Por Juan Fernando Andrade
La última canción.
¿Será esta nuestra última canción?
¿Nos pescaron?
Hace unos días estuve en una fiesta, en Portoviejo, con mucho rock y mucha cerveza y mucha caña manabita. Varias personas me preguntaron si Los Pescados tocarían en fin de año, o después, o algún día. La pregunta, en verdad, no es esa; la pregunta es, ¿existen Los Pescados? No lo sé, me queda la duda. Yo sólo dije fue bueno mientras duró. Lo dije sin pensar. Lo dije como una broma, o quizá no tanto. También lo dije para incomodar al resto, por joder.
Que esta canción sea la última del disco no es un hecho fortuito: siempre lo supimos. Lo sabíamos incluso cuando no había disco, cuando la canción no tenía letra, cuando la ensayábamos y la ensayábamos y la ensayábamos porque éste, créanme, fue un parto difícil: cesárea sin anestesia. Esta no es una sino tres canciones (durante años la identificamos como “3 en 1”), Nelson la concibió así pensando, creo, en las sinfonías para adolescentes de las que hablaba Brian Wilson, pero con onda alternativa, mucho más Pavement que Beach Boys, aunque no por eso deje de ser la canción de un surfista. Una canción que se cuenta en actos, como una obra de teatro, que empieza suave, casi fogatera, rockea tranquila a la mitad y termina sobre la cresta de una ola que nace, crece, se entuba, revienta contra las rocas y deja su vida repartida en burbujas espumosas. Una canción como esta sólo puede estar al final de un disco.
El primer acto, el acústico, empieza como empezarían las memorias de un personaje que presiente la muerte. Años enteros del mismo lado / de caminar / brindar con extraños / Sigue siendo complicado / estar ahí para ti. Aparte de “brindar con extraños”, un golpe en la copa de la gran Chavela Vargas que por esos días dejó el reino este mundo, los versos son exactamente lo que yo sentía cuando pensaba en la banda. Nelson y yo somos Pescados desde el 2005, pero hemos tocado juntos, en varias bandas, desde que estábamos en el colegio. Se nos fue la mano. Tal vez pasamos demasiado tiempo juntos y al final del día, como suele pasar, ese tiempo nos separó, nos distanció, hizo que cada uno prefiera su propio espacio, su propio planeta y sus propias reglas, sin tener que preocuparse o rendirle cuentas al otro.
La segunda estrofa, ya con dos guitarras y ese redoblante robótico onda Beck, está basada en una entrevista que dio el escritor argentino Enrique Symns a un programa llamado Lado B. Mejor dicho, está basada en el tráiler de esa entrevista, que es lo que se puede ver en Internet y por esos días me tenía completamente obsesionado. Cuando la gente ponía canciones en YouTube, yo ponía la entrevista y decía es que tienen que ver a este man, está loco y es un genio. La ponía en medio de las fiestas, enviaba el link a mis amigos por mail, la veía mil veces cuando llegaba a la casa borracho a tomarme la del estribo. Hace unos años, cuando leí El señor de los venenos, su autobiografía descarnada y dañada y extrema y porno y pasada de rayas de coca y whisky y filosofía, me quedé mal, traumado. En algún momento, Symns lo tuvo todo, era brillante y provocador y algunos jóvenes querían ser como él, era un rock star que no necesitaba tocar para serlo, pero a la vuelta de pocos años terminó sin dientes, sin trabajo, compartiendo un apartamento apestoso con otros mendigos, pensando en voz alta como un loco que camina hablando con sus amigos invisibles. Leerlo me dio muchas cosas, sobre todo libertad y asombro, pero también me dio miedo. ¿Y si termino así? ¿Y si mis amigos terminan así? ¿Y si todo este cuento del rock pasa de una aventura a un chiste y de un chiste a una limosna? Le leí varios párrafos de Symns a Nelson, le mostré la entrevista en cuestión y luego escribí lo siguiente: Hoy un año es un día / de repente no hablas tanto con la gente / tienes cuentas por pagar / ya no eres una estrella / se te caen varios dientes / cuando empiezas a comer. Hoy miedo / hoy culpa / hoy miedo / hoy…
El segundo acto de la canción, una pasada de rock contenido y abiertamente optimista, lucha contra ese miedo sembrado por Symns. Salto del colchón / busco algo de sol / la sangre bombeando al corazón. Esas palabras son seguidas por un intervalo instrumental que adornamos con un grito a lo I Am The Walrus, esto último gracias a una acertadísima sugerencia de Toño Cepeda, productor del álbum. El resto de la estrofa, Los que se van / pueden regresar / este también es mi lugar, es un tributo al libro que escribieron varios miembros del Grupo de Guayaquil en 1930, en el que reunieron cuentos sobre la vida campesina de la costa. Es un tributo y es un desafío, es decir, un llamado a leer los clásicos pero también a escribir, a crear, a ser nuevos sin que la meta sea convertirse en clásicos.
