juan fernando andrade

BLOG | Los Pescados – T. Rex / El Camello

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T. Rex 

Por Juan Fernando Andrade

La melodía de esta canción es tan… cómo decirlo, ¿amigable?, que teníamos que dañarla de alguna manera. Cuando ocurren cosas como esa pensamos en el principio con el que Kurt Cobain componía muchas de las canciones de Nirvana, algo así como juntar las melodías de Los Beatles con la maldad de Black Sabbath. Y ya que teníamos una canción que casi y podría tocarse en el lobby de un hotel mientras familias cristianas disfrutan de un buffet mediterráneo, decididnos ponerle una letra suicida.

La primera estrofa es, evidentemente, una confesión de primera mano: llevamos años tocando y estamos sordos y maltrechos pero lo seguimos haciendo. Ahora bien, lo hacemos porque de alguna manera tocar nos mantiene con pulso, pero también nos genera frustraciones, nos hace daño. Hemos visto bandas desaparecer porque la música independiente en el Ecuador es insostenible, o gente que lleva más de diez años “en el negocio” y aún tiene que vender un carro o hipotecar su casa cada vez que quiere grabar un disco. Este tipo de traumas te comen el cerebro, te causan insomnio y una persona que no puede dormir no puede hacer mucho más tampoco.

La falta de sueño ocasiona, entre otras cosas, falta de comunicación entre neuronas y puede conducir a la demencia. Por eso, en la segunda estrofa escribimos: Todo lo que quiero / Es poder dormir / Me quedé sin gotas / Tengo que sufrir / Mordiendo el techo. Esas gotas se llaman Neuryl (el famoso clonazepam de Calamaro y tantos otros), un relajante muscular con propiedades ansiolíticas que en ciertas farmacias se vende sin receta. Las gotas se disuelven en un poco de agua y listo, ahí se ven. De dormir, duermes, pero el sueño químico es más bien un corte de electricidad, un apagón: pasas ocho o diez o doce horas out, pero luego no recuerdas nada de nada, no parpadeas ni le das vuelta a la almohada ni te levantas a mear: es un sueño sin sueños. Y aún así es mejor que quedarse boca arriba y “mordiendo el techo”, frase acuñada por todos aquellos a quienes se les fue la mano con la fundita blanca, ya sea porque la fiesta estuvo buena o porque se portaron egoístas y se la metieron toda sin decirle a nadie.

El coro, que tiene esa voz Bowie-Jagger en su etapa más coqueta, es para nosotros el momento en el que el suicida jala el gatillo y se vuela la cabeza. Y mi cabeza… / Y mi cabeza… Nos gusta mucho que, cuando lo tocamos en vivo, la gente lo tome como el momento preciso para levantar las manos y bailar. Eso, así queremos creerlo, significa que la ironía y la rivalidad entre ideas llegaron a buen puerto: en la contradicción está el gusto.

La segunda estrofa retoma la sensación del miedo-dependencia al sueño químico. ¿Y si tomaste más gotas de las necesarias y ya nunca más habrá buffet mediterráneo junto a los otros cristianos? Puede pasar. Pudo haber pasado ya y esa imagen del zombi que aún no entiende que es zombi, y que dicho sea de paso anhela la existencia de un Dios al cual llevarle las plegarias que se dirán en su funeral, nos pareció, por decir lo menos, oportuna. Además, en ese momento la guitarra se queda sola y bien podría entonces un alma en pena treparse a las cuerdas.

Pero lo que más nos gusta son las frases con las que se despide la canción. Adiós amigos / Adiós mundo cruel. Ambas vienen de momentos clave en la historia del rock y tienen que ver con el final de los días. La primera es el nombre del último disco de Los Ramones, lanzado en 1995, que abre con la versión de I Don’t Wanna Grow Up, esa canción de Tom Waits que retrata mejor que ninguna otra la enfermedad conocida como Síndrome de Peter Pan. En ese título, en ese disco y en esa canción está el final de Los Ramones y el comienzo de su leyenda, es decir de su vida después de la muerte. Y la frase siguiente, “Adiós mundo cruel”, es el título de la canción con la que se acaba la primera mitad del The Wall de Pink Floyd, el álbum que por un lado conquistó el reino de los cielos y por otro mató a la banda en su mejor momento.

