Guayaquil, 16 de mayo. Llegué a Diva Nicotina con gran entusiasmo, afortunadamente encontré el segundo mejor lugar para estar en un concierto en este lugar: frente al escenario, pero en el altillo.
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Guayaquil, 16 de mayo. Llegué a Diva Nicotina con gran entusiasmo, afortunadamente encontré el segundo mejor lugar para estar en un concierto en este lugar: frente al escenario, pero en el altillo.
No juegan pelota. Nunca lo han hecho. Nunca lo harán. Cuando los otros niños jugaban pelota, Los Ultratumba escuchaban Los Toreros Muertos a todo volumen. Ponían los parlantes en las ventanas. El dato era ultrajar la tranquilidad del prójimo todo cuanto fuera posible. Cuando los otros niños se hacían los galanes frente a las niñas, y las invitaban a pasear bajo el atardecer y a endulzar la vida tomando helados de tutti fruti, Los Ultratumba pasaban por ahí eructando y diciendo malas palabras.
“…El nombre SIQ proviene de mi cabeza, un día me desperté y ya sabía que ese era el nombre de la banda y les propuse a los demás…” K Payne
“Seismic Seconds” es el nombre del tercer CD de la agrupación quiteña, SIQ. Ibo K Payne, vocalista de la banda, habló con nosotros de su nuevo disco.
Me imagino bien a Dárgelos de los Babasónicos tambaleándose en el lobby del hotel mientras sostiene con lo último que le queda de fuerza entre los dedos una botella de Jack Daniels casi terminada. Figuro a Draco Rosa zambullido en un sillón café de cuerina, sosegado en la penumbra de un vuelo canábico interminable y acordonado de fanáticos, damas y caballeros, que lo mismo quisieran sacarle una foto que acostarse con él.
Debo ser sincero, me encantan las mujeres violentas. Tampoco serial killer wannabes o pandilleras tipo ñetas, simplemente chicas con una onda, digamos, bravucona. No se si la tripleta de señoritas ruidosas conocidas como THE CASSETTES se ubiquen dentro del perfil pero, al menos, se esmeran en tirar esa parada.
El camino de puntos suspensivos
Las salas de espera incuban aburrimiento y, en el mejor de los casos, ansiedad. Allí, los minutos pasan como una fila de pequeñas hormigas a las que hay que aplastar una por una. Ahí es donde las revistas rotas, los periódicos, las uñas y las ‘pelusas ‘de la ropa ayudan a filtrar más rápido la arena del reloj. Pocos caen en cuenta que esos sitios regalan un poco de ‘tiempo libre’ para pensar, imaginar y ordenar las prioridades en la vida.
Yo no sé lo que les parezca a ustedes – aunque puedo imaginarlo-, pero para mí lo único que salva a las anodinas festividades de Quito, es el QuitoFest. Y como para no sonar especulativo digamos que, al menos para unas 40 mil personas (entre quiteños, residentes en Quito y afuereños que cada año llegan exclusivamente al festival; niños, adolescentes y adultos, mujeres y hombres de todo estrato socioeconómico) que no gustan de usar sombreros de Panamá -¿o de Montecristi?-, de paño o de cowboy y de tomar Moscatel en bota de cuero para sentirse por algunos días embebidos por el espíritu caricaturesco de su frustrada herencia ibérica