Por: Carlo Ruíz | @escuchaestoEC
El concierto de los Squirrel Nut Zippers en el Teatro Sucre ha sido uno de los derroches de energía más gratificantes en los últimos tiempos. La banda de Chapel Hill le dio al público de Quito uno de los mejores conciertos del año, en el marco del Festival de Jazz del Teatro Sucre.
La banda de nueve integrantes fue una tromba. Repletó de un sonido increíble al escenario más legendario de la ciudad, y se entregó por completo a un público que estuvo a la altura, quien le entregó su energía a la banda para que esta la transforme en esos sonidos que, hasta ayer, yo solo había podido escuchar en un reproductor. Jimbo Mathus, el líder y uno de los vocalistas de la banda, se bajó del escenario para unirse al inevitable baile que desencadenó la música desenfrenada al ritmo de ragtime, swing, funk y hasta reggae interpretada de forma impecable. Tocaron sus temas más famosos (Hell, Put a Lid on It, Prince Nez, Suits Are Picking Up The Bill, Good Enough for Grandad), temas no tan famosos pero igual de preciosos, e incluso se dieron el lujo de acompañar en vivo la proyección de su célebre video para el tema The Ghost of Steven Foster.
Me conmovió mucho la serie de gestos de amabilidad y buena onda que tuvieron: Tocaron cuatro canciones adicionales al repertorio, y al final del concierto, salieron al hall de entrada a saludar con el público para fotos, autógrafos, sonrisas y una que otra conversada sin negárselos a nadie. Tuve el chance de hablar un poquito con su baterista. Le comenté que soy un seguidor de la banda desde hace ya mucho tiempo. En un gesto que jamás esperé, el me dijo con toda la naturalidad y franqueza del mundo que temía que por la rotación de alguno de sus músicos, el público note el cambio (la vocalista original no acompañó a la banda en la gira). Le dije que la esencia se mantuvo intacta, y que la cantante Vanessa Niemann cumplió en un 150% con su tarea. Esbozó una sonrisa muy sincera de alivio y me agradeció el haber asistido al evento. De hecho, en la montonera, pude ver cómo todos los integrantes agradecían al público con un apretón de manos y una sonrisa franca. Eso vale mucho más que el vocalista use la camiseta de la selección del país que visita (aunque Mathus tenía una calcomanía de la bandera del Ecuador pegada en su banjo y el bajista tenía un parche de la bandera de Ecuador en su chaqueta).
Quizá su cercanía con el público, buena onda y humildad fue el ingrediente que hizo que el público se enganche instantáneamente con esta banda. Conversé con algunas personas que estuvieron en el concierto y no los habían visto antes: estaban maravillados, aturdidos por la idea de haber pasado tanto tiempo sin haber escuchado su música, pero aliviados a la vez por haber estado en un concierto memorable que recordarán, con seguridad, por el resto de sus días.