Eso queríamos, una muerte que se pudiese rockear y hasta bailar de ser necesario.
¡Feliz día de los muertos!

T. REX

Cuánto tiempo
En medio de tanto ruido
Y aquí
Aquí vamos de nuevo

Todo lo que quiero
Es poder dormir
Me quedé sin gotas
Tengo que sufrir
Mordiendo el techo

Y mi cabeza…
Y mi cabeza…

En la noche pienso
Capaz y ya me fui
Pasó sin darme cuenta
Y dejé de existir
Por eso estás llorando

Estoy llevando
Tus plegarias a Dios

Y mi cabeza…
Y mi cabeza…

Adiós amigos
Adiós mundo cruel

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BLOG | Los Pescados – T. Rex / El Camello

BLOG | Los Pescados – Normal / El Camello

Tachar oraciones es un parte. Otra es recordar frases de películas o evocar canciones significativas. Juan Fernando Andrade, baterista de Los Pescados, cuenta en esta serie de posts semanales cómo fue el proceso de composición de las canciones del disco ‘Por la boca muere el pez’. Sus textos muestran que la inspiración no viene de las musas, sino del camello. De harto camello.

Normal

Por Juan Fernando Andrade

La primera canción del disco fue la última en componerse. Si no me equivoco salió de uno de esos temas que nunca acaban de cuajar, mucho más largo y ambicioso, que tenía la misma estrofa –un poco más lenta–, un final interminable onda Velvet Underground y el mismo coro. De hecho, lo primero que escribimos fueron estas tres líneas: ¿Les parece normal / Estar en mi lugar? / Llegar sin avisar. Nos pareció que sonaba bien, como el camino hacia algo que no sabíamos qué era. Pasarían meses enteros hasta encontrar la última línea del coro y, a través de ella, el resto de la letra.

Estábamos en el apartamento que Nelson alquilaba en Los Ceibos, al norte de Guayaquil, yo había llegado de Quito casi corriendo, el disco tenía que pasar a mezcla en unos días y necesitábamos terminar las letras para ayer. La versión final había quedado más corta, reduciéndose a su mínima expresión y a su máxima potencia, un tema rocker y guitarrero de esos que Nelson y yo calificamos como “para escuchar cuando vas en la moto” aunque ninguno de los dos tenga una. Recuerdo que aterricé con una frase en la cabeza, la de una amiga que me había dicho: lo peor del amor es que tarde o temprano todo el mundo vale v***a.

Nos pusimos a pensar en eso y dimos con otra frase, “el único amor romántico es el amor imposible”, un diálogo de Javier Bardem –citando a Penélope Cruz– en Vicky Cristina Barcelona. Y así dimos con otra película, Los puentes de Madison, en la que Clint Eastwood es amante de Meryl Streep y ella decide, al final, que ese affair no pase a mayores y se conserve por siempre como una aventura. Entonces descubrimos que el gran Clint era el personaje que andábamos buscando, el que había llegado sin avisar a “Destruir el hogar”.

El resto lo resolvimos dando vueltas en los alrededores del fracaso. La imagen en los versos Al final todo se rompió / Un plato se estrelló en la pared / Y explotó / Y exploté, viene de la cena en Belleza Americana, una secuencia en la que Kevin Spacey, harto de estar harto, interrumpe la triste rutina de su familia destruida, toma un plato de verduras y lo estrella contra la pared. ¿Se acuerdan de aquel momento Kodak?, pues ahí lo tienen, tal cual.

En la segunda estrofa, después del “¿será esta la última vez?” que nos preguntamos a menudo en distintas situaciones y encarando distintos vicios, incluimos una variación “bien hablada” de la frase de mi amiga. Tarde o temprano algo fallará / Ese día tu también te irás / Y yo no te seguiré. Ese “también” en el segundo verso me gusta porque involucra un pasado, como si la canción hubiese existido antes que nosotros la tocáramos; y el “Y no te seguiré” me hace pensar en It ain’t me Babe de Dylan, así que todo bien.

