expresión cotidiana a otro terreno, a otro contexto, para que se resignifique y adquiera otras posibilidades de sentido. Y no es que todo deba tener sentido, pero se hace arte para ver si se encuentra sentido a algo.

Sin embargo, puede estar bien o mal hecho, puede salir bien o mal —porque el performance se realiza una sola vez y lo que se ve es lo que hay—. Lo que nos está removiendo no es, en definitiva, el sentido profundo del acto artístico, sino la interpretación más superficial del acto y la reflexión moral sobre lo que genera: si es bueno o malo, si es digno o no, si está peleado o no con lo que se debe considerar aceptable.

Hay muy pocos gestos de análisis que se centren en abrir las posibilidades para comprender lo que pasó. Es verdad que expertos se han pronunciado sobre cómo lo que hizo Mugre Sur está dentro de lo que protege el derecho a la libertad de expresión y que no se debería considerar un discurso de odio —algunos hablan de que se encuentra en los límites de la libertad de expresión, y bueno, hasta no pasar la línea, no es problema, ¿no?—, pero no podemos ir más allá el análisis estrictamente superficial.

No queremos y no vale la pena hacerlo.

Hasta un comunicado del Ministerio de Cultura y Patrimonio no ha sido capaz de complicar la discusión y ha buscado mantener el tema en el mismo sendero que los comentarios en redes sociales. Reduciendo la expresión e historia de una propuesta musical agresiva a una mera «incitación a la violencia».

Se critica que esto suceda en un festival donde hay fondos públicos, porque al parecer el dinero de todos solo debería estar al servicio de expresiones artísticas de altura, cuando esa «altura» se traduce en lo «moralmente aceptable».

No es nada nada nuevo que músicos critiquen de manera agresiva a políticos. Nada nuevo y no se acabará nunca. John Lennon le dijo cerdo a Richard Nixon en una de sus canciones. Neil Young pidió por el juicio político contra George W. Bush en Let’s impeach the president, canción en la que habla del historial de consumo de drogas de Bush y de cómo usa la religión para controlar y justificar el desprecio a la gente negra. En varios conciertos en 2007, Zack De La Rocha, vocalista de Rage Against the Machine, antes de interpretar la canción Wake up, hablaba —parafraseando a Noam Chomsky— sobre cómo, si se usaban las mismas normas que los juicios de Nuremberg, mandatarios de Estados Unidos, como George W. Bush y Dick Cheney, deberían ser ahorcados. Luego empezó a subir la apuesta e incluyó al ex primer ministro británico Tony Blair. En la portada de su single de 2016, Viva Presidente Trump, la banda de metal Brujería, colocó una foto de Donald Trump con un machete incrustado en su cabeza y con una cinta negra sobre sus ojos, en la que se lee «Fuck you puto».

Y la lista sigue.

Pero si se trata de una apuesta masiva sobre este tipo de gestos artísticos, entramos al terreno de Señor Cobranza, la versión de 1998 de Bersuit Vergarabat de un tema original de Las Manos de Filippi. Sacándolo de la cumbia y llevándolo a una base hip-hop, la canción es un grito de guerra en contra de los políticos argentinos, que no solo habla de funcionarios comprados por el narcotráfico, sino que tiene un par de versos que habla de matar a políticos y a sus familiares: «Que cocinen a la madre de Cavallo y al papá / y a los hijos, si es que tiene».

¿Esta música es arte? Esa es la pregunta más aburrida y ridícula de todas. Aquí hay una experiencia consciente de alterar y mezclar significantes para que que suceda algo más, distinto y nuevo. El arte también tiene una posición política porque eso es inevitable en las acciones y creaciones de los seres humanos. ¿Es bueno o malo? Nada de eso, es lo que es. Y se puede y se debe criticar, pero al menos eso nos exige tratar de entender qué es eso que no nos parece de una manifestación artística que no va conmigo.

No porque algo me guste o porque se acerque a las cosas que pienso se convierte automáticamente en algo bueno y viceversa.

Al final, quizás debemos tomarnos el tiempo para tratar de aprehender lo que pasó en el escenario del Quitofest, durante la presentación de Mugre Sur. Porque agarraron un cartón con la imagen de Noboa, que él mismo usó como uno de sus fuertes en sus campaña —decenas de videos de humor en TikTok, creados orgánicamente por personas, fueron parte fundamental de ese momento— y lo sacaron de ese contexto «aséptico» para dotarlo de una carga política durísima. Levantaron al cartón como si se tratara del cuerpo de uno de los asesinados por el narco, como los tantos asesinados en el país, con la cabeza oculta, con el cuello cruzado por una soga. Esto en medio de una puesta en escena como si se tratara del fin de año, de ese espacio de renovación, apropiándose del espíritu de lo que sucede cuando se queman a monigotes de figuras políticas el 31 de diciembre. Esto mientras se escuchaban vítores al país.

¿Cómo podemos percibir esto? No lo sé. Mi lectura es la mía, no vale la pena endilgársela a nadie. Una experiencia de este tipo debe y va a tener muchas posibles lecturas. Lo que nos queda es desentrañar que, como parte de una obra que no ha dejado de protestar nunca, Mugre Sur ha generado algo complicado de digerir y no por eso es malo, peligroso o incita a la violencia. En el horizonte de las acciones de protesta siempre hay muchas cosas que no queremos y no podemos ver. Sobre ese escenario hubo un gesto de violencia que no se compara para nada con la violencia real que vivimos a diario y que parece habernos anestesiados. Pero este gesto nos interpela y de eso se trata cuando experimentamos situaciones así: estamos casi obligados a buscar dentro de nosotros qué ha producido esa acción.

Pero qué pereza.

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