Prender el Alma, es el primer disco de Nicolá Cruz y, para quienes no conocen a este músico / productor y piensen en la electrónica como algo fácil y cerrado en sí mismo, se equivocaron. Este disco tiene la virtud de reinventar y desmarcarse de un montón de malos entendidos de género al darle un aire reflexivo y local que sin caer (al menos no de forma notoria o poco honesta) en un estandarte de “étnico” o “de exportación” fusiona sonidos primordialmente andinos con síntesis bien lograda y para nada invasiva.
Este proceso empezó en el 2013 y aparentemente ha sido producido de a poco, yendo para atrás y para delante de nuevo, buscando un lugar para cada elemento, sin forzar ese sentido ecuatoriano y sudamericano, que es todo un reto, ya que caer en el folclorismo o en la apropiación indebida o irrespetuosa siempre es un riesgo que, a mi juicio, Nicolá Cruz ha evitado elegantemente.
“Así fue el proceso de Prender el Alma: muy inocente, sincero, sin vicios exteriores ni pretensiones. Aproveché para trabajar con mucha gente que siempre he admirado. Me gusta la idea de colaborar porque dejas el egoísmo de componer algo tú solo y lo compartes con alguien más, como con el caso de todos estos colaboradores.” Dice Cruz, antes de contarnos que su disco está filtrado principalmente por la música de Imbabura, a la que él considera una de las que mayor personalidad y color musical tienen en el continente.
Disco con múltiples posibles escuchas de acuerdo al momento personal y que ha sido trabajado con esmero, investigación y respeto, con gran influencia de Enrique Males, músico compositor originario de Imbabura, que a sus 71 años fue no solo fuente de inspiración, sino de fragmentos del mismo, músico por el que Cruz siente gratitud y que este disco es una forma de expresarla.
Podemos hablar de dos ambientes y dos momentos de producción, partes un poco más crudas que otras especialmente donde predominan los sonidos andinos, sin sobreproducción, de forma natural. Y otro acercamiento un poco más electrónico y bailable sin llegar jamás a un tempo apresurado. Al apreciar el disco, todo depende de los gustos personales, pero a mi me resulta refrescante una música electrónica no rebuscada, simple, que amplifica sus posibilidades expresivas más allá de las convenciones de género.
En lo complicado que es entender los elementos multiculturales que nos constituyen, “experimentar rituales y ceremonias que nos lleven a lugares un poco más allá que los mundanos, simplificar las cosas”, requiere de una sensibilidad especial, y este disco transmite eso justamente.
Entonces, a pesar de ser una propuesta que no viene desde dentro de esas raíces, sino desde un observador, no pierde validez como ejercicio de exploración. Creo que este disco no va por el lado del folclorismo fácil y rentable en mercados externos sino que hace una búsqueda informada de sonidos regionales.
No se si es casual que algunos de los mejores discos de los últimos dos años sean concebidos desde un poco de tradición bien mezclada con nuestra realidad contemporánea y urbana, pero desde una perspectiva de compartir y no de banalizar estos relatos. Iniciativas así nos llevan a descubrir una porción de música independiente dispuesta, por lo menos en intención, a huir de lo fácil y del cliché. No solo porque tenga sonidos tradicionales ni apele a raíces que históricamente hemos estado más afines de negar o excluir, sino por lo complejo de su apuesta en un “mercado” local en que este tipo de música es visto desde una perspectiva alienada y lejana.
Una evolución no tan esperada pero muy agradecida en la electrónica local, algo disfrutable y bailable si uno puede moverse en tiempo lento. No se que tan pensado para afuera, pero elaborado desde acá.
Toda la música compuesta y producida por Nicola Cruz, grabado en Envlp Studios. Con las colaboraciones de Victor Murillo, guitarra y vientos en ‘Puente Roto’ y vientos en ‘Prender el Alma’. Charango y Vocal samples en ‘La Mirada’ por Teodoro Monsalve. Guitarra en ‘Cumbia del Olvido’ por Rodrigo Capello. Voz y letra en ‘Colibria’ por Huaira, guitarras por Teodoro Monsalve, bajo por Nicolas Davila. Voz y letra en ‘Equinoccio’ por Huaira, guitarras por Rodrigo Capello, bajo por Sebastian Rubiano. Voz y letra en ‘Cocha Runa’ por Tanya Sanchez. Masterización por Sebastian Cordovés.
Fotografía: Gabriel Pérez MoraBowen