Las líneas del breve puente antes del coro, donde Nelson canta Crucé la línea antes de empezar / Nos matamos antes de nacer, las relacionamos con la idea preconcebida de una relación, o sea, las cosas que la gente se imagina y hasta vive en carne propia antes de que sucedan en tiempo real, esos hologramas peligrosísimos que luego se rompen al menor contacto con la verdad.

Esta es una de mis canciones favoritas porque no se anda por las ramas, es una simple canción de rock y no hay nada simple en eso.

NORMAL

(Letra y música de Los Pescados)

Me dijeron cómo es
No tocar, sólo ver
Al final, todo se rompió
Un plato se estrelló en la pared
Y explotó
Y exploté

Crucé la línea antes de empezar
Nos matamos antes de nacer

¿Les parece normal
Estar en mi lugar?
Llegar sin avisar
Destruir el hogar

¿Será esta la última vez?
Es mejor nunca prometer
Tarde o temprano algo fallará
Ese día tú también te irás
Y yo no
Te seguiré

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BLOG | Lemmy: todo lo que es el rock

La mejor película que he visto últimamente se llama Lemmy y es un documental, un tributo y una celebración por la vida de Ian Fraser “Lemmy” Kilmister, fundador, vocalista, bajista y gurú terrenal de la banda de heavy metal Motörhead.

Lemmy, la película, no es una investigación “seria” ni mucho menos, sus fuentes están totalmente parcializadas y casi nunca se mete en problemas buscando confrontaciones entre los mitos y las versiones oficiales: Dios la bendiga por eso. Parecería que Greg Oliver y Wes Orshoski, los directores (sólo hace falta verlos una vez para saber que se puede confiar en ellos porque ellos le han confiado su vida a Motörhead), la tenían clara desde el principio: vamos a demostrarle al mundo que Lemmy, la persona-personaje, es el ser más cool sobre la faz de la tierra. Vaya que lo hicieron y de qué forma. Con una tesis como esa, no se puede perder. Cuando todavía era Ian, Lemmy vio a los Beatles en el mítico Cavern Club de Liverpool y encontró su destino. Creció, aprendió a tocar, fue roadie de Jimi Hendrix y formó la no tan anónima Hawkwind, banda de punk psicodélico que nunca funcionó del todo porque, como reconoce uno de sus miembros en el documental, “cada uno de nosotros usaba una droga distinta”.

En 1975 Lemmy inventó Motörhead y detonó una bomba cuya onda expansiva nos sigue sacudiendo hasta hoy. A sus sesenta y seis años de edad, con veinticinco discos de estudio a sus espaldas, Lemmy sigue vistiendo jeans negros, botas, sombrero de vaquero, bebiendo Jack Daniel’s con Coca Cola y, lo más importante, haciendo el único tipo de música que le interesa sin que importe mucho –nada– lo que pase a su alrededor. Más claro: si decidiste envejecer, hazlo como Lemmy, que pasa de gira seis meses al año a pesar de tener diabetes y presión alta. El resto del tiempo vive en un pequeño departamento en Los Ángeles, una especie de refugio nuclear lleno de guitarras, libros y objetos relacionados con la Segunda Guerra Mundial, su otra pasión.

Lemmy, la película, es el after party después de un gran concierto. Si Motörhead está en el libro de records Guiness como la banda más ruidosa del mundo, esta aplicación del fanatismo debería estar como la más exacta. Al final, de eso se trata: creer y hacer que otros crean. Oliver y Orshoski no están solos y en su documental cuentan con los mejores padrinos en cámara, gente de Metallica, Mötley Crüe, The Damned, Jane’s Addiction, el gran Dave Grohl y hasta el mismísimo príncipe de las tinieblas, Ozzy Osbourne. Y todos están de acuerdo con el testimonio de un adolescente británico al comienzo de la película: el Rock and Roll es Lemmy, Lemmy es el Rock and Roll.

Por: Juan Fernando Andrade (El Diario, 11/12/11)

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