El tercer acto, que vendría a ser el coro, es la firma al final de ese mail que envías sabiendo que quizá nunca más vuelvas a escribirle a quien sea que le estés escribiendo en ese momento. Es algo definitivo, una decisión de vida, un corte. Esta canción se escribió a lo largo de por lo menos dos años, el mismo tiempo que tardamos en ensamblarla, y grabarla fue botar algo que llevábamos dentro demasiado tiempo, terminar de una vez.
Las últimas líneas se escribieron, literalmente, minutos antes de que Nelson entrara al estudio a grabar la voz principal. Él estaba en Guayaquil y yo en Quito. Esa mañana, me llamó y me dijo mándame esa letra ya porque tenemos que grabar hoy mismo, si no, ya no hay chance. No recuerdo cuál era la urgencia, pero de que era urgente, lo era. Le pregunté a qué hora tenía que estar en el estudio, me dijo a las tres y media de la tarde y yo le dije ya pues, a las tres te mando la letra terminada. La verdad es que ya tenía todas las partes, todas menos el final. Me puse a tirar frases en el Word, como loco –¿como Symns?–, haciendo variaciones inútiles. Habíamos acordado usar la frase “Todos somos Pescados” al final, pero nada le hacía justicia. Todo lo que combinaba sonaba ridículo, cursi, incluso yoga o simplemente sonaba como el comercial de una marisquería. Antes de enviar el mail, recordé que Woody Allen aconseja meterse en la tina para pensar mejor. Yo no tenía tiempo para quedarme en la tina pero sí para una ducha. Y ahí, con el agua cayendo sobre mi cabeza, cegándome por completo, escuché la frase como si alguien me la dictara: Grítame otra vez y sigamos peleando / al final del mar todos somos Pescados.
Me gusta esa frase. Si uno tiene energías para pelear, es porque todavía le importa eso por lo que está peleando. Resolví que era optimista y pesimista en partes iguales, que era una frase justa. Y el final… el final del mar es la orilla, la calma, tierra firme. El final es el comienzo. ¿El comienzo de qué? No lo sé. No me importa demasiado. Sólo me gusta estar parado aquí, al comienzo de un comienzo.
Mientras escribía esto vi una entrevista a Enrique Symns, otra, grabada hace apenas unos meses. Ahora vive en Mar del Plata, parece más tranqui, casi calmado, anda con ropa limpia y todo, tal vez tome ansiolíticos o algo así. El asunto es que está mejor, se nota, aunque todavía no tenga dientes y haya subido de peso. En algún momento dijo esto: Nuestra vida es más viento que decisión, es más estar extraviado que voluntad. De nuevo, sentí que me hablaba. Estar en Los Pescados fue eso, estar extraviado, tocar y tocar sin llegar a ningún lado. Fue ser el viento. Fue estar vivo.
TODOS SOMOS PESCADOS
Años enteros del mismo lado
de caminar
brindar con extraños
sigue siendo complicado
estar ahí para ti
hoy un año es un día
de repente no hablas tanto con la gente
tienes cuentas por pagar
ya no eres una estrella
se te caen varios dientes
cuando empiezas a comer
Hoy
miedo
hoy
culpa
hoy
miedo
hoy
Salto del colchón
busco algo de sol
la sangre bombeando al corazón
Los que se van
pueden regresar
este también es mi lugar
Grítame otra vez y sigamos peleando
al final del mar todos somos Pescados