Días antes de darse a conocer el caso de Polina Cold y Efraaín Granizo (Van Fan Culo), reflexionando sobre el caso Aldana (El Otro Yo), se terminó de escribir esta columna de Vanessa Bonilla sobre cómo el machismo y la violencia de género existen incluso en espacios tan progresistas como el rock. Hoy, hablar de este tema resulta más que necesario #yanonoscallamosmas
Por: Vanessa Bonilla / @isadorabo
Soy bastante ecléctica con la música. Mi vida misma es como un soundtrack amplio, cada acto, cada recuerdo, cada amor, cada amigo, cada decepción, cada locura, todo tiene su canción. Esta semana un amigo me preguntó cuál es mi artista o banda favorita y no pude responderle. En cambio, empecé a contarle cómo la música ha atravesado mi vida: de niña mi casa se llenaba de Jefferson Airplane, Chico Buarque, Joan Manuel Serrat, Mercedes Sosa, Fleetwood Mac, Led Zeppelin y más. Luego, en el intento por encontrar (me) coquetee con el rock, el punk, el hip hop, el hardcore, la música alternativa. La búsqueda vino acompañada de decenas de conciertos, programas de radio, y mi paso por la universidad.
Le di varias vueltas al asunto y le respondí «mi favorita de todas: La Janis, y «Summertime”», esa canción me ahoga en lágrimas de emoción desde siempre, aunque su traducción la supe en la pubertad. Entonces mi curioso amigo me recomendó ver el documental Janis: Little Girl Blue (2015), así que corrí a verlo y me perturbó tanto. Amy Berg se adentra en los recuerdos de Janis usando la voz de Cat Power, habla con su familia, sus amigos, sus bandas, recupera cartas que la cantante intercambiaba con sus padres, conversa con sus amores y desamores. Pero sobre todo, hay una frase que me desconcertó, y que al mismo tiempo explicaba cómo era ser mujer en el escenario musical de los años 60, además de formar parte del movimiento de paz y amor, enganchada a las drogas y en un permanente búsqueda de libertad: “¿Por qué los chicos de la banda se van a casa con esas chicas y yo me voy a casa sola?”, decía Janis.
Más tarde leía en el diario El País que, Charlie, Felicitas y Ariell acusaron de abuso sexual, corrupción de menores y transmisión de enfermedades a Cristian Aldana, de la banda argentina El Otro Yo, vi el desgarrador video de #yanonoscallamosmas y supe que la Cámara Nacional rechazó el pedido de excarcelación que había presentado la defensa de Aldana, quien está detenido desde el 23 de diciembre y que se ordenó su procesamiento con prisión preventiva y embargo de sus bienes. En ese momento recordé los conocidos casos y declaraciones misóginas de los argentinos Juanse, Pappo, Ciro Pertusi, Gustavo Cordera, Miguel Del Pópolo, entre otros.
Y en este caminó rememoré mi propia historia: ser mujer en el rock. A lo largo de este viaje hice amigos, ya que la mayoría de quienes componían el mundo del rock eran hombres, la relación con las mujeres era de 10 a 1. Creo que he ido a conciertos desde los 13 años, sola o acompaña, pagando entrada o retaqueando, ganándome entradas en la radio y más tarde como personal de prensa, realmente nunca me dio miedo estar sola o ser fan de alguna banda, pronto lograba hacer amigos que me quisieron y me cuidaron siempre. Pero también recordé que en el mosh había algún chico que te agarraba las nalgas (para mostrar quién manda ahí) o intentaba algún movimiento cuando ibas al baño. Digamos que casi siempre salí ilesa, aunque un par de veces fui acosada, me intentaron besar sin mi consentimiento; unos personajes del rock (promotores, locutores, músicos) aprovechaban la cercanía y te cercaban, afortunadamente puede manejarlo, pero al mismo tiempo, escuchando estos testimonios sobre Aldana, pienso que alguna no logró zafarse del asunto, que por ahí hay un violento y varias violentadas. Así que este texto también termina siendo un descargo de culpa.
Y sí, el espacio del rock a pesar de ser “liberador – alternativo – contracultural” también reproduce el machismo, el hombre cree que es dueño del cuerpo de la mujer y de sus decisiones, sólo porque es hombre. Cree que al ser un rockstar puede imponer reglas, y si no te gusta, se autocomplace pensando que hay una fila de niñas que están dispuestas a lo que tú te niegas. También hay un intento por construir a la niña débil que necesita un rockero salvador o la femme fatal que decide sobre su cuerpo, que tiene sexo cuándo quiere, con quién quiere y cómo quiere. Después de todo algo me queda muy claro: el sistema patriarcal se come todo, está por encima de todo, que nosotras podemos estar en permanente resistencia, pero las violencias físicas y emocionales permean a cuenta gotas o violentamente, esas resistencias.
Por años imaginé que estas violencias eran aisladas, que me pasaba a mí porque yo lo había provocado, tal vez había dado mucha confianza o enviaba señales confusas, culpándome de algo que descubrí es un fenómeno estructural y que se multiplica en muchos cuerpos femeninos juveniles. Janis en los 60’s construyó un “ser masculino” para poder encajar y destacar con fuerza en un espacio liderado por hombres. Charlie, Felicitas y Ariell se llenaron de fortaleza y lograron romper el círculo de violencia y silencio; y yo, me fortalezco cada día con mujeres como ellas, como mis amigas – hermanas que día a día resisten y rompen el silencio; y también por las mujeres y niñas que mueren víctimas de violencia de género, que son violentadas física, sexual, emocional, psicológica o económicamente, porque sus historias nos han permitido a muchas decir ¡BASTA, NO MÁS!
No quiero caer en la figura de la mujer víctima, incapaz de decidir sobre su cuerpo, o despojado de valentía; pero quiero dejar claro que hay una vulnerabilidad de género, que el hombre rockstar ostenta un lugar de enunciación que le permite dictaminar reglas y abusar del poder que permite este lugar privilegiado, así como también puede construir solidaridades, ser compañero, tener conciencia de género y ser consecuente desde su discurso hasta sus actos, conozco a muchos. Es solo cuestión de romper y ser realmente rebeldes, contraculturales y libres.
Empecé esta historia justificando mi pasión por la música desde mi niñez. Porque en mis 33 años siempre he tenido que demostrar y probar mi palabra, porque soy mujer y lo que digo está en tela de juicio, porque si hice radio, si tenía pases de cortesía para conciertos, si un profesor destacaba mi trabajo académico, si mis amigos eran tal o cual, siempre, siempre recaía sobre mí la duda de los favores sexuales o un interés sexual escondido por parte de quienes estaban a mí alrededor; o simplemente porque soy mujer y lo que digo, escribo o hablo debe ser verificado. Así transito aún mi vida por el rock y cotidianidad, pero ahora soy menos ingenua y más fuerte.